Las Tunas.- El teatro para niños alcanzó a Lisandra Rivero Mariño, casi por azar, o decantación, como alude ella en su momento de sinceridad más confesa, pero terminó por entronizar el universo de la actriz tunera.
Aunque es muy joven aún en el arte de las tablas, sabe que el teatro para niños es creación viva, palpitante, cada día en formación y búsqueda perenne de la atención infantil.
¿Qué es un artista sin un antes, sin un pasado? Con solo 4 años de edad desafió la inmensidad del tablado y se convirtió en integrante de la compañía infantil Meñique, bajo la tutela de Ernesto Parra, director de Teatro Tuyo.
“En ese entonces yo no sabía leer, mis padres me ayudaban a memorizar los textos, me leían mucho y fueron la savia que hizo germinar el amor por sentir la misma emoción sobre el escenario todos los días de mi vida”, alega.
“En la escuela primaria seguí esos pasos, o el instinto. Me atendió la instructora de arte, fui a festivales, a otros centros docentes, recibí varios reconocimientos y me gustó mucho el ajetreo del arte, la pasión, el sacrificio, al punto que esas sensaciones me acentuaron la motivación de querer estudiar Teatro.
“Ya en noveno grado entré a un grupo para prepararme con vistas al ingreso a la academia. No fue sencillo ni puedo decir que no tuve miedo. Se presentaron más de 100 estudiantes, pero finalmente tuve la suerte de obtener una de las 12 plazas disponibles”.
Lisandra, jovial y reflexiva, comenta que su tránsito por la escuela profesional de arte Manuel Muñoz Cedeño, en Granma, no fue una senda sencilla de recorrer. A casi nueve años de graduada, rememora sus jornadas de estudiante, cuando aprendió a salir al proscenio con los ojos llenos de lágrimas y el temor disfrazado, mas aprendió a ir al encuentro del público.
“Alejarme de la familia fue difícil, estar lejos de casa y de todo lo que conocía me afectó, aunque siempre he sido independiente. El cambio inspiraba temor, fueron cuatro años de mucha enseñanza;allí forjé mi carácter, conocí mis limitaciones y potencialidades, hice excelentes amigos.
“Me enseñaron a experimentar y recrear vivencias, técnicas para meterme en otra piel; me develaron un universo que yo no tenía ni idea de que podía existir, y se me antojó complejo, pero hermoso, sobre todo, porque una comienza en la academia con cero experiencia personal y maduras mucho al tener que representar situaciones no vividas, justo por la edad”.
Después de graduada, cuenta Lisandra que comenzó a hacer teatro de figuras, con la esperanza de ocultarse un poco detrás del retablo, sin mostrar el rostro, pero el guiñol Los Zahoríes no sería exactamente eso,sino un hervidero de emociones que terminaron por salírsele a flor de piel.
“Maravilloso; sin embargo, emocionalmente resultaba un caos, no era lo que yo esperaba. Había que intercambiar con el auditorio, no había manera de esconderse. En esa época estaba surgiendo una nueva Lisandra y el teatro de títeres me hizo soltarme más, la existencia se me llenó de colores.
“Nadie lo dude, tiene mucha complejidad el teatro para niños, es exigente con los actores, debes ser multifacético: cantar, bailar, dominar instrumentos musicales, hay que estudiar y prepararse. Por otra parte, el montaje de cada obra presupone elementos nuevos, la concepción de una puesta es ardua.
“Además, exige entrenamiento continuo. Hay que hacer ejercicios de fuerza interna para estimular la elasticidad. Detrás del retablo pueden pasar mil cosas, pero hay que estar a la altura.
“Recuerdo que lo primero que me enseñaron en la academia es que debía hacer contacto visual con el público y cómo lograrlo si tú no le miras a los ojos. El contacto con los niños, esa veracidad, es mágica y solo así los haces protagonistas, cómplices de la función”.
LA RADIO Y LA TELEVISIÓN, OTROS REINOS
“En la carrera nos prepararon para el trabajo en Radio y Televisión, como asignaturas. Ya tenía un poquito de experiencia laboral cuando me integréa espacios juveniles en Radio Victoria.
“Comencé con el programa Ponte en buena onda y ahí me empezó a gustar el ambiente que se gesta tras los micrófonos. Es invaluable el apoyo de los colegas, todo lo cual te ayuda a ser mejor locutor, te hace crecer”.
La actriz se incorporó luego a Sonido E, en vivo, y asegura que ahí experimentó otro tipo de adrenalina y quedó encantada porque cada suceso la ponía a prueba todo el tiempo. Lamentablemente, la pandemia de la covid-19 la alejó de esos predios.
“Un buen día surgió la ocasión de participar en el proyecto Cofradía, de TunasVisión, bajo la dirección de Eddys Crespo. Yo nunca había hecho televisión, pero quería arriesgarme y dije que sí a la primera.
“El director me explicó que no buscaba un locutor típico, sino una persona alegre y jovial que se riese con naturalidad de sus propios chistes y la verdad, esa caracterización venía muy bien con mi persona”.
LA MACHETERA
Desde su estreno, el filme La Machetera, de la realizadora tunera Yanet Pavón, ha ganado varios lauros en diversos certámenes. Para Lisandra fue una escuela que todavía le genera sonrisas y la impulsa a ir más lejos.
“Fue una experiencia única, y ojalá volviese a vivir algo así. Me expuso a situaciones en las que me supe valorar como persona, actriz y ser humano, todo esto bajo estrés, pues atendía a 20 actores y tenía la responsabilidad de velar por los más mínimos detalles de su imagen. Con gusto digo que me desempeñé como vestuarista.
“Estuvimos un mes en el cerro de Caisimú, filmando. Tuve que llevar el control de cada escena y cuidar el vestuario, evitar repeticiones, en fin, fue agotador y maravilloso. Hice un pequeño papel de actuación, pero como vestuarista aprendí mucho y hoy tengo la certeza de que cuando se trabaja con amor no hay imposibles. Con La Machetera hemos obtenido más de cinco premios”.
Hoy Lisandra sigue inmersa en sus pasiones. Asevera que tiene como meta continuar esforzándose y crecer como actriz, mujer y ser humano.
“Intento superarme constantemente. He grabado canciones, aprendí a tocar instrumentos y cada nuevo reto me inspira y me hace feliz. Quiero aprovechar cada oportunidad, aunque digo que siempre voy a ser más del teatro, de la caracterización de personajes. Una obra nueva es una misión por cumplir y las funciones son minutos de crecimiento personal, encuentros que se tornan vida y que me confirman que el teatro ilumina la existencia de los seres humanos”.