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Las Tunas.- Carlos Antonio forma parte de los cientos de tuneros que el #QuédateEnCasa le cambió el sentido de su vida. Tuvo que arrinconar su carretilla en el patio de la abuela y halarse los pelos para controlar su “sana manía” de beberse un trago en el pacané del reparto, una suerte de santuario donde “desconectaba” después de acabar sus menesteres.

Para él, que la provincia pase a la fase 3 de la recuperación de la Covid-19 es “como cuando suelto a mis palomas”, allá se van “con un aleteo que paʹ qué”. Ahora la playa, su otro hobby, es la proyección cercana para aliviar las tensiones y “el encierro”, pero le inquieta que no pueda disfrutar a plenitud, “por el distanciamiento y el control que hay”, según le han dicho los amigos.

Justo aquí comienzan las tentaciones peligrosas. Sus “modos” no difieren de una mayoría que busca en el verano y sus opciones de playa, bases de Campismo y ríos el relajamiento total y, en eso, el consumo de las bebidas alcohólicas es esencial para que reine la alegría y las vacaciones sean “superbuenas”.

Sin embargo, quizás como nunca antes, disfrutar y volver a la normalidad no es normal. Hecho que debemos asumir al decidir ir de paseo, no importa dónde, porque, aun con cero casos positivos del virus en el territorio, la prevención y la responsabilidad individual son los únicos términos que garantizarán de verdad unas “superbuenas vacaciones”. Más si le agregas los peligros propios de las altas temperaturas, los brotes diarreicos y el asedio de los mosquitos.

La ingestión incontrolada de alcohol no es prudente ni saludable jamás. Datos aportados por el buscador Google en Español dicen que en Cuba se consume sobre todo ron (59 por ciento) y cerveza (39 por ciento), mientras el vino representa el dos por ciento. Otros estudios de diferentes fuentes del Ministerio de Salud Pública hacen notar que el 45,2 por ciento de la población del país ingiere bebidas de este tipo y, en los últimos 15 años, ese índice crece notablemente. De ahí que su seguimiento a las personas adictas sea notable desde la Atención Primaria.

Empero, no es cuestión de cifras. Se trata de que el verano 2020 exige, ante la prevalencia de una pandemia invisible y mortal, de un autocontrol máximo de los bañistas y para nadie es secreto los desórdenes emocionales que provoca el alcohol, no solo en lo individual, sino que involucra casi siempre a la familia, a terceras personas o al entorno social. Para Carlos Antonio este hecho no tiene trascendencia, pues confiesa que está lejos de ser un bebedor crónico y solo “se pone contento y le da por bailar”.

Puede que así sea para bien y su historia es el lado bonito “de la luna” (mejor de la “nota”). Lamentablemente, no pasa con todos. Riñas, accidentes, indisciplinas sociales, maltratos y conductas desagradables se mueven y suceden en esas borracheras de la playa. Experiencias sobran. Hay que mantener distanciamiento social y llevar el nasobuco a todas partes. Es lo preventivo, inteligente y coherente.

¿Será tan comprensible dichas medidas para quienes estén bajo los efectos de esa droga? No lo creo, pero a esta altura de las evidencias le propongo escuchar el llamado de alerta: no pierda el tino ni se deje arrastrar por los impulsos y las ansías de “libertad” después del #QuédateEnCasa. Disfrute del mar, de sus merecidas vacaciones, sin olvidar que vive en sociedad y es responsable de su salud y la de los demás. El alcohol es una trampa maldita. También en ello deben pensar quienes lo ofertan en los centros recreativos. Estos tiempos son para locos cuerdos. Es hacer un verano por la vida.

 

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