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Las Tunas.- A estas alturas de septiembre poco se ha hablado de las actividades concretas por el aniversario de la ciudad de Las Tunas, un suceso por celebrar a fines de este mes, que cada año es asumido con más laconismo que el anterior.

La dilación en la información apunta a que todavía faltan elementos organizativos por acotar; y eso deja aún más sombría nuestra idea del esplendor que tendrá el festejo de San Jerónimo.

Si esas conjeturas son ciertas estará el acontecimiento marcado, apenas, por una actividad central y los espacios caracterizadores de las instituciones culturales e históricas en función de la dedicatoria de ocasión, repitiendo una fórmula que viene sucediendo desde antes de que la covid-19 pusiera ritmo propio a nuestras vidas.

Es triste pensar que se repetirá tal circunstancia, cuando la urbe necesita con prontitud una atención que no se concreta, y los problemas se le juntan en sus esquinas, acumulando deudas cada vez más difíciles de saldar, entre otras razones porque, en estos tiempos de escasos presupuestos, lo que no genera ingresos pasa a ser elemento de segundo plano.

Y es un hecho, no aportan dinero los sitios por reparar y tampoco el parque Vicente García, el cual amanece cada mañana con un terrible mal olor, consecuencia directa de las heces fecales de los pajaritos (algo que, por cierto, ha sido por años más fuerte que nuestra capacidad resolutiva).

Tampoco aporta demasiado a las arcas estatales la "anemia" de la vida nocturna citadina, salvo por los intentos que se consolidan (casi siempre desde los jóvenes creadores) y parecen focos de resistencia cultural a una calma desmedida que llega a hacerte sentir que arrastran muertos por la calle después de las 10:00 de la noche.

Eso, para no hablar de los locales cerrados y los que se mantienen a medio abrir a golpe de colorete, del teatro Tunas y su reparación interminable, y hasta de los jóvenes que se reúnen en casas de amigos porque "aquí las únicas opciones de salir son con los particulares a comer o tomar, no hay nada más en esta aldea".

El aniversario de la ciudad no ha logrado ser una excusa real para el cambio y la conservación, pero, lamentablemente, ninguna otra motivación parece conseguirlo tampoco. Seguimos penando de un calendario a otro y recordando el suceso solo cuando septiembre asoma y obliga a hacer un hueco al onomástico en la vorágine de carencias que se nos ha vuelto el día tras día.

Después de esa fecha, estos predios continúan igualitos hasta el próximo calendario, sin que se vislumbre una luz al final del túnel para poner alumbrado público suficiente, custodios que velen atentamente en las madrugadas, y acabar de darles nombre y apellidos a responsabilidades que se escurren e inmuebles que se pierden (en este particular podríamos poner, por ejemplo, la Oficina del Historiador).

Resulta demasiado optimista suponer que algunos de estos dilemas tendrán solución real antes de que llegue el cumpleaños de la comarca; sin embargo, aunar, escuchar, convocar e ir trillando el camino de hacer juntos, por el bien de esta tierra de cactus, sí puede tomar a la fecha primigenia como punto de partida.

Por supuesto, para esa estrategia hace falta presupuesto, y bastante. ¿Sabemos a qué se destina, hasta el último peso, el uno por ciento del aporte territorial? ¿Por qué no convocar al ya no tan incipiente sector privado tunero? Quizás artistas, cuentapropistas, directivos, proyectos comunitarios, como en una gran tormenta de ideas puedan aportar soluciones endógenas a espacios mustios donde corrimos de niños, y ayuden al renacer.

Lo cierto es que septiembre avanza y pocas cosas parecen recordarnos que esta cuna de gente noble está de aniversario. El periódico 26, que se resiste al olvido y sigue buscando la noticia y los pormenores, confía en que este pudiera ser, para bien, el año de los comienzos.

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