arbitro beisbol sept 2020 0022

Las Tunas.- La Serie Nacional de Béisbol ocupa la misión de convertirse en un espectáculo capaz de robarse la atención de los cubanos a lo largo de su duración; sin embargo, la edición 63 de los clásicos domésticos, si bien es cierto que se encuentra en el epicentro mediático, lo hace en sentido inverso a lo esperado y constituyen los desaciertos los principales temas de debate. Sucesos de corte novelescos, y otros dignos de una película de acción, hacen descender aún más el nivel de la "pelota", mientras elevan lo demás a su alrededor.

La participación del árbitro Ricardo Companioni en Pinar del Río, luego de anunciarse por la transmisión radial y local bajo un nombre falso resulta la bomba que explotó en manos de los organizadores del evento. A ello continuó la errática actitud en las redes sociales, una especie de más leña a un fuego, donde la mayoría conocía la verdad que buscaban negar a toda costa.

Con la duda de por medio, la cual arrastrarán por largo tiempo, los federativos dieron la cara y los guiones ahora apuntan a un dramatizado policíaco para encontrar el responsable de tal acontecimiento, ¿un nombre? Tal vez calme el momento, pero si en realidad desean ahondar en la materia, las responsabilidades se esparcen desde el primero al último, pues cargan con el deber de custodiar el patrimonio cultural de la nación y, en dicho empeño, es inaceptable una pifia de tamaña dimensión.

Si los problemas de transportación, además de una lesión de otro de los hombres y mujeres de negro, impidieron completar el quinteto reglamentario se debió proveer de una solución inmediata, antes de acudir a engañar a un público resentido con el propio Campanioni por una grotesca equivocación en duelo previo. El ser humano vive a través del fallo, cierto, pero también asume consecuencias y  lo enmienda con sus propias acciones. No obstante, el desagrado, así como el irrespeto hacia los encargados de impartir justicia sobre el terreno quedó impregnado, en gran medida por el quehacer de quienes deben velar por la seguridad de ellos y la disciplina de la contienda en general. Heridas abiertas con mucha sangre por drenar, entiéndase como una debilidad frente al más amplio escenario.

Sin necesidad de acudir a oráculos, los hechos violentos en Cienfuegos caían por su propio peso, cuestión de tiempo, después de las insatisfacciones acumuladas y el margen de la desorganización. Vale aclarar que en la brutalidad nunca se encontrará el camino, mucho menos cuando las imágenes dejan ver un bloqueo de home plate por parte del receptor que, a su vez, desprende de la razón a los Elefantes. La estampida no se hizo esperar, en tanto, las sanciones aguardan por una mano dura para hacer del incidente una situación ejemplarizante y detener la hemorragia del mal obrar.

Tampoco hace falta una máquina del tiempo para encontrarse con el orden de un estadio, con aquellos momentos donde la parcela beisbolera acaparaba miradas y la conga o los cánticos dictaban la tensión del ambiente. De a poco y con pequeñas alertas el panorama se transformó a tal punto de que los fanáticos hoy día acceden al cuarto de los jueces para ofender y desencadenar agresiones.

Las circunstancias más allá de sorprender reflejan lo que se expande en las calles de la Cuba actual, donde muchas veces los problemas encuentran respuesta bajo el amparo de la ley del más fuerte, donde la educación moral y el respeto van en declive; en la misma donde es más sencillo insultar antes de reconocer los errores. Por otra parte, los rectores de la disciplinas lucen de espaldas al asunto o le prestan el mínimo vigilo, lo cual extiende malestares y condena la posibilidad de cambiar. Los parciales, a través de las sedes de los equipos, de igual modo responden a sanciones, en dependencia de la envergadura de los actos; entonces, hacia ellos también gira la exigencia.

Con respecto a lo competitivo, los fallos también frecuentan. Direcciones apegadas a tácticas arcaicas, deficiencias técnicas vistas hasta el cansancio y sin una mejoría en el horizonte, además de la baja capacidad de análisis tanto hacia el rival como de la dinámica del juego, centran los inconvenientes. Desde alineaciones impropias hasta el desconocimiento de reglas básicas, el deporte nacional agoniza y la cura, a ojos de ciertos especialistas, habita fuera de fronteras. ¿Qué queda para los de aquí? Poco la verdad, solo aquellos con la ambición de superarse podrán elevar la parada individual lo suficiente para encontrar paraje en otra liga en territorio foráneo. Aspirar a metas así no está mal, por el contrario, lo que sí queda a deber es abandonar lo criollo a su suerte, rumbo a una caída libre.

Por el momento, los bates aclaman poder frente a un picheo cada vez más debilitado y, al mismo tiempo, desamparados por una defensa errante por completo. Aunque parezca faena de unos, compete a todo aquel que vibre con la mística de pegarle a una pelota con un pedazo de madera, aunar esfuerzos por rescatar, en primer lugar la tranquilidad de los parques, al igual que la vitalidad de un pasatiempo con demasiada gloria a cuestas como para negarse a él. La transparencia y la información oportuna esbozan los pasos iniciales, más aún cuando el entorno permanece hostil; por tanto, la involucración de la mayoría favorece el desempeño colectivo. Demonios fuera, ¡play ball!

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