Las Tunas.- Llegaron como extraños a la cabecera municipal. Desmontaron las valijas y fueron disimulando, incluso, entre ellos mismos, la extraña devoción que sentían de repente por la tierra roja que les había bañado los pies toda la vida. Pero un hueco más silencioso que las nostalgias se fue colando sin que alguno siquiera le diera importancia.
El abuelo comenzó a desconocer por minutos los rostros… Se despertaba a mitad de la noche y daba gritos porque se sentía perdido. Un día ya no supo quién era la señora que lo acompañó los últimos 68 años. Los más jóvenes asociaron los sucesos a la brusquedad de la mudanza y siguieron como antes.
El último jueves de agosto el abuelo no amaneció en su cama. Buscaron por cada rincón del patio, dentro de la cisterna, debajo de las piedras… Empezaron la pesquisa en la terminal, husmearon en los hospitales, notificaron a la Policía, pero nadie advirtió en sitio alguno al anciano con la camisa de cuadros azules que faltaba en su armario.
Volvieron al pueblecito natal con desespero, siguieron el trillo de la línea del tren, revisaron entre la caña en flor y no encontraron ni una pista. Era como si el propio suelo que él desconocía se lo hubiera tragado…
Meses después, entre el peso de la ausencia en el balance del portal, en casa comenzaron a hablar del Alzheimer y recordaron al tío abuelo paterno que con poco más de 60 años olvidó hasta su nombre. Entonces las manos en la cabeza se volvieron como un ritual de culpa, uno mudo e imperceptible, como las huellas que no dejó "el viejo".
Lamentablemente, cada vez es más frecuente encontrar en las redes sociales a familias como esta, desesperadas por la ausencia de alguno de sus adultos mayores. A la par, resulta notorio el aumento de información sobre la enfermedad mental, incurable, que va degenerando las células nerviosas del cerebro y disminuyendo a su antojo la masa cerebral.
Y es que el Alzheimer cobra protagonismo en una sociedad como la nuestra, que envejece a pasos agigantados. La gente bromea con aquello de que "me agarró el alemán", pero sus garras provocan más que olvidos temporales; causan un deterioro cognitivo importante que se manifiesta en dificultades en el lenguaje, pérdida del sentido de la orientación y dificultades para la resolución de problemas sencillos de la cotidianidad.
La cara más triste del fenómeno es presenciar en primera fila cómo se desdibuja la mente de la persona que te trajo al mundo, te enseñó las nociones más detalladas o efímeras del universo y ahora no sabe que eres su hijo y te empuja, te evita, te rehúye.
A ese dolor le sucede el cambio drástico de todas las rutinas familiares. Ya no pueden quedar las puertas sin llave, la tubería del gas hay que vigilarla al máximo y algún adulto debe permanecer en el hogar a costa de sacrificar metas laborales o personales. Tiene que haber cada día un bateador designado, sí o sí…
Una vez que aparecen los primeros síntomas, los pacientes van degenerando y se vuelven más dependientes, de forma que hay que ayudarlos a vestirse, asearse, a comer.
A estas alturas no existe un tratamiento para prevenir la enfermedad ni para frenar su avance. Se prescriben medicamentos que ayudan con algunos síntomas y mejoran la calidad de vida, pero solo suelen ser útiles en las fases iniciales y este constituye un viaje sin retorno.
Es conocido que las primeras lesiones pueden aparecer unos 15 o 20 años antes de que se muestre algún síntoma, y debutan en la región del cerebro llamada hipocampo, que se encarga, entre otras cosas, del aprendizaje y la formación de nuevas memorias. Aunque no hay evidencias científicas, se piensa que su origen lo causa una combinación de factores de riesgo, algunos de ellos no modificables, como la edad o la genética.
Entre los elementos que sí pueden cambiarse para prevenir "el olvido" está llevar un estilo de vida saludable que obligue a reducir el consumo de grasas, hacer de las verduras, frutas y legumbres la base de la pirámide alimenticia y, ante todo, practicar ejercicios físicos de manera regular.
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A tres años de la mudanza, la familia con rezagos de dolor y tierra roja, no pierde la esperanza de encontrar algún día una pista del abuelo. El Alzheimer le robó la tranquilidad de los agostos… Aprendieron por las malas que en el hogar tienen que existir los resortes para advertir, incluso, las alarmas más imperceptibles; se necesitan "lupas" para echarle ojos y afectos a la tercera edad.