José Luis Palomares Peña

Puerto Padre, Las Tunas.- “¿Está Palomares?” Solo un análisis matemático sería capaz de determinar cuántas veces se escucha tal frase en el Bufete Colectivo de Puerto Padre. Superados los escalones de bienvenida, el renombre, ganado a base de talento y entrega, conduce a las personas hacia los servicios de un abogado que no quería serlo, pero la vida lo convirtió en un hombre de ley.

La valentía encuentra asilo en el rostro de José Luis Palomares Peña, graduado de Derecho y especialista en la Esfera Penal, asimismo irradia seguridad e incentiva valores humanos, incluso, en las peores circunstancias. Azares del destino hilvanaron hechos para convertir a un joven tímido en un profesional reconocido por su pueblo.

“Fue algo espontáneo, era una generación en la que teníamos la oportunidad de estudiar lo que quisiéramos. En comparación con otros países es una profesión de la élite, del poder, es decir, una de las carreras preferidas por las personas adineradas. Sin embargo, en Cuba es posible cursarla sin importar la condición, como fue mi caso, ya que procedo de una familia humilde. Por otro lado, también busqué estar cerca de mis padres para no incurrir en gastos excesivos. Eso sí, siempre fui muy estudioso y preocupado, el hecho de ser universitario y poder ayudar a mi familia me empujó aún más hacia el Derecho”.

El calor del hogar no solo enrumbó la elección ocupacional, sino también asumió galones en decisiones futuras, pues “al concluir la carrera tenía un escalafón bastante bueno, por lo que podía escoger la plaza que quisiera, tuve esa posibilidad. Yo quería en un inicio ser fiscal, enfrentar los delitos, ser enérgico, firme ante la delincuencia; pero estas plazas en aquel entonces solo se abrieron en 'Amancio' Demasiado lejos. Entonces opté por la abogacía y me quedo trabajando acá en la Villa Azul”.

Los retos constituyen fuente emocional para José Luis. Aliados eternos en el camino de la superación personal. El primer gran desafío radicó en mantener el norte en un trayecto con escasos puntos en común respecto a quien era por aquel entonces. Sin embargo, “a medida que pasaron los años se fue metiendo el bichito, abriendo camino a la pasión por la justicia.

“No quería ser abogado, pero decidí serlo, por ello debía prepararme y dar el paso al frente. Para mí, lo principal es ser responsable en el trabajo y me capacité para la nueva etapa. Tal fue mi osadía que a los 15 días de egresado, enfrenté mi primer juicio, complicado, más lo logré.

“Atendía un delito de asesinato. Hecho que tuvo gran connotación en el municipio, pues se trataba del homicidio de una estudiante de  'Jesús Menéndez', que se trasladaba para su casa y la persona que la recogió en el camino, la violó y asesinó. Me marcó de varias maneras, porque fue a una niña que regresaba de cumplir con sus obligaciones y alguien inescrupuloso se aprovechó de la situación. Por otro lado, hubo situaciones con la familia de la víctima durante el proceso judicial, en concreto, amenazas hacia mi persona porque en ese momento no comprendían cómo un joven se iba a poner del lado de aquella persona que cometió un crimen tan despreciable, no entendían cómo yo podía asumir representarlo cuando otros habían rechazado la defensa de ese acusado.

"Eso fue muy impactante, pero es una profesión que cumple con el mandato constitucional del derecho a la defensa. Además, me sirvió de preparación, pues un caso tan complicado merecía esmero, aprendizaje, buscar la manera de defender los derechos de esa persona que todos sabían que había cometido un crimen”.

El diálogo dota de vigencia recuerdos de antaño. En la memoria afloran sensaciones de la única ocasión en la que declinó un caso. Si bien justificaciones legales validan la disposición, certezas morales lo castigan con el peso  de “ver a una madre sufrir porque su hijo estaba preso por privar de la vida a otra persona y acudir a mí porque vieron la solución al problema. No pude ayudarla, conocía a la víctima y podía influir en la transparencia del asunto. Ese tipo de situaciones me duelen muchísimo”.

La industria del cine propicia la imagen de superhéroes, dotados de poderes, capas y tecnología, el destino, por su parte, los exhibe entre rasgos de sencillez y pudor, mientras la cotidianidad los convierte en invisibles para muchos. En los tribunales, donde lo material no encuentra cabida, conocimientos y astucia conforman las armas del éxito.

“Triunfar en un juicio deja tremendo gozo. Cuando ganas un proceso sabes que vencieron los derechos, incluso, cuando escudas a una persona que ha infligido la ley, repudiada por la sociedad en muchos casos, porque siempre que hay un acusado, hay una víctima. Se tiene la satisfacción porque agotas todas las herramientas para obtener un resultado y no hay nada mejor que el bien del cliente. Si difícil es tener un delincuente en la calle, más difícil resulta tener a un inocente condenado, entonces ahí radica el mérito del trabajo: velar porque esas cosas no pasen. Defienda a quien defienda, sea víctima o acusado, estoy tratando con seres humanos que sienten y debes ponerte en el lugar de ellos. Además nos obliga a actuar de psicólogos porque debemos explicar, de buena manera, a ese familiar por qué se tomó determinada decisión y pueda entender ciertas realidades, sin que exista una mala fe hacia el funcionario, dígase el fiscal, juez, instructor. Es una faena muy sacrificada, que no tiene fines de semana, ni horario cuando se trata de cumplir con el deber”.

A pesar de encarar entornos nada agradables, Palomares apuesta por el buen obrar. Ahí deposita la fuerza de una gran armadura.

“Como cubano, uno tiene sus creencias, pero ninguna ceremonia, ni nada que uno pueda pensar de que por ello va actuar de mejor manera. Lo que sí tengo son hábitos: llegar temprano, responsabilidad conmigo mismo, repasar los argumentos, pues no se trata de un trabajo de improvisación, sino que debes pensar en lo que ha sucedido a lo largo de todo el proceso investigativo y preocuparse, además, por lo que podría pasar, asimismo como los posibles escenarios por afrontar. Decir de alguna protección, puedo asegurar que no”, en una sola expresión transmite diversos mensajes: la parsimonia de una sonrisa segura y, de igual modo, el respeto a lo intangible.

Las carpetas, símbolo de la cantidad de litigios, invaden el espacio físico de la mesa. Una amalgama de conflictos aguarda. En tanto, los caminos mudan el destino, no será Roma, sino la sapiencia de un puertopadrense para quien significa “una alegría, pero también un compromiso porque le ponemos amor y entrega a lo que hacemos. Nos entregamos en cuerpo y alma en cada uno de los veredictos. Que lo busquen es una manera de reconocer el trabajo, lo cual genera el empeño de hacer bien las cosas. No creo ser un experto o extraclase, ni que eso conlleve a las personas a acudir al bufete y tenga una alta contratación, sino se debe a ese deseo de progresar en términos de preparación. Si al inicio no tenía vocación profesional, puedo decir a estas alturas que sí tengo por la justicia.

“Recuerdo que cuando comencé la carrera de Derecho una vecina le decía a mi mamá que no tenía madera para ser abogado porque no hablaba y era demasiado sensible. Todavía hay conocidos que no conciben que lo ejerza porque soy muy sentimental. A veces debo ser fuerte ante el dolor ajeno y para sobreponerme evito que las lágrimas afloren. Tampoco me distingo por conversar mucho, solamente en el ambiente laboral, fuera de ese contexto me gusta más escuchar que dar opiniones”.

La respuesta a la interrogante de entrada a estas líneas no necesita razonamiento, José Luis Palomares Peña siempre acude ante los necesitados, aun cuando la agenda refiera lo contrario. Algunos, dada la asociación con los problemas, se inclinan por permanecer alejados de los mediadores legítimos; sin embargo, aquellos que acuden a la oficina 7 del Bufete Colectivo encontrarán virtudes humanas, por encima del consejo letrado.

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