jose marti

Las Tunas.- Cuentan que Ángel de la Guardia Bello, en las noches cerradas de los campamentos mambises durante la Guerra Necesaria, repetía, a la luz de las fogatas, la historia terrible de aquel 19 de mayo de 1895 en el que murió José Martí.

Lo hizo también en Las Tunas, horas antes de su propia muerte. Sin embargo, nunca, ni él, ni ninguno de los presentes en aquellas charlas improvisadas, dejaron constancia de su testimonio sobre ese suceso nefasto que arrancó de Cuba, apenas dos meses después de su regreso, a su hijo más lúcido y universal.

El cadáver, enterrado inicialmente en Remanganaguas (Contramaestre) y luego en el nicho número 134 de la galera sur del cementerio Santa Ifigenia, en Santiago de Cuba, lucía un impacto de bala en la mandíbula, otro en el pecho y un tercero en el muslo.

Pero es ya sabido que no alcanzan balas para acabar la vida cuando se ha dado todo por ella; por eso, volver a Martí, a su faena transparente y sincera, no puede ser cartel de oficina o mandato sin corazón. Aunque es cierto que ese hallazgo personal que te acerca a su esencia es muy íntimo, no debe quedar en un segundo plano la necesidad visceral de estudiar sus apuntes, ahondar en sus textos y acercarse a la ventana mágica que es su obra en general, intensa, abarcadora, fecunda.

Por supuesto, hacerlo supone contar con la compañía correcta. Para eso, no es suficiente que ya en la web encontremos sus Obras Completas y se acceda a sitios que muestran valiosas investigaciones sobre la vigencia del ideario martiano en los más diversos campos (agricultura, Pedagogía, danza, deporte…). Resulta preciso que cada vez más sean los docentes conocedores de su talante, del peso de asumir la indagación en esos saberes y la idea del bien, que siempre defendió un hombre de carne y hueso que se confesó, muchas veces, pleno en la convicción de servir, casi como esencia de vida.

Y ahí no nos podemos quedar: el estudio debe trascender al aula. Quizás, entre los mejores ejemplos que podamos poner de esa constancia ahora en Las Tunas está el hacer de quienes integran el Movimiento Juvenil Martiano (MJM); pioneros y alumnos que recién acaban de desarrollar el Seminario Provincial. Lo digo no solo por los alrededor de 180 trabajos presentados desde la base, sino por la búsqueda incesante de la cercanía y la singularidad que tanto definen a la estela de El Maestro.

Al conversar con ellos descubres motivaciones nobles, como las de René, el adolescente del municipio de Jobabo que se inspira en el rostro de Pepe para encantarse con la técnica mixta y los pinceles; o a Amanda, la pionera que conversa con el Apóstol desde su obra misma y aprende, pero también comparte los saberes con sus allegados.

Igualmente descubres a una estudiante de décimo grado, de “Colombia”, que te explica cuánto de valioso late en los textos del hijo de doña Leonor que se revisan menos, como sus impresionantes diarios de campaña; y te muestra una investigación en la que ficha las referencias de árboles, flores, frutos que encuentra en esas páginas para insistir en la importancia de cuidar la naturaleza y concientizar a sus colegas en el cuidado del medio ambiente.

Solo así, si hacemos del conocimiento de su quehacer una vía para sentir una época y, dentro de ella, un ardor por Cuba que solo detuvo la muerte, podremos llegar a entender sus resortes, que son, de alguna manera, los que esculpieron el país que somos hoy; y entonces, disponernos a desentrañar ese misterio que él es, y nos acompaña siempre.

Se cumplen 128 años de la caída del Apóstol de esta Isla irredenta; un ser humano que no puede limitarse a enero y mayo; y debe traerse siempre cerca, como las almas buenas que se prenden al lado del corazón.

 

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