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Puerto Padre, Las Tunas.- Desde hace tres años, Raúl Justo Ochoa vive el sueño de quién sabe cuántos niños o niñas que siempre emocionados hacen el cruce a través del canal marino entre El Socucho y La Boca. Él es timonel de lanchón; y no de uno cualquiera, sino del que durante la temporada estival traslada a miles de personas hacia la zona de veraneo más importante de la provincia.

Un tanto bajo de estatura, cabellera escasa, y pasados los 60 años de edad, su locuacidad sorprende a este reportero, que lo aborda en una breve pausa en su trabajo.

Crecido en una familia en la que palabras como quilla, eslora, proa o popa son parte de su vocabulario habitual, Raúl afirma que desde hace más de seis décadas entre los suyos navegar ha sido parte de sus vidas. “Lo llevamos en la sangre”, sentencia. Por eso no asombra que desde temprano aprendiera cuándo sube la marea, o a interpretar, por la postura de los botes anclados, qué dirección tienen las corrientes. Sin embargo, su profesión fue otra; lo del lanchón llegó recién.

“Tenía un botecito con el que cruzábamos aquí; pero para seguir haciéndolo debía contar con un título de patrón. Pasé una escuela y logré la certificación que me sirve para esto, que hago en mis vacaciones”, explica.

fotorreportajeplaya7¿Qué tan difícil puede ser conducir una embarcación así?

“No es tan sencillo como parece”, responde. Lo primero, detalla, fue adaptarse a las dimensiones. Ir de un bote a algo como esto, compara, fue como aprender a conducir un auto cuando hasta ahora has manejado una bicicleta.

“Lo más difícil es el atraque. Debes tener en cuenta la corriente, la brisa, el viento, que influyen en que te salga bien tu maniobra”, describe. “Tienes que disponer de todos esos cálculos; cuándo frenar, porque en un carro tú frenas y ya. Aquí no, sino poco a poco, porque vas sobre el agua. Al dar marcha atrás, el barco sigue hacia adelante. Es algo complejo, pero bonito e interesante.

“Cuando vas arribando al muelle, eso tú lo calculas. Te concentras y antes de llegar anticipas la maniobra, cómo tú la vas a hacer”, precisa.

En días de muchos pasajeros completa más de 30 viajes con la embarcación a tope. No más de 90 personas, aclara, que es la norma que asegura la navegabilidad. En esas jornadas los sentidos tienen que aguzarse, subraya. Los bordes de la nave se pierden tras la multitud y su compañero de tripulación se torna mucho más importante.

Sí porque, aunque él está arriba, al timón en la cabina, este es un trabajo en equipo con su marinero, quien desde la cubierta hace y deshace las amarras, da los avisos de salida…, todo mediante señas de la marinería.

Han sido apenas tres temporadas, no obstante, ya cosecha esos momentos en los que se puso a prueba su ecuanimidad. Como aquel bañista imprudente que flotaba cabeza abajo justo en la trayectoria del lanchón hacia el muelle y no escuchaba los golpes sobre el casco metálico con los cuales su marinero intentaba avisarle del arribo de la nave. Afortunadamente sacó la cabeza y nadó apartándose, relata.

Cuando termine agosto y cese el bullicio de los veraneantes, Raúl regresará a su labor cotidiana en la Academia de Remos de su Puerto Padre natal. Allí cambiará el timón por las tizas; en la proa estarán los pupitres, y en toda la cubierta, el aula. Entonces el lanchón será barge; el mar, the sea y así sucesivamente. Volverá a su rol cotidiano como profesor de Inglés en esa unidad docente adscrita a la escuela de iniciación deportiva escolar (EIDE) Carlos Leyva; será de nuevo el teacher Raúl.

Quizás ahora este hombre haya alcanzado su realización completa. No solo porque viva orgulloso de su familia; en especial de su bisnieta de 5 años y de la otra que viene en camino, cuya sola mención le hace esbozar una sonrisa. También porque añadió a sus veranos algo que ciertamente oxigena la economía familiar, pero que, sobre todo, disfruta. Yendo y viniendo por el estrecho canal de la bahía puertopadrense, guiando la embarcación más mentada por innumerables vacacionistas tuneros.

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