
Las Tunas.- Patricia tiene 12 años y es una adolescente hermosa que se esfuerza en sus estudios y sueña con ser abogada. Hoy vive con la normalidad de una joven de su edad, pero con un temor que recorre su esbelto cuerpo. Los días para ella ya no son iguales. Una noche, junto a la inocencia que la acompaña, recibió mensajes de un desconocido, quien al principio fingió interés por su vida cotidiana. Las videollamadas que vinieron después fueron intimidatorias, convirtiendo lo que parecía una amistad en una situación compleja.
Patricia intentó ignorar lo que sucedía, pero los episodios se volvieron persistentes. Sus noches dejaron de ser tranquilas, no tenía ganas de comer y comenzó a aislarse. Tan solo bastaron pocos días para que su madre percibiera el cambio y, luego de una conversación con su pequeña, decidió acompañarla a buscar ayuda profesional.
La violencia psicológica atraviesa y marca otras formas de violencia. Raidel Bejerano Balmaceda, especialista de Primer Grado en Psicología, explica que sus efectos son duraderos y se manifiestan en la vida cotidiana de jóvenes y familias en Cuba. Con más de 10 años de experiencia en intervención con adolescentes, aclara que la violencia psicológica se instala muchas veces de forma silenciosa y progresiva, como un desgaste cotidiano que termina por tensar todos los hilos de la vida del joven.
Añade el facultativo que no siempre hay un solo episodio visible; suele tratarse de una suma de bullying, manipulaciones, amenazas, aislamiento inducido y acoso en línea que, con el tiempo, corrigen la autoestima hasta hacerla frágil y desconfiada. Esta violencia no necesita golpes para dejar marca; las palabras, las omisiones reiteradas y las tácticas de control tienen poder suficiente para alterar el desarrollo emocional y social.
“La violencia psicológica deja huellas que muchas veces no se ven a simple vista -continúa en su disertación. Estas huellas se traducen en trastornos del ánimo, ansiedad, estrés postraumático y alteraciones en el desarrollo personal. En la adolescencia esas consecuencias se agravan, porque es un período de transición y búsqueda de identidad.
”Este tipo de violencia es una de las más dañinas, es la que perdura en el tiempo. La violencia física, que provoca daños físicos, con el tiempo se va eliminando; en cambio, la psicológica permanece y condiciona.
”En la escuela, en la casa y en las redes sociales se generan formas de agresión que no siempre se reconocen como violencia. El grupo de amigos adquiere un papel rector en la vida del adolescente; las reglas del grupo, la presión por encajar y el miedo al rechazo son factores que moldean conductas y decisiones. En la adolescencia comienzan muchas dudas; no se es niño ni adulto, se experimentan cosas nuevas y surge la duda de si se va por buen o mal camino”.
El ciberacoso se manifiesta como una sensación de amenaza permanente que se traduce en insomnio, pérdida de apetito y retraimiento social, y esos síntomas suelen interpretarse erróneamente como “caprichos” y cambios propios de la adolescencia, cuando en realidad son señales de estrés emocional profundo.
“El acoso y el ciberacoso aparecen como manifestaciones frecuentes -detalla Bejerano Balmaceda. Perfiles falsos, chantajes emocionales y difusión de imágenes que comprometen la autoestima y el bienestar. La respuesta emocional puede variar desde tristeza y aislamiento hasta ideación suicida o intentos autolesivos.
”La atención temprana puede marcar la diferencia. En la provincia existen profesionales que brindan ayuda psicológica y reorientación en todas las áreas de Salud, aunque no siempre están cubiertas todas las plantillas. Se ofrecen espacios donde los adolescentes pueden solicitar orientación sin necesidad de tutores. Las consultas funcionan en salas de rehabilitación y en centros comunitarios de salud mental”.
El enfoque desde la perspectiva de género se considera esencial. Entender las distintas formas en las que la juventud vive y percibe la violencia ayuda a diseñar intervenciones más adecuadas. Además, fortalecer el autodesarrollo permite afrontar situaciones y solicitar ayuda cuando sea necesario.
“Las familias y las escuelas deben recibir orientación para detectar señales tempranas -prosigue el especialista. La comunidad y los servicios de salud mental deben coordinarse para ofrecer rutas de apoyo accesibles.
”Lo más importante es la persona. La garantía del autocuidado y la autovaloración es lo que permite salir adelante. Cuando una adolescente recupera su sentido de sí misma, mejora su salud mental y su capacidad para pedir ayuda”.
El desafío es identificar el peligro y desconfiar de lo desconocido. La participación de la familia es fundamental cuando se trata de redes sociales. Hay que alertar, supervisar... No todo lo que llega por esa vía es saludable para el consumo de niños, adolescentes y jóvenes. La prevención exige de programas en centros educativos, campañas en redes y capacitación para docentes y familias. Atender la violencia psicológica en la adolescencia es invertir en el futuro emocional de la sociedad.

