Cuatro Caminos Herrero 3

Las Tunas.- La historia de José Luis Jorge Oliva está marcada desde que vino al mundo. Apenas daba los primeros pasos y sus ojos se iban detrás de los caballos. Poco a poco aprendió a montarlos; pero, más que eso, los conoció y supo dominarlos.

Un día quiso ver cómo se herraban y en esos minutos el corazón le latió fuerte; no por miedo a las bestias ni a lo que dijeran sus familiares, más bien fue como una premonición porque algo le indicaba que ese era el camino y que ahí podía ser muy útil.
Esa misma jornada fue el inicio de su aprendizaje, un camino con obstáculos, sinsabores, golpes y mucha determinación para no huir de los momentos difíciles y mucho menos de los animales que por su fiereza lastiman la anatomía de los hombres.
Una pregunta aquí y otra allá lo hicieron conocedor de muchos secretos y mañas para hacer las cosas rápidas y bien y, especialmente, para que los dueños se sientan satisfechos con la atención a los corceles y la calidad del trabajo integral en sus cuatro patas.
Por eso, allá en la comunidad rural de Cuatro Caminos -donde reside- le llaman el papá de la herrería y los vecinos le endilgan muchos calificativos que resumen un gran empeño para cumplir con sus tareas y garantizar sus propias herraduras y clavos.
Cuatro Caminos Herrero 20“Dicen que yo sí sé herrar; pero les digo que es un trabajo que cualquiera puede hacer, solo que no se le debe coger miedo. De hecho, enseño a muchos jóvenes. Ellos se acercan a mirar, me piden ayuda y los pongo en una bestia mansa para que vayan aprendiendo la profesión.
“Lo mejor es que me siento contento de enseñarlos. Todo el que quiera puede contar conmigo”.
Así pasa sus días, uno tras otro. Los sábados y domingos completan sus semanas como si no fueran jornadas de descanso. Mas no se queja, porque dice amar esta profesión, a la que ha dedicado una veintena de años y gracias a ella ha tocado a muchísimos animales.
“Ya les conozco las patas a todos. Son de diferentes tamaños y formas y, como yo mismo hago lo que necesito, a veces se las tengo listas porque sé más o menos para qué fecha vendrán. Es que una herradura puede ser útil un mes, 45 días y hasta un poco más, en dependencia del trabajo que realiza el animal y del cuidado que se le dé.
“Los caballos necesitan las herraduras como nosotros los zapatos. Cuando no las traen a tiempo, llegan con las patas destrozadas por las piedras o por el exceso de trabajo. Entonces se hace más difícil porque hay que retirarles lo que les quede”.
Herrar caballos es muy peligroso y lo recomendable es ganar la confianza del animal para que permita la cercanía del herrador, una profesión, que en este caso, se conjuga con la de herrero.
“Hago las herraduras y los clavos con cabillas y alambrones. Los caliento con carbón de madera y a base de golpes les doy el molde requerido. Parece fácil, pero es difícil, porque se trabaja con hierro. Luego se las pongo a los animales en sus cascos.
“Pudiera tener un ayudante. Sin embargo, me gusta trabajar solo”.
Experiencias negativas ha tenido muchas; incluso, a veces hasta se ha acogido a un certificado médico, aunque se mantiene firme en su decisión de no cogerles miedo.
“Existen muchas bestias mansas; pero otras son malas. Hay que tumbarlas al suelo y amarrarlas a los árboles. Me han dado varios golpes y patadas. Me arrancaron un dedo y me han mordido como tres veces. Eso da unos hincones terribles.
“Pero aquí estoy. Yo creo que mi trabajo es útil porque los animales me necesitan. Por eso seguiré en esto, desafiando al peligro y a la propia vida. Yo soy el papá de los herreros”.

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