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Beijing, China.- Colocadas sus manitas sobre el vidrio, la niña esperaba con ansias que el animal hiciera algún movimiento. Algo, siquiera un músculo que le dijera que no estaba ante un objeto inanimado de los que cuelgan por montones en la tienda de souvenirs del Zoológico de la capital china, sino un ser de carne y hueso. Por eso estalló de felicidad cuando Meng, un panda gigante de casi 9 años de edad, estiró sus patas delanteras, abrió su boca en un bostezo y siguió recostado en su “tumbona” de troncos de madera.

No hizo falta saber el idioma local para entender las palabras de la infante. Bastó con apreciar su rostro iluminado de felicidad mientras corría hacia su madre exclamando algo entendible como “¡Mamá, mamá, ven a verlo que se movió!”. “¡Mira, mira!, ¡Está vivo!”, habrá dicho luego volviendo sobre sus pasos y tirando del brazo de su progenitora que se apuraba a colocar el teléfono móvil en el ángulo correcto para perpetuar el instante quizás irrepetible en largo rato. Los zoológicos no serían mucho sin las niñas y los niños que lo colman con sus expresiones sinceras, corriendo de un lugar a otro, maravillándose con los ejemplares en exhibición. El de Beijing, no es la excepción.

zoo beijing 2022 0006Este parque tiene sus orígenes a inicios del siglo XX durante la dinastía Qing, cuando fue llamado el jardín de los 10 mil animales. Rebautizado después como Zoológico de Beijing en 1955; hoy cubre un área de 86 hectáreas con aproximadamente cinco mil individuos de más de 450 especies diferentes y representativas todos los continentes.

Aunque no es de los más antiguos del país, sí acoge la mayor cantidad de animales con respecto a sus homólogos del resto de China. Antes de la Covid-19 aquí llegaban aproximadamente unos ocho millones de turistas cada año. En la actualidad solo permite el 75 por ciento de su aforo y aún todas las áreas de exhibición no están abiertas; pero en este caluroso verano poco a poco los visitantes de diversos rincones del país y un poco más allá están regresando.

¿UN OSO-GATO?

Esta misma semana un estudio dado a conocer por el China Daily aseguró que solamente a comer bambú los pandas gigantes comenzaron hace unos siete mil años. Así que, no lo dude, ellos estaban aquí mucho antes de que el primer ser humano caminara por estos lares.

Son animales solitarios que se las arreglan para dormir en los bosques ubicados a un promedio entre dos mil y tres mil metros de altura sobre el nivel de mar. Su dieta se basa fundamentalmente en hojas tiernas y tallos de bambú, de las cuales un adulto de entre ocho y 10 kilogramos de peso puede llegar a tragarse entre 38 y 40 kilogramos diariamente; propósito para el cual dedican hasta 14 de las 24 horas que dura un día.

Criados fuera de su hábitat natural y a pesar de la climatización de que disfrutan, en esta época del año las altas temperaturas de Beijing los obligan a mantenerse buena parte del tiempo día inmóviles a la sombra. Por ende, el más mínimo signo de actividad moviliza con frenesí a los espectadores.  

zoo beijing 2022 0009El mundo comenzó a saber de su existencia desde la primavera de 1896, gracias al misionero francés Armand David, quien recorriendo las florestas de la municipalidad de Baoxing, provincia de Sichuan, los identificó como “osos blancos y negros”, dicha toponimia se transformó al chino como “mao xiong”, que luego por errores de la traducción quedó como “xiong mao” (“oso-gato”).

No ha sido fácil para los científicos lograr que los pandas gigantes puedan reproducirse en cautiverio y paliar de algún modo su extinción por la paulatina reducción de sus áreas naturales de vida. El primer nacimiento en cautiverio ocurrió aquí en 1978, concretándose finalmente los intentos de inseminación artificial que comenzaron cinco años antes. A partir de entonces, China ha enviado numerosos ejemplares como embajadores de la amistad, al punto de ser en uno de los símbolos más relevantes del país.

Un no puede derretirse ante osos panda gigantes como Meng. Ellos son, quizás, la expresión suprema de la ternura; la misma que las niñas y los niños sienten como nadie y que estremece a los adultos llegados desde muy lejos para verlos, aunque sea en cautiverio. Pensando siempre en que preferiremos que sean más los que anden en libertad y menos, los enjaulados. De lo contrario habríamos fracasado en el empeño de proteger a la naturaleza.

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