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Las Tunas.- ¿Quién puede descifrar el universo infinito en la mente de un niño? Los sueños allí dentro son tan reales como la vida misma. Se revelan encantadores, contagiosos, esperanzadores... y los hacen visitar cualquier isla perdida o volar tan alto como Peter Pan sin levantar los pies del suelo. Sí que pueden y no hay adversidad que les mutile la imaginación.

Alex, Isaac y Abraham son de esos tantos chicos que pintan de colores los días. Protagonizan las más variadas aventuras encarnando a sus héroes favoritos. Ahora no pueden jugar a la pelota, a las cartas ni a los escondidos; la pandemia del nuevo coronavirus impone guardar la distancia, pero a la vez fertiliza la creatividad.

La tapia de ladrillos que separa sus casas siempre fue el principal obstáculo físico entre ellos. Para interactuar debían dar casi la vuelta a la manzana; y no pensaron que el muro, alguna vez, se convertiría en aliado de sus hazañas. Me narra Alex González Miranda que una tarde escuchó del otro lado a Isaac y a Abraham, subió sobre un banquito, y ahí comenzó todo.

Los hermanos de la Peña Rodríguez sorprendidos solo atinaron a preguntarle: "¿Y tú qué haces ahí?" Rieron… Aquel encuentro fue el primero de muchos y los padres aceptaron porque hay una adecuada distancia y usan siempre el nasobuco. Se les ha visto en medio de un campo de batallas, simulando un fuerte tiroteo o imitando a sus personajes predilectos.

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“Jugamos con unos muñequitos de trapo; ellos con los suyos y yo con los míos. Nos distraemos viendo a los pájaros y conversamos sobre las películas. También nos gusta imitar a los jóvenes titanes", me dice muy animado Alex.

¿Y quiénes son esos?, indago. “Bueno… se llaman Robin, Cyborg, Raven, Starfire, Chico Bestia... Cada uno tiene superpoderes. Cyborg, por ejemplo, saca un cañón de la mano; pero yo soy Robin", aclara. “A veces hasta pintamos nuestros carros para que se parezcan a ellos".

Desde el otro lado, Isaac, el más pequeño del trío lo interrumpe. “Yo soy Superman”. No quiso hablar mucho más, pero los ojitos delataban su felicidad. Abraham salió al “rescate”: “Viajamos en el tiempo y descubrimos tesoros. Hace poco nos convertimos en cocineros e hicimos un tremendo potaje”.

Ale vuelve a la carga: “Aquí en el patio hay muchas matas. Les saco las semillas a los aguacates que no sirven para lanzarlas como si fueran bombas y se forma el tiroteo: papapá…. Gozamos la papeleta”.

Los de la Peña Rodríguez estudian violín en la Escuela Profesional de Arte. “A veces se ponen a ensayar y yo los miro desde aquí; hasta les digo que hagan una misma canción para que suene mejor. Abraham también toca el piano; claro, no lo veo porque no puede sacarlo para afuera, pero sé que es él”, explica y sonríe González.

¿Por qué ahora tienen que buscar estas alternativas de diversión? Responde veloz: “No podemos hablarnos de cerca ni rozar los mismos objetos para evitar enfermarnos de la Covid-19. Encontramos la manera de entretenernos estando separados".

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Los tres son inquietos con una imaginación sin límites. Y aunque quedan ensimismados frente a la pantalla del televisor, prefieren intercambiar con sus amiguitos; eso se nota. Cursan la Primaria y me aseguran que no todo es recreo, tiene sus horarios de estudio y de teleclases.

“Cuando se acabe la pandemia podremos ir a la escuela y abrazar a nuestros compañeros. Si es posible le daré un beso a Saled, una niña de mi aula que quiero mucho", dice Alex con picardía. Abraham acota: “Por ahora es mejor quedarse en casa”.

Así son los infantes; pequeños sabios de alma pura, de quienes bien vale la pena aprender. Encienden luces y quimeras. Hoy, primero de junio, Día Internacional de la Infancia, Cuba lo celebra con la certeza de que nada es más importante que sus sonrisas. Bajo este cielo, “los que saben querer” encuentran una isla maravillosa para ponerle alas a los sueños.

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