Las Tunas.- Al día siguiente de la elección de Donald Trump como presidente de los Estados Unidos de América, Ben Rhodes pasó por el mal rato de aceptar su error ante cámaras y micrófonos. No era sencillo para él, porque su trabajo de Asesor de Seguridad Nacional de Barack Obama era, precisamente, no equivocarse en sus vaticinios.
Del otro lado de la pantalla estaban los negociadores cubanos. "Me disculpé por mi confianza de que (Hilary) Clinton ganaría y que como yo había predicho, ella lideraría el fin del embargo (bloqueo)", contó.
Semanas más tarde en una cena con el General de Ejército Raúl Castro, a la sazón presidente de Cuba, Rhodes le preguntó qué harían si el nuevo Gobierno estadounidense echaba atrás lo alcanzado después del 17 de diciembre del 2014. Raúl, tras evocar anécdotas de la Crisis de Octubre, le dijo: "Hemos lidiado con cosas más duras que Donald Trump".
Luego vimos cómo con esta Administración se rompieron límites que habrían hecho exclamar "¡Esto es demasiado!", a pesos pesados dentro del Partido Republicano como el clan Bush. Así, desde este mayo la Casa Blanca abrió la posibilidad de que, al amparo de la Ley Helms-Burton (sancionada por Bill Clinton en 1996), ciudadanos estadounidenses demanden ante los tribunales de su nación a empresarios de terceros países que hayan invertido en lo que fueron sus propiedades en la Mayor de las Antillas.
El suceso trae a la palestra una Ley más conocida por los nombres de sus patrocinadores y que fue diseñada como la última vuelta de tuerca contra la Revolución, cuyo fin se creía inminente hace 23 años. En pocas palabras, esta aversión del derecho desconoce la existencia de un Gobierno legítimo aquí, enunciando que para ser aceptado por Washington las autoridades de una Cuba postsocialista deberían, literalmente, retrotraer a la Patria de Martí a las condiciones de sumisión política y económica presentes hasta 1959.
Desde su aprobación dos décadas atrás tuvo críticas hasta desde la derecha en suelo norteamericano, afirmaron, le restaba influencia a EE.UU. sobre los procesos políticos y económicos dentro de este Archipiélago; y lo que era peor a sus ojos, alteraba el balance de poder entre el Ejecutivo y el Legislativo en detrimento del primero.
"Es probable que trabajará (la 'Helms-Burton') directamente en contra de su declarado objetivo, promover una transición democrática en Cuba", dijo en su momento Richar Nuccio, Asesor de Asuntos Cubanos de la Administración Clinton y quien fuera uno de los teóricos de tratar con nuestro país combinando la "presión y el contacto", tal cual vimos luego durante la era de Obama.
Para entender que Trump haya optado por regresar a la dinámica destructiva y contraproducente, incluso, desde la lógica de la hegemonía imperial, es preciso advertir que ellos actúan desde la arrogancia de no reconocer los actos de las autoridades cubanas que, en este caso, serían las leyes de nacionalización de principios de los años 60.
En su extremismo les han concedido a los herederos de los ladrones del erario público cubano y batistianos asesinos, hoy nacionalizados en EE.UU., la posibilidad de equipararse con las empresas estadounidenses que tenían inversiones en suelo antillano hasta 1960 y que en condiciones normales habrían podido ser compensadas.
Sin embargo, lo verdaderamente relevante en el nuevo capítulo de la hostilidad made in USA es que en sentido estricto este jueves los cubanos no perderán sus casas o lugares de trabajo, porque eso significaría que estaríamos aceptando la posibilidad de rendirnos alguna vez ante esta camarilla de bandidos internacionales, que pisotean sin pudor el derecho internacional.
Lo trascendente, porque de hecho ya está sucediendo, es el efecto demostrativo que tiene tal paso sobre potenciales inversionistas, quienes evitarían hacer negocios con Cuba, temerosos de verse inmiscuidos en tramas judiciales con un resultado dudoso.
Casi tres años de aquella disculpa de Ben Rhodes, los peores pronósticos dejaron de serlo y la otrora cordialidad entre los representantes de ambos países se perdió entre la bruma de los recuerdos. No obstante, la activación del Título III ha tenido otra secuela: Donald Trump se ha ganado nuevos enemigos en el ya existente lobby pronormalización dentro de los Estados Unidos y del cual, probablemente, tengamos noticias en el futuro.
Y aunque por motivos que no necesariamente coincidan con los nuestros, ellos y aliados de EE.UU., como la Unión Europea y Canadá, han manifestado que no se quedarán de brazos cruzados frente a la reciente tropelía de la Casa Blanca.
Pero, no se olvide, la verdadera fortaleza de esta tierra indómita para enfrentar las eventuales consecuencias de la bravuconería de Trump y compañía seguirá siendo, junto a la solidaridad de los pueblos, su cubanísima resolución de no ceder ante las amenazas.