deberes escolares

Las Tunas.- No hace falta ser erudito para comprender la importancia de las tareas escolares. Todos crecimos con ellas y, aunque muchos no reconocen la relevancia que tienen, estas son vitales para fijar los contenidos de la clase y favorecer el desarrollo intelectual de los estudiantes, en cualesquiera de las enseñanzas. Solo que existe un mal muy común en nuestra sociedad: no siempre en casa es precisamente el niño el que hace esos deberes.

El colmo lo escuché hace unos días, cuando un pequeño del barrio le comentó a uno de sus compañeritos de aula que aún no había cumplido con la respuesta de dos preguntas del trabajo práctico, porque su mamá no se las había respondido. Es más, ponderó fuertemente: “Imagínate, es ella quien me las resuelve”.

Eso me llevó a reflexionar: ¿y si su madre no estuviera?, ¿qué pasaría si le tocara investigar esas dos preguntas en el aula, donde ella no está?, ¿qué hará si se va a estudiar fuera de la provincia?, ¿cómo resuelven otros que no tienen quién les coopere?

Estamos ante una realidad que aborda varios matices, por eso es pertinente aclarar que con esta reflexión no me refiero a esas tareas mal diseñadas, especie de “tesis” y tema para otro comentario; hablo, más bien, de las acordes con los objetivos de cada grado. El principal problema radica en que los padres caen en el error de resolver lo que su hijo tiene la capacidad de hacer por sí mismo y que fue concebido para su edad, a pesar de que en algún momento necesite una aclaración.

Las tareas escolares son muy necesarias para que el niño construya una autonomía. No solo contribuyen a que las clases se aprendan mejor, sino que hacerlas todos los días forma el hábito de estudio. También pueden contribuir a fomentar la creatividad y que así el alumno desarrolle habilidades, que le servirán para el futuro.

Un infante que se acostumbre a hacer los deberes, incluso cuando no tenga, igual tomará sus libretas y repasará los contenidos del día. Porque, evidentemente, habrá creado una cultura, una necesidad personal de repaso diario, que repercutirá de manera positiva en sus estudios posteriores. Nutrirle la costumbre de leer, el deseo de conocer, redundará en su propio beneficio.

Es cierto que los días nos llevan deprisa en todos los aspectos, apagones mediante; que la tecnología ayuda y Google tiene “todas las respuestas”, pero la solución no puede ser solamente prestarle el teléfono y copiar lo primero que brinde Internet, para que puedan ir a jugar más rápido, “si, en definitiva, se pasan el día ‘aterrillados’ en el aula”. Al niño hay que adaptarlo a analizar lo que está leyendo, a sacar sus conclusiones; en fin, enseñarlo a pensar.

Por supuesto que desde edades tempranas es muy importante que los padres y demás familiares les colaboren a los más pequeños en esta misión escolar. De hecho, para los educandos es una seguridad saber que cuentan con ese apoyo en casa y, sin dudas, constituye un tiempo de unidad familiar. Pero ha de vivirse sin protagonismo excesivo de los adultos.

La dependencia no fomenta el intelecto, sin mencionar que son los menores los perjudicados a la hora de evaluarlos. Es por eso que no podemos frenar su capacidad de razonamiento ni adaptarlos a darles todo “masticado” o que, simplemente, se acostumbren a copiar, pero sin analizar.

Es bueno ir creciendo con metas, en evolución constante, y no aprendiendo de manera mecánica; que tengan criterio propio será de las mayores ganancias. La asistencia debe ser hasta un límite, porque las tareas escolares no son para los padres. Por tanto, no permitamos que el amor y la sobreprotección afecten el desarrollo de lo más hermoso que tenemos: nuestros hijos.

Escribir un comentario

Este sitio se reserva el derecho de la publicación de los comentarios. No se harán visibles aquellos que sean denigrantes, ofensivos, difamatorios, que estén fuera de contexto o atenten contra la dignidad de una persona o grupo social. Recomendamos brevedad en sus planteamientos.

Código de seguridad
Refescar