annia1Hoy,  Día Internacional de la Enfermería, celebramos la entrega de nuestros enfermeros que están salvando vidas aquí y en otras partes del mundo


Las Tunas.- Annia González Pérez es de esas personas buenas que cautivan desde el minuto “cero”. Lo supe en el mismo instante cuando le pedí conversar, a través del chat, y sin vacilar respondió: "Sí, como no". Esa vocación suya de servir le viene en los “genes” de la profesión que la enamoró hace ya más de dos décadas. Sin demasiado esfuerzo rompió la frialdad de las distancias a golpe de teclado. 

Desde un cuarto de hotel en México, tan lejos de su gente y de su tierra, aceptó abordar “la máquina del tiempo” para remontarse a los años en los que la Enfermería era un sueño aún por conquistar. Los pensamientos iban tan deprisa que “escapaban” de sus dedos y en pocas líneas resumió tantos esfuerzos.

“En la Enseñanza Preuniversitaria -recuerda- comenzaron las convocatorias de la carrera para cursos diurnos en las universidades de Medicina. Quienes se inclinaron por esta especialidad recibieron preparación mediante entrevistas y visitas al centro universitario.

"En 1990 empiezo la Licenciatura en Enfermería, y me gradué en 1995 con buenos resultados. Trabajé ocho años en el hospital Ernesto Guevara. Luego nacieron mis dos princesas, la primera en el año 2000, y la pequeña en el 2002. Doce meses después (2003) me traslado hacia el Hospital Pediátrico, buscando acercarme a mi esposo que ejerce allí. En el 2020 ya cumplo 25 años de experiencia laboral".

Entonces, descubro entre líneas su otra vocación, una que no se fomenta en academias: la maternidad. Las niñas crecieron demasiado rápido, pero nada le impide llenarlas de mimos y cargarlas sobre su regazo, me cuenta e imagino una sonrisa dibujada en su rostro. Ahora no puede tocarlas ni acariciarlas y la añoranza le estruja el pecho.

Hoy, igual que siempre, ellas son inspiración en su labor. “Nunca han sido un freno para mi desarrollo profesional" -asegura-. Y se remonta unos añitos atrás. “En los dos embarazos trabajé hasta las 34 semanas y después de nacidas encontré siempre la manera de atenderlas y cumplir con el deber; ellas también se han sacrificado junto conmigo. Ahora siguen mis pasos y los de su padre en la Medicina”.

¿Alguna vivencia que le haya marcado en estos años de desempeño?

Sí, claro. Creo que lo más grandioso que puede experimentar un profesional de la Enfermería es trabajar con infantes, y yo he tenido esa oportunidad en el Pediátrico. ¡Me encantan los niños!

¿Qué es lo que más la llena de gozo?

Para mí la mayor satisfacción está en hacer bien lo que me corresponde, y a su vez que mis compañeros sepan darle continuidad. Mi trabajo no es directamente asistencial, sino en el Departamento de Epidemiología, más bien en las labores de prevención. Una enfermera vigilante epidemiológica es la encargada del control del cumplimiento de las normas epidemiológicas.

Buscamos factores de riesgo que puedan ocasionar infecciones a los pacientes, en este caso las asociadas a la asistencia sanitaria. También hacemos vigilancia en la salud ocupacional de los trabajadores, y de las enfermedades transmisibles en conjunto con los médicos epidemiólogos y los asistenciales. Ya son 17 años en esa función y me he enamorado de ella.

En el plano personal, me hace feliz ver a mi familia unida y la realización de mis hijas.

¿Cuáles son los valores que usted considera deben identificar a un profesional de esta rama?

Una enfermera, ante todo, debe sentir amor por lo que hace, porque esta faena entraña mucho sacrificio. No deben faltar la responsabilidad y el humanismo.

¿Cómo percibe la formación de las nuevas generaciones?

Las generaciones nunca son las mismas; la mía fue diferente a la que le antecedió y cada cual tiene sus propias fortalezas y debilidades. Sin embargo, considero que se debe fomentar más la formación de los valores, tan determinantes en nuestro ejercicio.

LA MÁS NOBLE OCUPACIÓN EN TIEMPOS DE COVID-19

“Pienso que la Enfermería siempre ha sido esencial y esta vez no es la excepción. Muchos enfermos de la Covid-19 tienden a tener complicaciones importantes, por lo que el tratamiento con sus acciones corresponden completamente a nuestra especialidad”.

Annia tiene certeza de lo que aquí expone. Lo vive desde la tierra azteca a donde llegó a brindar su mano solidaria, porque allá, aquí o en cualquier otro sitio, hace honores a la cofia que carga con orgullo sobre su cabeza. Es ella otra de las valientes que encara al “bicho”, y a sus propios miedos; y eso definitivamente, la hace más admirable.

“Cuando fui convocada para integrar la Brigada Henry Reeve sentí mucha emoción, al saber que me tuvieron en cuenta para cumplir está honrosa misión, al mismo tiempo no sabía cómo llegar a mi casa y darle la noticia a mi familia. Estuve con anterioridad en Bolivia y vivieron emociones muy fuertes cuando el golpe de Estado a Evo Morales.

"Mi esposo, mis niñas y mi mamá sintieron temor, pero no me faltó el apoyo de ellos ni un solo momento. Y aquí estoy. Es una nueva experiencia en mi vida personal y profesional; nunca imaginé prestar ayuda solidaria en un país como México. Al principio fue un poco difícil, pero han reconocido el humanismo y la profesionalidad del personal cubano”.

Me cuenta que labora en el servicio de Urgencia de un hospital pediátrico, ahora adaptado para enfrentar la enfermedad. A los pacientes sospechosos se les realiza el PCR en otra área habilitada en el centro y refiere que la mayor incidencia y letalidad se halla en la población adulta.

En pocas horas volverá a vestir los atuendos protectores para pasar otras 24 horas en la línea decisiva. Entre sus pacientes no encontrará ningún rostro conocido y aún, hablando un mismo idioma, faltará esa conexión cubanísima, pero eso no hará la menor diferencia. Annia medirá la presión arterial, colocará un termómetro, aplicará un medicamento… todo sin perder la sensibilidad ni la esencia que guió sus pasos hasta allí, porque ella es, ante todo, enfermera. 

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