Actriz Clotilde

Las Tunas.- El teatro guiñol Los Zahoríes es su hogar, ese donde ha habitado gran parte de su vida la actriz de Primer Nivel Clotilde Aguillón Rodríguez y su eterno payaso Caramelo. Hija de músicos, amante de los niños y las travesuras, celosa con sus títeres… Razones que explican por qué sus funciones no envejecen nunca.

Ella también es miembro permanente de la Comisión de Cultura Comunitaria de la provincia. Ha participado en festivales nacionales e internacionales y, a lo largo de sus 49 años de vida profesional artística, ha formado parte de varios proyectos, a los que ha aportado experiencia y creatividad. Hoy comparte un pedazo de su vida con nosotros.
- ¿Cómo se decide por la actuación?
Tenía 16 años cuando, junto a mi hermana Pilar, participé en la convocatoria de Eloísa del Roble y Juan José Rodríguez para formar parte de un grupo de titiriteros; ambas fuimos escogidas. A mí me gustaba el canto y en mis planes no estaba dedicarme al teatro, pero como se considera la más completa de las artes, me decidí por ese camino.
La primera obra que hice fue Los tres cerditos, para la prueba de aptitud. Ya en la academia realicé una versión que hizo Pedro Valdés Piña de Juanito y las semillas y El lindo ruiseñor. Desde que entré a la escuela me propuse estudiar y prepararme mucho, mas, puedo decir que no fue suficiente; en la práctica realmente me hice titiritera.
- ¿Cómo recuerda los inicios del guiñol como institución?
Cuando empezó, teníamos que ofrecer función doble y acoger tres tipos de espectáculos: para niños, jóvenes y adultos. Nosotros confeccionábamos títeres, tocábamos música en vivo y hacíamos trabajos de utilería.
Nos entregamos a la manifestación, la respirábamos y vivíamos. Éramos un grupo muy unido, premiado y que participaba en varios eventos nacionales e internacionales. Trabajábamos todo tipo de técnicas. Además de ser uno de los pocos especializados en la técnica de luz negra en ese momento en el país. Dos de nuestros éxitos fueron Caballerito a la Luna y El pequeño príncipe.
- ¿Qué sentimientos le despierta esa etapa de su vida?
La recuerdo con mucha añoranza y admiración. Fue una aventura que nos enseñó a ser más humanos, a enfrentar los problemas y luchar por nuestros sueños. Fue una travesía que nos consolidó como artistas, éramos una familia.
- ¿Hay magia en los títeres?
Sí, yo conozco bien esa magia. Nuestro trabajo se basa en darle vida a algo inanimado. Estoy enamorada de ellos, pues son maravillosos, fantásticos, traviesos, especiales y les fascinan tanto a los niños como a las personas mayores. Si volviera a nacer sé que sería titiritera.
- ¿De todos los títeres que ha manipulado, con cuál se siente más apegada y por qué?
Con Caramelo. Él era parte de otra obra llamaba El payaso Papirote y en esa puesta no lo animaba yo. Al convertirlo en Caramelo le otorgué un sentido didáctico y les enseñaba a los niños a no seguir las conductas negativas.
- ¿Qué espectáculo recuerda con mayor cariño?
El corazón de sapito. Ahí hacía un personaje negativo de una lechuza con el que me sentí identificada; disfruté mucho su enseñanza.
- El público infantil es muy exigente, pues los niños son espontáneos, impredecibles y sinceros. ¿Cuáles son sus secretos para enamorarlos en escena?
Para cautivar al público infantil tienes que creer en el muñeco, llevar todos tus sentimientos, psicología y animación de la técnica a este “ser”. Necesitas conocer también el momento adecuado para interpretar cada obra.
- Para usted el teatro no solo es un hecho artístico de grandes escenarios porque lo ha llevado hasta varias comunidades de la provincia. Coménteme sobre ello.
He atendido numerosos proyectos a lo largo de mi carrera, que ya forman parte de mi vida. Es gratificante dejar un pedacito tuyo en distintos lugares y personas, sembrar amor, sacar una sonrisa… Uno de los que más me ha marcado es un proyecto de niños con discapacidad auditiva. Fueron meses de mucho estudio, pero logramos resultados. Lo presentamos en escuelas, lo transmitió por el programa Hurón Azul y lo expusimos en el Congreso de Cultura y Desarrollo. Fue muy lindo.
- ¿Cuán importante es integrar la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac)?
Es una responsabilidad y un privilegio enorme, pues te implicas en diferentes procesos de la sociedad y contribuyes con tu arte al desarrollo de los mismos.
- ¿Qué significa ostentar la condición de miembro de honor?
Es gratificante, un reconocimiento a mi entrega que ni siquiera me propuse. Es el fruto del compromiso que he tenido con el público desde que inicié la carrera.
- ¿Actualmente qué rol desempeña en Teatro Tuyo?
Desde el 2016 integro este colectivo. Sigo como titiritera, aporto conocimientos y soy profesora de la asignatura Teatro de Figuras en la Escuela Nacional de Clown. Es un privilegio formar parte de un grupo especializado en una técnica tan compleja como el clown, una agrupación prestigiosa a nivel nacional e internacional. Además del compromiso de impartir clases en una escuela única en Cuba. Contribuir a la formación de un actor es una experiencia bella.
- Hábleme del proceso de preparación para la interpretación (cuando la situación epidemiológica lo permita) del payaso triste, en Narices.
Acepté el reto maravilloso de actuar con ellos y estoy enamorada de esta propuesta. Me encuentro en medio del descubrimiento creativo del personaje, estudiando las puestas anteriores y en trabajo de mesa con Ernesto Parra y los artistas que lo han interpretado. Exploro sus motivaciones desde mi condición de persona: ¿Quién es él? ¿Por qué no tiene nariz? ¿La perdió o nació sin esta? No estoy segura cuál será el resultado, pero me entregaré con toda la pasión del mundo.
- ¿Consejos a las nuevas generaciones que se inicien en el teatro?
Que lean, observen, investiguen, estudien... Que sean humildes y reconozcan sus errores, que se entreguen por completo y sean inconformes. Tenemos el privilegio de dejar de ser nosotros para ganar otra vida y, cuando lo haces bien, los espectadores lo agradecen porque transformas sus emociones, los sacas de la rutina y los haces soñar.

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