Las Tunas.- Sentada en el amplio salón, a la especialista en Higiene y Epidemiología Diamela Varela le crece el orgullo. Viste el mejor de los atuendos: una bata blanquísima de mangas largas que sobrepasa sus rodillas, y sus expresivos ojos brillan un poco más que de costumbre. Mientras espera, su mente vuela lejos, allá por la ciudad de Barquisimeto, Venezuela, donde estuvo tres meses en una de las brigadas Henry Reeve. Le llegan los recuerdos de esos días en los que desafiar temores era más un ejercicio de humanidad que de supervivencia.
Allá, en la Patria de Bolívar, enfrentó la Covid-19, pero su lucha empezó mucho antes, y en tierra propia. En el Puesto de Mando de la provincia, junto a su equipo, interpretaba los datos, determinaba la clasificación de los pacientes (sospechosos, contactos) y coordinaba el traslado hacia los diferentes centros de aislamiento. Fue allí que le propusieron formar parte del contingente internacional y no hubo titubeos en su respuesta. “Esa misión era algo que yo quería y necesitaba, un gran reto personal y profesional”.
Sin apenas indagar cuál sería el destino, Diamela se dispuso a prepararlo todo con la única certeza de que ayudaría a otros. “Finalmente nos dijeron que iríamos a Venezuela, pero con una característica especial. Teníamos la misión de brindar atención médica a los cubanos que enfermaran de Covid-19”.
En la nación suramericana, ella y sus compañeros asumieron la responsabilidad de cuidar a los nuestros. “La brigada estaba integrada por 94 colaboradores de diversas especialidades y la mayoría poseía experiencias en la 'Henry Reeve'. Acababan de llegar de Italia, México, y compartir con ellos fue enriquecedor. Nos agrupamos en seis equipos para asistir en varios estados”.
Habla de la dureza del trabajo, de las largas horas sin apenas un respiro y de las pericias para adaptar las unidades asistenciales a la contingencia sanitaria, con las garantías de bioseguridad en sus protocolos de actuación. También hace referencia a ese privilegio que les permitió proteger a quienes, a su vez, salvaban vidas. “La vigilancia de este personal no era una tarea sencilla, pues estaban expuestos a un alto riesgo; se trataba de especialistas que hacían procederes invasivos, la ventilación, la atención a pacientes críticos.
“No lamentamos la muerte de ninguno de los colaboradores que enfermaron. Ante la compleja situación epidemiológica de ese país empezamos apoyar la asistencia a la población venezolana”. En ese instante, se detiene en un punto exacto de sus memorias y la expresión en el rostro lo dice todo, mas encuentra la manera de escapar de allí, porque le resulta demasiado doloroso. Ella prefiere guardar los recuerdos más gratos, esos que le aportaron experiencia, preparación y la motivación para seguir.
“Durante el último mes prestamos servicios en instituciones de Salud venezolanas junto al colectivo médico local. Nos dieron un reconocimiento especial, porque se logró disminuir la mortalidad y los contagios de los trabajadores del sector en esos centros”. Ahora, de vuelta a sus rutinas, Diamela se descubre más enamorada de su especialidad, esa que eligió por pura vocación, y que hoy adquiere su justo lugar, en medio de una de las mayores crisis sanitarias de los años recientes.
“Dentro de la Medicina todo es de interés epidemiológico, pero se presentan urgencias cuando aumenta la circulación de una enfermedad transmisible, como es el caso de la Covid-19. A la Epidemiología le interesa la salud de las poblaciones de manera general, no de un sujeto en particular”, dice.
La madre de Rocío, hija de Esmelaides y Diosdel, la “profe” de muchos… ahora es también una de las valientes de la “Henry Reeve”. Por eso, no puede menos que sentir orgullo, mientras sentada en aquel salón, evoca esa irrefutable verdad, y otros, a su lado, igualmente entrelazan historias de humanismo y entrega.
LA FUERZA DE LA SOLIDARIDAD
Hasta Honduras llegó el licenciado en Enfermería Yusdel González Rabel tras el paso de dos huracanes que dejaron viviendas destruidas, postes eléctricos derrumbados, inundaciones… un panorama desolador. Viajó a sabiendas de cuán ardua sería esta misión, es de los “inquietos” que defienden la vida en cualquier escenario.
“Eso es lo que me gusta, imponerme retos. Dormíamos en casas de campaña y enfrentamos situaciones que aquí no son las habituales, a veces hasta inimaginables”, aseguró. “Nuestro grupo, integrado por un técnico de Higiene, un galeno y un enfermero, brindó el tratamiento oportuno. Dimos consultas a los pacientes casa a casa, algo novedoso para ellos. Además, se habilitó un puesto médico y asistimos en el poblado de Urraco a unas tres mil personas que padecían diferentes enfermedades”.
Durante las pesquisas detectaban sospechosos y positivos a la Covid-19. Sin descuidar las medidas de protección establecieron un vínculo con la población, y lograron a través de charlas educativas, aumentar la percepción de riesgo, que hasta ese momento era prácticamente nula. En los lugares más intrigados de la nación hondureña, sobre todo en Yoro, este enfermero con casi dos décadas de ejercicio conoció una dura realidad. Y también de la gratitud de gente humilde para quienes los cooperantes cubanos fueron una luz en el camino.
“Esas localidades de difícil acceso, no recibían servicios médicos. Para ellos éramos como dioses y decían: 'Los cubanos no cobran, dan medicamentos'. Preferían atenderse con nosotros que con los profesionales hondureños”. En sus palabras hay pesar cuando expresa que allá la mayoría de las familias tiene una prole numerosa a la que casi no consigue sustentar. “Elaboran una harina, llamada baleada, con alto componente ácido, que provoca gastritis y úlceras. Sin embargo, es lo que pueden dar a sus hijos”.
No es esta su única misión como parte del contingente Henry Reeve, antes, desde una zona roja en Emiratos Árabes Unidos se batió contra el SARS-CoV-2. De esos viajes -afirmó- se trajo la satisfacción del deber cumplido y el placer único de sentirse útil.
“SALVAMOS MUCHAS VIDAS”
Cuando en el mes de diciembre, el especialista en Higiene y Epidemiología, René Aveleira, arribó a México, la nación registraba una de las más altas tasas de letalidad del mundo por Covid-19 y circulaba una cepa muy violenta del virus. Ante semejante “carta de presentación” no le resultó difícil al experimentado colaborador suponer los desafíos.
“El sistema sanitario estaba rebasado, la enfermedad había superado la capacidad de respuesta y algunos hospitales no podían funcionar porque no tenían personal. Nosotros ocupamos esos puestos y capacitamos a muchos médicos mexicanos recién graduados, a partir de nuestros conocimientos, humildad y sencillez”.
De lo acontecido en la tierra de Benito Juárez refiere que trabajaron en la Secretaría de Defensa Nacional, en unidades militares y recintos adaptados. Primero crearon normas de bioseguridad y dentro de los protocolos locales hicieron sugerencias. “Lo más importante es que logramos salvar muchas vidas. Recibimos muestras de cariño y de gratitud no solo del presidente Manuel López Obrador y de otros miembros del Gobierno, sino del pueblo.
“Los pacientes lloraban y nos decían que no se explicaban cómo nos exponíamos al riesgo para brindarles atención. No podíamos fallarle a ese país al que nos une la historia. Estuvimos en la primera trinchera de lucha contra la Covid-19 y ese fue nuestro yate Granma”, dice con orgullo este hijo ilustre de Manatí.
Aveleira acumula 25 años de experiencia en la profesión; combatió al ébola en Sierra Leona, África, y estuvo en Islas Fiji, en Venezuela y también en Italia. “Quién iba a decir que un guajiro de Tasajera, ayudaría a tantas personas en el mundo; eso es gracias a la Revolución, a la que debemos tanto”, dice mientras una sonrisa escapa de sus labios.
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Diamela, Yusdel y Aveleira forman parte de un grupo de 33 médicos, enfermeros y epidemiólogos que regresa a suelo tunero cuando se cumple poco más de un año de que la primera brigada Henry Reeve partiera a afrontar la pandemia. Ellos demuestran, una vez más que, cuando la solidaridad extiende sus alas, los buenos agradecen. No importa la geografía, el amor al ser humano puede marcar la diferencia entre la vida y la muerte.