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Las Tunas.- Tengo un amigo que lucha ahora mismo por su vida en la terapia intensiva de un hospital, ventilado; un sobrino que ya tiene cuatro meses y todavía no he visto, se llama Thiago y lo veo crecer, lindo, desde las fotos en redes sociales.

Conozco a un tunero que perdió a su madre y, apenas un día después, a su papá, y no pudo darles un beso a ninguno de los dos. Ahora mismo no sabe si le duele más eso, o el olor de sus cosas en la casa, vacía. Sé también de un adolescente en Buena Vista que ya no tiene mamá; y eso que hace apenas dos meses estaban felices, en la playa, juntos, celebrando la vida.

Tengo a una amiga que ya lleva varias noches sin poder conciliar el sueño porque su hija está en un centro de aislamiento; y yo le digo que se calme, que ya ella es una mujer; pero no escucha razones y sigue con la voz rajada y el susto hasta el infinito tras el anuncio de cada vómito a través del teléfono. Y busca en los cajones un “grabinol” y en la cocina cómo hacer mejor una buena bola de plátano macho; y entonces, cuando lo tiene todo listo, agarra trillos enrevesados y se asegura de que la ayuden, y se los hagan llegar.

Ellos, no son números fríos en el parte diario del doctor Durán, son personas, padres, hijos, hermanos, coterráneos, gente. Y duele hasta el infinito que, “con la cosa como está”, todavía algunos no lo entiendan.

Sí, porque “la cosa está que arde” y las condiciones de los centros de aislamiento dejan mucho que desear; llevamos más de un año de pandemia y se acaba todo, hasta la fuerza. Pero algunos no lo entienden y de eso van estas líneas, de los extremos. Y es que del otro lado, igual, le zumba el mango.

Sé de una tunera recién casada que se escapó de un centro de aislamiento; y de quienes han sido multados por vender las cosas que traen de Rusia allí mismo, a pocas horas de llegar; y hasta de quienes armaron una fiesta en pleno paso de escalera de un edifico multifamiliar; y supe, aunque algo tardío, el cuento de un tunero aislado en su casa que se fue por tres días al hotel Playa Pesquero, en Guardalavaca. Y lo más triste es que era de los primeros en gritar cuando cerraron el acceso a las playas porque sí, “si la gente se porta bien, eso es seguro”.

Ahora mismo hace tanto daño el que anda por la calle visitando a un amigo (y no se engañe, de esos todavía hay) como el que permite que los muchachos se junten, con los nasobucos de babero, y jueguen en las calles, como si estas fueran unas vacaciones normales, un tiempo perfecto, sin dolor de gente, real.

Ahora el país vacuna, a fuerza de mucho, mucho coraje, pero nada será suficiente, si cada cual no es consciente de su rol, en todo lugar.

Lo digo porque sí, es muy malo que usted esté aislado y el médico de familia ni se asome por ahí, por el portal siquiera de su casa, por supuesto que eso está mal hecho y hay que decirlo con la fuerza que da lo justo; pero no significa que usted deba ir a buscar el pan o hacer otra cosa, que no sea cuidarse, estar pendiente.

No se trata ahora de darnos cabezazos; hay que remar parejo, escapar de los hipercríticos, que solo miran las manchas del sol; ayudar al otro desde el cuidado con uno mismo.

La Covid-19 está matando a mucha gente en Cuba; para callar tanto llanto disperso tras las puertas de muchas casas, se impone, hacer cada uno su parte del deber, sin dilaciones.

 

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