Las Tunas.- La pasión por la investigación a Adys Cupull Reyes y Froilán González García les corre por las venas. Los azares de la vida condujeron al enlace de letras y leyes en la etapa universitaria para complementar, a decir de sus propios profesores, la indagación perfecta gracias a la visión objetiva de Froilán y la mirada sensible de Adys.
Al nacido en Puerto Padre y la santiaguera, los hilos del destino los condujeron hasta Ernesto Guevara. En Bolivia, como diplomáticos, recibieron la tarea expresa de Fidel Castro de rescatar los restos del argentino.
"Suelo decir que nuestro trabajo es fruto del desconocimiento e ignorancia, porque conocíamos lo que cualquier cubano común sabía. El hecho de no conocerlo nos fue llevando a ahondar en él, hasta el punto de convertirlo en una fuente de cultura y compromiso con sus ideales", indica González García.
Paso a paso se apropiaron de los hechos y acumularon páginas que regresarían luego convertidas en algunos de los títulos más reconocidos en torno a la vida del guerrillero argentino: Diario del Che en Bolivia, Asesinato del Che en Bolivia: revelaciones, Peruanos en la guerrilla del Che; y dos libros publicados en varios países: De Ñancahuasú a La Higuera y La CIA contra el Che a partir de investigaciones realizadas entre 1983 y 1987.
Con la responsabilidad de semejante compromiso, cualquier esfuerzo era poco, por eso el descanso nunca resultó una opción. Desempolvaron libros, preguntaron por todas partes, incluso movieron "cielo y tierra”"para llevar a cabo la honrosa misión.
Algunos meses después, bajo la tutela permanente del Líder Histórico de la Revolución, concretaron la localización de los restos mortales.
"Una pareja de amantes clandestinos, en Vallegrande, nos llevó hacia él. Esos amores que no pueden llevarse a cabo oficialmente y permanecen en el anonimato. La señora con el pretexto de pastorear cabras se quedaba a dormir en una cabaña y el amante iba a su encuentro. La noche donde trasladan los cuerpos estaba la pareja, pero no podían revelar lo visto porque serían descubiertos y les podía costar la vida", revela Froilán, mientras deambula entre los recuerdos.
La Higuera debería ser visitada por todos. Allí ganó su último combate, camino a la inmortalidad, el hombre que dejó a un lado sus padecimientos y su propia familia, por unirse a la noble causa de la libertad de otros pueblos. Cuentan que en conmemoración del aniversario 50 de su muerte, hasta la selva quiso dejar un último adiós, cuando un puma, a mitad del camino, fijó sus ojos en los visitantes: la misma mirada firme con que el mundo recordará para siempre a la cara más humana de la solidaridad.
El acercamiento al médico argentino-cubano sirvió también para restablecer la imagen de los combatientes bolivianos, la cual había sido mancillada por la propaganda local, financiada por la CIA, como invasores comunistas o bandidos. Para la dupla de escritores, esa labor significó saldar una deuda con la personalidad del Che, además de brindarles la oportunidad de ser vistos como héroes ante su pueblo.
"Debemos ser justos con el papel de los bolivianos, quienes transformaron aquella nefasta imagen y, a su vez, el rescate de La Higuera como San Ernesto de La Higuera, apoyado en gran medida en la religiosidad", comenta convencido Froilán.
La relevancia del guerrillero trasciende las fronteras de lo material. Los lugareños le atribuyen una mística especial e, incluso, le encuentran similitudes físicas con Cristo. Froilán resalta que "nosotros no creemos en milagros, pero hemos investigado 42 que, según ellos, el Che les ha conferido".
"Él me tiene con vida hasta ahora", confesó en alguna ocasión Susana Osinaga, una de las enfermeras que conservó el cuerpo del rosarino luego de las heridas sufridas en combate. A su vocación de galeno le confieren la virtud de sanar, pero de igual modo su esencia noble lo catapulta como digno ejemplo de integridad moral.
En el pequeño pueblo del altiplano quedan muchas historias por contar y por eso sigue recibiendo a personas como Adys, Froilán y, desde hace algún tiempo, también a sus hijos Alejandro y Liván, continuadores de una búsqueda constante de los muchos "porqués" que rodean aún la leyenda del Che.