cigarrillos que destruyen la familia

Las Tunas.- El día en que su hijo le dio la segunda golpiza, decidió seguirlo. Las cosas no estaban bien. Ya era hora de encarar aquello que sabía y no quería asumir. Lo persiguió, con el ojo morado y la sangre todavía en la boca, por entre las calles sucias del barrio tunero donde encontró a muchachos como él, tirados, enajenados, desaliñados, casi niños.

Lo vio tocar una puerta desgastada, dar dinero por el bultico que metió entre las medias raídas que eran ahora su mejor vestimenta, y salir de ahí, apurado. Ya no pudo seguirlo. Se sentó a llorar en la acera, cerca de una esquina fétida, sin consuelo. Le tomó un rato, quizás un par de horas, reaccionar y hacer lo único que consideró posible: denunciar.

Entonces, esa madre -la misma que perdonó golpes en silencio, que lo vio caer desoyendo ruegos, que interpuso su cuerpo un día para que los vecinos no lo lincharan- entró a una estación de Policía y lo dijo todo; porque él no lo entendía, pero era su hijo y requería ser liberado, de sí mismo.

Ella sabe que su historia no es la única; por eso, cuando la conocimos, andaba preguntando por padres en su situación, gente que trata de sacar de las drogas a sus parientes que no quieren salir, o no saben, no pueden, no entienden… sabrá Dios qué.

Quería crear un grupo de ayuda que fuera ganando la pelea del silencio. Porque siente que las familias de los adictos a las drogas están muy solas y, aunque existen muchos canales para el diálogo y la colaboración, no siempre son efectivos. Ellos necesitan mecanismos verdaderamente activos, apoyo real, rutas abiertas sin demasiadas dilaciones…, luz.

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Con otras familias ha dialogado 26 y repiten la misma letanía, propia de rumiar el dolor y la impotencia colosal de sentirse desprotegidos. Porque, con frecuencia, hacen falta un escándalo público, la denuncia de una golpiza, pruebas de un robo tremendo, entre otros descalabros afines, para que aparezca la ocasión de que las autoridades intervengan en una situación así, de consumo habitual de drogas.

Con el interés de adentrarnos en la ruta de estos enfoques y realidades fuimos al encuentro de Juana Yamilka Viñals Suárez, vicegobernadora y presidenta del Subgrupo Provincial para la Prevención del Consumo de Drogas de Abuso en Las Tunas. Ella dejó claro en nuestro diálogo que comprenden la enorme carga que enfrenta el hogar cuando uno de sus miembros cae en las redes de este mal y se niega a recibir tratamiento. Aseguró que los familiares no están solos, aunque la decisión de aceptar ayuda corresponde a la persona, porque existen mecanismos de acompañamiento y apoyo que pueden marcar la diferencia.

“La familia debe protegerse y, para eso, se hace necesario establecer límites claros y buscar orientación en grupos de apoyo o profesionales especializados. Pueden acudir a nuestras instancias para recibir asesoría sobre cómo manejar ese escenario (FMC, CDR, Fiscalía, Defensoría, además del trabajador social de cada comunidad) y conocer los recursos disponibles.

“Nuestro compromiso es acompañarlos, brindar información y facilitar el acceso a servicios especializados, porque sabemos que la lucha contra las drogas se gana con prevención, tratamiento y respaldo familiar”.

Pero la directiva confirmó a nuestro equipo que no existe ninguna ley o resolución que obligue al paciente a recibir atención médica y, dijo, se ocupan entonces de mantener ese seguimiento por Salud Mental, a través de las organizaciones de masas, líderes comunitarios, consultorios y todo un entramado que el Subgrupo lidera con el soporte de la Fiscalía y el equipo médico.

“La escalera de atención se articula a partir de la Primaria de Salud, donde el médico de la familia y los equipos de Salud Mental desempeñan un papel fundamental, pues son quienes mejor conocen las características y necesidades de la comunidad.

“Este trabajo se complementa con la faena de las organizaciones de masas, como los Comités de Defensa de la Revolución (CDR) y la Federación de Mujeres Cubanas (FMC), claves en la prevención, detección temprana y acompañamiento de los casos.

“Gracias a esta articulación, se apuesta por una atención integral que combina el conocimiento médico con la participación activa de la comunidad, lo que refuerza la importancia de este modelo en la lucha contra el flagelo en nuestro país”.

Viñals Suárez abunda en lo valioso del mecanismo y, aunque es evidente la fuerza de sus criterios, también resulta una verdad que no siempre funciona con la celeridad y constancia que la actual realidad precisa; lo mismo por la inestabilidad de sus estructuras en la base, que por el propio temor de los vecinos, sabedores de que nada contiene al drogadicto cuando le urge consumir, y se vuelve capaz de cualquier desatino. El tema es, por tanto, mucho más complejo que un engranaje que marcha, con lagunas y luces, como todo.

Y es que el meollo está en que, justamente, asumirse como paciente, reconocer desde la certeza más atroz que se necesita ayuda para salir del fondo, es la decisión más difícil; o sea, que ese paso, el salto tremendo de pedir auxilio, tiene que venir de cada cual para que de verdad el proceso se ponga en marcha. Por más que la familia busque paliar la situación, no será posible destrabar el engranaje de la atención de salud. Algo que resulta, visto con dureza, cruel y hasta contradictorio.

De eso entiende muy bien el doctor Alejandro Mestre Barroso, principal especialista en Toxicología de la provincia. “La experiencia demuestra que es prácticamente imposible lograr un buen resultado si se fuerzan los procesos de deshabituación y desintoxicación de una persona. Y está pasando.

“Muchos enfermos llegan a consulta por presión familiar, no porque son verdaderamente conscientes del panorama que viven. Están en negación; te dicen que ellos pueden con eso, que lo controlan.

“También existen los que saben que la droga los domina, pero no quieren la mano extendida de nadie, porque tienen miedo del camino que les espera. Y entran, a entorpecer, tabúes como que ‘si voy a pedir ayuda, me van a meter preso, voy a buscarme un problema, me van a tildar de chivato en el barrio’. Son asuntos que determinan”.

Mientras todo ese entramado se desencadena en el hacer de los pacientes, ¿qué armas tiene su entorno?, ¿hasta qué punto hay rutas abiertas para que encuentren apoyo, aprendan a lidiar con las actitudes, a desentrañar los síntomas, a encauzarlos en el trayecto intenso de sanar?

A juicio del doctor Mestre Barroso son engorrosas las vías de ayuda y todavía, aunque se ha trabajado, se quedan cortas ante un problema social mucho más grande de lo que algunos reconocen.

“No hemos logrado concientizar a la ciudadanía e, incluso, a decisores inmersos en estas labores; nos estamos quedando rezagados en aristas medulares como el asesoramiento a las familias. Es cierto que tocan a la puerta pidiendo ayuda y no la reciben a tiempo, o de la manera que requieren.

“Además, a mi juicio, siguen siendo muy leves las medidas que toman los tribunales con quienes incurren en delitos de este tipo. Eso tampoco aporta, porque es enorme el daño que hacen a nuestro país quienes comercializan. Este es un Estado socialista de derecho, que debe tener a su juventud como tesoro y son ellos los más afectados”.

Otros elementos de igual manera lastran la atención a quien consume drogas de abuso; por ejemplo, el hecho de que en el hospital psiquiátrico Clodomira Acosta exista una sala de desintoxicación, pero la provincia carezca de un centro de deshabituación. Hay uno, regional, en Santiago de Cuba, pero la capacidad para aceptar pacientes es limitada.

En el caso de los menores que incurren en estas adicciones se atienden en el hospital pediátrico Mártires de Las Tunas, en la sala de Salud Mental. Allí se juntan los adictos y quienes han presentado cuadros depresivos, intentos suicidas; mezclados, como no debe ser.

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Mientras el doctor Alejandro actualiza a 26 de muchos detalles, recordamos al padre con bastón que nos alcanzó, tiempo atrás, en plena calle. Su hija lo había golpeado, una vez más, y él tenía una listica en la mano, escrita de su puño y letra, con el nombre de todas las instituciones a las que había ido pidiendo respaldo.

Fue de la Policía a la Fiscalía, al Tribunal, la Dirección de Salud, el Gobierno y a cuanto sitio creyó que podía ser un aliento legal; entonces anotó el nombre de cada persona que le escuchó su dolor, como un círculo, de cada lugar al que lo remitieron. Al final del día era solo un viejo con moretones, un bastón, una lista llena de nombres, y le tocaba volver al infierno de su casa… solo.

Él, conocerlo, fue la razón primera de este reportaje. Su historia duele hasta donde los huesos no alcanzan y, lo peor, es que hay muchas más verdades así escondidas en la ciudad, ardiendo desde el silencio. Hogares enteros devastados por las drogas.

No alcanza atender al paciente, no estamos en tiempos de ser activos solamente en asuntos de prevención y procesos penales; la droga existe, está, acaba y, no pocas veces, es peor su efecto en el familiar, que ve al ser querido diluirse ante sus ojos, al margen incluso de su propia realidad.

Ahora mismo, mientras usted lee, infinidad de familias tienen miedo. Y, en la base, las estructuras establecidas en la cadena de atención siguen sin demostrar una preparación real para ayudar a los allegados a sobrevivir el desafío, salvo marcadísimas excepciones.

No bastan los controles de números fríos, y saber en qué casa hay alguien que se lleva un papelito a la nariz, tampoco preguntarles de vez en cuando cómo están, o venderles el pan de la bodega con apuro mientras les sabemos la mirada perdida. Hay que trascender esa frontera y, para ello, se hace indispensable aprender cómo hacer qué, o sea, estar preparados.

Porque no siempre pueden con eso los padres y los tutores, muchas veces enajenados ellos mismos en el entramado del consumo. En este eslabón sensible también hay que pensar, tan necesitado de guía y mano en el hombro.

Si el camino que hemos encontrado como sociedad pasa por las referidas estructuras hay que analizarlas a fondo, revirtiendo dinámicas añejas y apostando, con sensibilidad y prestancia, por su verdadero actuar cotidiano, que bien puede marcar la diferencia.

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