La aplicación de mensajería WhatsApp llegó para quedarse en nuestras dinámicas sociales y educativastelefonos moviles 2020

Las Tunas.- La aplicación de mensajería WhatsApp llegó para quedarse en nuestras dinámicas sociales y educativas. Eso, consecuencia lógica del uso de las redes sociales y la tecnología en general, se hizo más fuerte con la desastrosa pandemia de la covid-19 y la necesidad de avanzar en medio del distanciamiento físico que nos impuso la enfermedad.

Y no está mal, por supuesto que no. Informaciones importantes se envían en minutos, abrazos pospuestos se hacen menos dolorosos ante un diálogo a deshora, eventos tradicionales hallan en lo virtual nuevos caminos; y así, una lista larga e interesante.

Lo mismo sucede en el sector educacional. Tareas escolares, intercambios durante los días de pase, consultas de ejercicios básicos, avisos de última hora por un cambio de horario y hasta la preparación de la actividad del grupo por la Jornada del Educador; todo se entreteje desde ese canal que se vuelve una extensión del aula misma y sus rutinas.

Pero no podemos dejar a un lado que esta vorágine sucede estemos o no listos para tal "revolución". Si malo es soslayar el incuestionable papel renovador de la tecnología en función de la educación en cualesquiera de sus niveles de enseñanza, peligroso resulta ponerlo todo a su merced, sin medir alcance real, consecuencias directas y posibilidades concretas de los estudiantes para el acceso.

¿Puede la totalidad de los padres mantener el saldo de los hijos al día para esos menesteres? ¿Qué pasa con los muchachos a los que se les rompe el móvil o sencillamente no tienen la cifra astronómica precisa de dinero para adquirir uno? Porque, en medio de tanto adelanto, existen chicos así y muchos están sentados en un pupitre de la Universidad o el Preuniversitario, al lado del que posee un Samsung de última generación con infinidad de prestaciones.

¿Tienen los profesores conciencia plena de estos asuntos? ¿No estarán algunos de ellos delegando demasiadas conferencias, evaluaciones, encuentros a un entorno al que todos los educandos no llegan en igualdad de condiciones y a través del cual sí son medidos con "la misma varita"?

Ayer una amiga andaba como loca porque se había quedado sin datos y la maestra le pasa la tarea del hijo cada tarde; sé de un joven bueno al que le arrebataron de la mano el único celular que había en la casa, que funcionaba para él, su mamá y la hermanita adolescente, según fuera la prioridad del día.

Me contaron de un alumno universitario, que no parece tener amigos muy solidarios en el grupo, y ahora tampoco dispone del móvil, se le rompió. ¡Vaya usted a saber cómo resuelve para acceder a las evaluaciones dejadas por los profesores de esas asignaturas densas, que le roban horas extras!

Que conste, no son estas unas líneas en franca guerra contra el avance tecnológico. Todo lo contrario. Soy una confesa admiradora de los maestros que dan Historia Contemporánea e invitan a sus alumnos al cine para ver La lista de Schindler; me gustan los que juegan sudoku y enseñan desde ahí; respeto a quienes permiten a sus pupilos hacer fotos al trabajo independiente en vez de copiarlo y lo reciben en el Gmail, entendiendo que las hojas y el dinerito escasean para tantas impresiones con anexos.

Claro, soy de la generación que se formó con el profe frente a frente, y no te perdía la vista en conferencias interminables en las que aprendías lexemas, morfemas, grupos fónicos y el copón divino. Quizás por eso, y por el orgullo ante tanto buen docente que he tenido la dicha de conocer, considero que no hay ardor que te invite a crecer como esa relación extraña e inviolable de un maestro y su discípulo cuando se miran de frente, retadores.

Otros tiempos corren, es verdad. Pero, no hay que exagerar. Toca, en ese sitio fértil e irreverente que es el aula, establecer límites y encontrar senderos comunes. Trillos que junten saber y herramientas sin dejar a nadie de lado. Y eso no depende de resoluciones, directrices y ministerios. Todo pasa por el maestro y su sensibilidad y delicadeza.

Resulta indispensable entender a fondo que la tecnología es un arma valiosa cuando verdaderamente aporta al conocimiento, y el WhatsApp y sus afines son solo otras vías para hacer que el proceso fluya más orgánico, con nuevos y valiosos resortes. Lo vital es que se erija útil, porque aprender constituye la verdadera máxima.

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