ejemplos de solidaridad

Las Tunas.- Dicen que en el trabajo periodístico nunca se descansa, siempre somos periodistas y debemos estar listos para contar historias. Es bonito cuando vamos por la calle y somos testigos de gestos, momentos, situaciones capaces de erizar la piel. No lo es tanto cuando presenciamos de primera mano una falta de respeto, un comportamiento grosero en un lugar público; cuando vemos que las normas de cortesía y conducta, tan ampliamente debatidas desde pequeños, quedan en el olvido por hacer reír a unos a base de ridiculizar a otros, tomar tu lugar en la cola o subirse primero a la guagua.

Detengámonos en esta escena: es bien entrada la tarde, ha concluido la jornada de trabajo, parada del transporte público abarrotada y ya se percibe el nerviosismo en el ambiente: la puerta del ómnibus es la meta. Entonces, el caos... y el grito típico del chofer: “Muévanse, que la guagua está vacía en el fondo”. Subir se torna proeza, empujan todos. El panorama, al traspasar la puerta, es un espectáculo. Esta vez: una acalorada discusión entre una adolescente que ocupa el asiento para discapacitados y un señor con muletas que exige tomarlo.

Un momento para reflexionar: ¿cuándo comenzamos a comportarnos de esta manera?, ¿dónde están la empatía y la solidaridad que siempre han caracterizado al cubano?, ¿qué vamos a esperar de las nuevas generaciones si somos los adultos los primeros que damos mal ejemplo y actuamos irrespetuosamente e incurrimos en indisciplinas?

En otras ocasiones el cuento es diferente, pero igual de triste. Mientras el conductor ordena hábiles movimientos típicos del videojuego Tetris, porque “caballero ese espacio está vacío”, somos testigos de mofas y frases como “es la gorda que ocupa mucho”, o el regaño de alguien a aquellos que nunca ven a la muchacha de pie con el niño en brazos.

Ha avanzado mucho la comprensión del mundo y de la naturaleza humana, el actuar como seres sociales, entonces, ¿por qué no pensamos en lo injusto y muy molesto que resulta, además del serio problema del transporte y el agotamiento de un día difícil, aguantar improperios, gritos y la mala educación de otras personas al trasladarnos por el servicio urbano?

Es la cortesía el comportamiento humano que promueve la solidaridad, el respeto y las buenas costumbres. No es una actitud con la cual se nace, se forja y constituye una muestra de consideración. ¿Acaso ya no somos capaces de sentir el dolor ajeno?, ¿estamos en este punto del cuento, insensibilizados?

Historias como estas te hacen preguntar qué ha pasado con la educación de nuestro pueblo. La pérdida de valores se ve a diario y en todas partes. Es triste cómo cada vez menos personas hacen algo para cambiar esto. Y es que con frecuencia dejamos pasar estas injusticias por miedo a recibir una mala respuesta o ser tachados de entrometidos.

Pequeños hechos como brindar el asiento a una embarazada o un anciano, respetar el espacio de una mujer para no hacerla sentir incómoda, podrían marcar la diferencia en lo que es un fenómeno común, cada vez más fuerte y aceptado.

Aunque, si vamos a ser justos, los pasajeros no son los únicos que tienen malos comportamientos. En ocasiones es el propio piloto del vehículo quien incurre en conductas no adecuadas. Por ejemplo, la tendencia a escuchar canciones con lenguaje obscen y a elevado volumen hacen de la experiencia en el transporte público algo más que sofocante. Tampoco es nuevo el maltrato hacia los pasajeros.

Todos merecemos respeto y del mismo modo actuar con quienes están a nuestro alrededor; ello implica entender que hay gustos, costumbres y necesidades diferentes y que no se puede imponer aquello que responda al antojo o deseo de alguien en particular, pues por algo existen reglas y normas de convivencia en lugares públicos y la sociedad en general.

¿Ha llegado la mala educación y la irresponsabilidad para imponerse? Consideramos que esto se nos ha salido un poco de las manos, y va siendo hora de que tomemos cartas en el asunto. Los cimientos de un país están en la educación de su pueblo.

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