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Las Tunas.- La primera vez que atravesó el umbral de un aula y se dispuso de frente a sus estudiantes y con el pizarrón como guardián, Cristina Isabel Saínz tenía tan solo 15 años de edad. Una explosión demográfica en el país y la urgente necesidad de maestros que dieran respuesta a la formación en la Secundaria Básica le propinó una voltereta a su vida y mandó lejos el sueño de estudiar Arquitectura.

“¡Cómo pasa el tiempo, si parece que fue ayer cuando estrenamos el primer uniforme!”, dice ahora, con la añoranza pulsándole los recuerdos como fundadora del Destacamento Pedagógico Manuel Ascunce Domenech, al ser ella uno de los más de 400 estudiantes cubanos que dieron respuesta, en 1972, a la solicitud de Fidel ante el déficit de docentes. En el lomerío del Caney de las Mercedes vuelve a verse durante la etapa preparatoria que antecedió a su llegada al plan San Andrés 2, en Holguín, y luego a la región de Veguita, en Manzanillo, en la que durante cuatro años adiestró a los alumnos en el conocimiento de la Geografía.

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“Se combinaba el estudio con el trabajo, éramos educadores de las recién creadas escuelas en el campo, a la vez que nos formábamos en la filial pedagógica para graduarnos como profesores de la Educación General Media”, explica diáfana mientras habla de cómo incorporó a su vida conceptos y rutinas nuevas como planes de clase, registros de asistencia, las guardias de profesores y la preparación metodológica.

“¡Estudiábamos mucho!”, exclama esta jubilada que llegados los 60 años no le alcanzó la paciencia para quedarse en casa y, un lustro después, prosigue en su prédica, desde la Universidad de Las Tunas.

Como es lógico, la experiencia la sacudió y no siempre fue fácil “ajustarse” al rol de maestra, sobre todo, porque el alumnado era prácticamente de la misma edad, aunque respetuoso. “Recuerdo que una vez me visitaron una clase y yo tenía un saquito (vestido), se usaban entonces bien corticos -sonríe pícara-, me visitó la metodóloga provincial y cuando terminamos que fuimos al análisis me dijo: 'A ver, ponte de espalda, sube el brazo… ¡Miren por dónde le da el vestido a esa profesora!'”.

Llegado este punto de la conversación, Cristina estalla en una carcajada y luego, ceremoniosa afirma: “Fue una idea genial, como las que tenía Fidel. Fue admirable su confianza en los jóvenes; como lo sería también el grado de responsabilidad de los integrantes de cada uno de los cinco contingentes”.

CONTINUADORES Y HEREDEROS

“Se me fue la voz. No sabía qué decir y estuve como 10 minutos en silencio; aparte de los estudiantes, en el fondo del aula estaban mis compañeros, inexpertos como yo, y, de visita, el jefe de Cátedra”, así recuerda Rodolfo Torres Ramírez (Popi) su día inaugural como maestro.

educadores naily 6“Me había aprendido el contenido y creí que era el que más sabía de aquello: situación de las líneas en el espacio; escribí el título y cuando me viré, todo lo que iba a decir se había ido de la mente”.

Tras aquel “apagón” desafortunado, Popi se recuperó, aunque cuenta que “a duras penas” concluyó el encuentro, uno de tantos que tendría como miembro del “Manuel Ascunce Domenech”…, el inicio de una larga trayectoria.

En su bregar tiza en mano la escena no se volvió a repetir y quedó como lección de vida, acaso una enseñanza de cuánto vale en un aula el dominio no solo de los conocimientos, sino de la “situación” de las “líneas”, del “espacio” en general.

Para este pedagogo, trabajador por años del Partido Provincial, delegado del Poder Popular por un cuarto de siglo y director, durante cerca de dos décadas, de la Plaza de la Revolución Mayor General Vicente García González, el magisterio entraña desafíos cotidianos y hay que saber sortear, sembrar, instruir, educar, formar… una larga lista de verbos.

“Cualquier estudiante te puede situar en mal momento cuando hace una pregunta y no estás seguro de la respuesta. Uno nunca se lo sabe todo, de manera que rápido aprendí a no decir, por salir del paso, cualquier cosa; las preguntas se escuchan, analizan y si no se conoce la respuesta pues: 'Muy buena pregunta. Tienes gran interés. Te propongo al terminar la clase quedarnos y ponernos, juntos, de acuerdo. Si alguien más quiere conocer del tema, puede participar'”. La fórmula, afirma, es infalible, lo aprendió en la práctica, al igual que tantísimos gajes del oficio que reserva para compartirlos con quienes escogen este camino de “evangelios vivos”.

Como Cristina, Popi quería ser arquitecto; pero igualmente a él la Revolución lo convocó con el llamado para integrar el segundo destacamento, en 1973.

“Salvó la educación en aquel momento; no había maestros. Comprendimos la necesidad de enseñar y suplimos esa falta hasta que nos licenciamos y ya estábamos en condiciones óptimas de enfrentar el oficio. Esta brillante idea creó un antecedente y me demostró que el magisterio es una profesión que te convierte en mejor persona. Han pasado muchos años, he asumido tantísimas responsabilidades y todo fue porque nos educaron en el sentido del deber ante la Revolución. Siento orgullo de aquella obra y, hoy como ayer, diría lo mismo: 'Acepto'".

Para los fundadores y continuadores de tan esencial epopeya; para Cristina y Popi, aquellos fueron días de gloria, una gloria vivida y remembrada entre naranjales, campos de papa, sembradíos de tabaco y de todo cuanto este país cultivaba no solo en la tierra, sino, y mejor aún, en el cerebro y los corazones de miles de estudiantes, también de estos niños maestros. Cinco décadas después, su historia tiene que ser contada, como debemos siempre recordar la de aquel otro niño que unos años antes tampoco tuvo miedo a decir: ¡Yo soy el maestro!

 

 

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