Las Tunas.- A Rosario Macey todos la conocen como Fostá. Ella cuenta 103 almanaques vividos y es dueña de una energía intensa, de esas que solo nacen de las almas fuertes y bien curtidas.
Perfumada, al lado de uno de sus dos hijos, aseguró que habrá que preguntarle a Dios la receta de su longevidad porque solo él lo sabe. Y sonrió, sabedora de que es mujer afortunada, lúcida y rodeada del cariño de los suyos.
Su historia de vida es también apasionante, porque Fostá nació en Haití, cerca de Puerto Príncipe, y llegó a Cuba junto a su madre cuando tenía los cuatro años cumplidos.
Cuenta que fue su tío Emilio el que obró el milagro de agrupar acá a la familia y las trajo a este país para que se unieran con su padre, quien laboraba ya en los alrededores de San Miguel del Junco, cerca de los predios del entonces central Francisco.
Allí, y luego en un sitio conocido como Los Ciegos, trabajaban juntos los descendientes de haitianos y los codazos, que era el nombre que le daban a los jóvenes que llegaban acá desde aquel país. Lo mismo se les veía en las faenas de la zafra, que en otras labores agrícolas o el desmonte de madera.
La niña que fue Fostá se hizo mujer desde esa mezcla exquisita que se forja cuando las culturas afines de entrelazan; con el creol, la lengua de los suyos y también con el habla de esta región y sus singularidades.
Dice que es bueno "que cada cual haga las cosas a su manera" y habla entonces de los zombies, la brujería y la comida de santo, que aprendió a hacer, sí, pero al pasar del tiempo, y dice de todo lo que intuía de pequeña, porque no la dejaban participar.
Fostá creció entre el sonido del gadá y el congó, comiendo frijol gandul, pescado, jutía, chivo, boniato y yuca; feliz.
Eso se descubre en las tantas veces que nos pregunta, espabilada, ¿y por qué quieren saber todo eso?; en la fuerza con la que te mira a los ojos, a pesar de la calma descomunal que la rodea en el portal amplísimo de su casa de batey.
Como ella muchos haitianos rondan todavía entre nosotros; gente que llegó de la mano de sus mayores para abrirse un camino distinto en estas tierras y se han hecho grandes, gestándose, a empellones, un tiempo mejor.