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Las Tunas.- ¿Cuál es el momento exacto en el que el miedo te paraliza? ¿Llega de a poco o de porrazo te recubre con una costra de pánico? ¿Cómo es que no lo viste venir?… La madrugada sorprende, en el trabajo, frente a un teléfono que no ayuda y ves cómo te arrebatan los últimos minutos de la vida y solo piensas en dos rostros pequeños, en un par de niños que mañana no te verán regresar a casa.

Esta semana las redes sociales han cargado el luto del más reciente femicidio en suelo tunero. Una muchacha de poco más de 30 años fue asesinada por su expareja y mientras el dolor destila entre las cuatro paredes que resguardan a los suyos, otro titular alarmante se vuelve deuda, conversación obligatoria en el barrio, en el transporte público, interpretaciones, estremecimientos y también mucha impotencia.

A escasas semanas de distancia, a una adolescente le cerraron los ojos, para siempre, los mismos arrebatos en otra geografía. Corrió, con el peso de querer vivir, hasta la estación de Policía más próxima, pero ni así logró salvarse. Y entonces, como ahora, la gente reacciona y se acumulan miles de comentarios en un post de Facebook, pero bajo la foto de una mujer que ya no está.

El femicidio es la mayor expresión de violencia de género. Viene de manos de un agresor más fuerte, que es consciente de su ventaja y sabe a la otra persona vulnerable. Se cocina de a pocos, un grito hoy, luego una amenaza, un golpe o un tirón de pelos. Y se va afianzando porque le dan espacio, las personas cercanas deciden que son cosas de ellos dos, inofensivas, que nadie es perfecto y él no tiene el valor para…

Cuidado con las interpretaciones, cuestan vidas. Existe un machismo, ya ni tan latente, que está mostrando a gritos que en Las Tunas, Cuba, en pleno 2023 hay quienes creen aún que son dueños de sus parejas y pueden, incluso, borrarlas de este mundo cuando estimen conveniente.

Y pasa. Los hombres arrepentidos reconquistan porque la sociedad nos ha susurrado desde pequeñas que los matrimonios hay que cuidarlos, y regresan al hogar llenos de promesas de luna de miel, hasta que ya no están, y vuelve a repetirse el mismo ciclo de violencia. Reconocer estos comportamientos puede ser una clave de supervivencia. Ojo, cada nuevo ciclo se acorta y el maltrato evoluciona, se acrecienta: pinta ojos, rompe huesos, hasta que después…

De las agresiones muchas veces las mujeres salen con la carga de sentirse culpables. Cuesta más confesar lo íntimo, pedir ayudar. Y es que seguimos reproduciendo los patrones de antaño, anclados en estereotipos de qué hizo la “hembra” para merecer los golpes y, entre marido y mujer nadie se debe meter.

Por cuestión de sororidad vale la pena estar alertas. Primero, la familia es la mayor coraza contra tales ultrajes. Los victimarios suelen aislar a sus “presas”, quebrar sus redes de apoyo porque en ese espacio deshabitado es donde se vuelven más enérgicos y peligrosos.

No solo se trata de tus familiares. Donde veas resquicios de maltrato, denuncia. Una llamada por teléfono, una advertencia, puede hacer que una madre regrese a casa ese día con sus hijos.

Mi amiga terapeuta me comentaba que a la par de la violencia machista instaurada, los recientes sucesos obedecen, además, a la inoperatividad de las redes de respaldo institucional que deberían tener las víctimas. En consulta escucha que muchos de los profesionales que recepcionan las denuncias juzgan a las demandantes, las minimizan y hasta sugieren careos para esclarecer los hechos.

Claro que esta sociedad, que se rompe con ausencias femeninas, pide a gritos la formulación de una ley integral contra la violencia de género, pero se requiere también de mayor sensibilidad y capacitación de las entidades que median en este tipo de fenómenos. Hace falta empatía, ganas de querer ponerle fin a un problema social que nunca fue privado y está dejando un hálito de impotencia, porque ahora mismo, carga sangre fresca.

 

 

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