roberto fotorey

Cada 2 de agosto se celebra Cuba el Día del Trabajador Gráfico, como tributo al nacimiento de Alfredo López Arencibia, destacado dirigente de ese gremio cubano en los años 20 del pasado siglo. Este año los de 26 queremos congratular a quienes ejercen dicha labor con esta entrevista, a quien, además de haber dedicado toda su vida a esa labor, es uno de los fundadores de nuestro medio de prensa.    

Incuestionablemente no acepta entrevistas. Confiesa que nunca le ha gustado la publicidad, pero resulta que es el único fundador del periódico 26 que se mantiene activo y desde ese primer día trabajó desmedidamente para aprender, con solo 17 años de edad, a domar los riesgos y torturas de sentarse horas y más horas frente a un linotipo, con ese olor a plomo derretido, el ruido ensordecedor y un calor imposible de evadir ni en las mismas aspas del ventilador.   

Callado, pero no lo suficiente como para impedir que se integrara muy bien a un colectivo marcado por la jarana, los apasionados debates profesionales y la abundancia de criterios, sean a favor o en contra. Obstinado en sus metas y empeños, me prohibió que escribiera estas líneas, más yo, perseverante también, y con esa fiel amistad que nos une por casi 40 años lo desobedezco. Vale hacerlo.

Muchas madrugadas juntos desde los talleres de la calle Colón. Horas interminables para encontrar el mejor diseño, una fotografía, en aquellos tiempos en los que el Período Especial apretó la tuerca de la prensa cubana y era muy difícil imprimir las pruebas de galera, o ahora rellenando los viejos cartuchos de tinta de la impresora para poder imprimir las páginas. Así, a golpe de esfuerzo y ejemplo, habla este compañero infinito. Por eso corro el peligro de que me regañe y me quede con esa triste sensación de haberlo mortificado.

Lo prefiero antes de silenciar cuánto hizo y hace Roberto Escobar Aparicio por su segunda casa, a la que entró como ayudante de Justo Peña, el único linotipista de entonces. Recuerda que fue en mayo y en pocos meses lo dominaba todo. Se hizo linotipista.

José Infante Reyes, primer director que tuvo 26, ya fallecido, resaltaba siempre su virtud de innovar y aprender. Lo ejemplificaba con la idea que tuvo de confeccionar en cartón el teclado del linotipo para practicar donde pudiera, porque aquel solo equipo no daba abasto.

La vida de Róbert -como le llamamos muchos- comenzó literalmente en el Periódico, desde el gran despertar del 26 de julio de 1978. Su incansable voluntad le permitió estar en el mural de honor de la Central de Trabajadores de Cuba (CTC) como uno de los jóvenes destacados de aquella época. Los reconocimientos jamás faltan en su mesa de trabajo. Vanguardia Nacional en varias ocasiones, premios en Diseño, cursos de superación…

Hace muchos años cuando la tecnología llegó para humanizar los procesos productivos se preparó y ganó el título de Diseñador. Hoy es uno de nuestros dos diseñadores y un innovador sin límites. Siempre encuentra la manera de resolver problemas y urgencias. No se pueden cuantificar las veces que todo ha sido mejor gracias a sus manos salvadoras.

Madrugador, disciplinado, responsable, entre los primeros siempre, Róbert es un As de oro en ese camino largo de armar el rompecabezas de cada edición. No olvidará jamás la prueba de fuego del alba de la Santa Ana, con su imagen ardiente, el miedo a fallar por culpa de la Dúplex y la locura de aquel reducido grupo de corajudos aprendices que, al estilo de Joan Manuel Serrat, hizo camino al andar. 

En un complot que sabe a cariño y respeto, nuestra colega y directora Elena Diego Parra le hurga en los recuerdos y Roberto, sin saber que sus palabras darían vida a estas líneas, le cuenta:

“Esa vieja máquina Dúplex estaba botada. Cuando llegó a la calle Colón ya yo estaba ahí, con una brigada de La Habana que había venido para acondicionar el taller. Yo entré en mayo y cumplí los 18 años allí. Y el linotipo… mira tenía un caldero de plomo derretido que, en la medida que uno trabajaba, se gastaba. De cada letra del teclado había 21 en unas cajas que eran parte de la máquina, y cada vez que tú escribías bajaban y se armaba un componedor, y este pasaba por el lugar de fundición y se formaban los lingotes de plomo. Así se hacía cada línea de texto y si era una cuartilla, imagínate, era un pegote de plomo así…”.

Separa las manos y sonríe. Hay pasión en sus gestos y palabras. El “viejo” Rober continúa hablando.

“Después el tipógrafo era quien ponía todo eso en la plana, acomodaba línea por línea, pero estas venían ordenadas. Eso que hago yo, diseñar las páginas, pero manualmente. Las fotos eran con grabados, no se veían nada, aquello era lo más horroroso que había. Podías poner cualquier foto, de lo que fuera, que no se sabía bien qué era. Ya cuando vinimos para el poligráfico, en 1985, mejoró la calidad. Era otra máquina. Aquella primera era de los años 1800 y estaba botada. Si buscas en los archivos de esa época lo comprendes.

“Yo entré siendo un muchachito de 17 años que ni hablaba y pasábamos tanto trabajo, que yo no sé cómo aguanté aquello. Fui el ayudante de Justo Peña, aprendí con él, se hizo linotipista en Santiago y era el único que había. A los seis meses ya yo estaba evaluado de C y después de A.  Con la práctica diaria me volví hasta mecánico, porque cuando se rompía el linotipo yo mismo lo cacharreaba.

“Y como quemaban los equipos esos, yo me quemé poco pero cuando la boquilla no quedaba bien montada, aquello soltaba un chorro de plomo y tenías que apartarte corriendo. En una ocasión un compañero tuvo quemaduras serias y cada tres meses a los que trabajábamos con esas máquinas nos hacían Camagüey una prueba para revisar los niveles de saturación de plomo en la sangre”

“Fue una locura aquello, el periódico era diario. Entrábamos a la 1:00 de la tarde y a veces nos cogía la mañana del otro día. Yo era bastante rápido y cuando terminaba mi trabajo ayudaba en otra cosa para agilizar el proceso. Dormíamos un poco y para atrás otra vez. Si terminábamos de madrugada era un triunfo, una alegría. Después, con los años, se formó otro linotipista y nos rotábamos el cierre.

“Cuando vinimos para el poligráfico éramos cuatro linotipistas y 10 estudiantes, y de ellos, uno se hizo linotipista, Roger Gómez, quien empezó aquí conmigo en el periódico y trabajó unos 20 años, era muy inteligente y trabajador. No parábamos porque 26 era diario, y además asumíamos todas las producciones del poligráfico. Había papel y se realizaba de todo, modelos, revistas, folletos. El horario era de 7:00 de la mañana a 3:00 de la tarde, de 3:00 a 11:00 de la noche y de 11:00 a 7:00 de la mañana. Teníamos que responder a todo eso”.

 ¡Cuántas veces casi amanecíamos esperando algunas notas!, sobre todo cuando había eventos como la Cucalambeana o los Carnavales, o alguna visita importante, dice mientras rememora como algunos periodistas llegaban de madrugada y a esa hora se ponían a escribir, medio trasnochados por el cansancio y también, de vez en vez, por alguna copa que habían brindado en la actividad.

Hasta libros hay por ahí que cuentan las hazañas y pillerías de algunos de sus colegas. “Uno se acostaba a dormir en un rincón hasta que ellos aparecían. Infante, el director, era muy recto, pero terminaba dejándoles pasar las travesuras porque se trabajaba mucho y se pasaban muchas malas noches. En época de carnavales teníamos al lado un área de fiesta, nos pasábamos la noche entera fajaos con el plomo pero escuchando la música y la gente bailando, así por lo menos no nos daba sueño”.  

Inevitable también que no volvieran a su memoria aquellas intensas jornadas de entrega desmesurada al teclear los trabajos periodísticos, primero en el linotipo y luego en las únicas dos computadoras que poseía el Periódico, al trasladarse en 1985 al “Alejo Carpentier”. O las veces que, llegado a casa después de casi 20 horas de trabajo, lo fueran a buscar para arreglar el “bicho de plomo ardiente” que se trabó no más.

“Claro, eran tiempos en los que a cualquier hora de la madrugada usted pasaba por el antiguo Yumurí, ahora Las Copas, o por otra cafetería del centro de la ciudad y desayunaba bien con leche y bocaditos, porque trabajaban las 24 horas”

Mucho trabajo siempre, imparable, comprometido y hasta ingrato a la sazón. Compañeros que recuerda entre los fuegos del taller, los papeles rotos y el andar de un lado a otro por los pasillos con una prueba de plana, o el sube y baja escaleras para aclarar un texto o un título, los correctores Maricely, Marlenys, Valdés, Arturo… o Habana, el único linotipista que se quedó unos cuantos años porque los otros, quienes venían de provincias vecinas se iban, no aguantaban aquello.

También recuerda con mucho cariño a Eduardo Infante, mecánico durante muchos años e innovador por excelencia que echaba a andar cualquier aparato que se rompía, y a Rosano Zamora, el jefe de información, a quien el colectivo respetaba mucho. 

“Cuando llegaron esas primeras computadoras eran solo para montar el periódico, estuve unos cuatro años tecleando primero todos los trabajos para luego diseñar las páginas. Luego fue que hubo máquinas para que los periodistas trabajaran”.  

Robert no sabía que estaba en nuestra empecinada trampa, decididas a que nos contara de sus huellas; ¡caramba hermano, debíamos hacerlo! Aquí sigues con tus años y sacrificios, sorteando los momentos duros de la vida, pero nunca, ni en los peores, dejaste de estar frente al linotipo o la computadora, de ayudar, alertar y trabajar.

Puede que odies las entrevistas, pero eres fundador de 26… y de qué manera.  No nos regañes, por favor. Nuestros lectores tienen que conocerte y necesitábamos atrapar tus sueños.      

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