Graciela Guerrero 2

Las Tunas.- Dicen que las almas buenas nunca llegan a irse del todo, siempre nos rondan; y, si eso es verdad, la de esta mujer andará revoloteando cerca de 26 por muchos y muchos años, acompañando cada uno de nuestros pasos y recordándonos una sentencia que le escuché siempre: "A los periodistas de este medio nadie nunca nos ha regalado nada; así que vamos adelante, sin miedo, que talento hay".

Graciela GuerreroElla creía en cada uno de nosotros; y lo hacía con una fuerza tal que no había poder humano capaz de contradecirle. Conversabas, un día cualquiera, y salías enchufada de sus sueños, repleta de energías y consciente de poder conquistarlo todo.

Tenía el don de la empatía extrema, el llanto fácil, la voz profunda y una palabra para cada suceso, pero no cualquier término, sino ese justo en el que nadie era capaz de pensar con más exactitud que ella misma.

Graciela Guerrero Garay fue la típica mujer periodista. Adicta al café, al cigarro, a las palabras directas y presta al debate sobre todo lo posible; gustaba de la poesía y fue lectora empedernida, reportera de esas que despertaba en la madrugada a darle cauce a una idea y soñaba, soñaba con que era posible cambiar el mundo y hacerlo mejor, armada apenas con una agenda y un lapicero.

Decía que el respeto a la verdad y a sí mismo eran las fortalezas mayores de un periodista, y que la profesión tenía que ser de siembra, en todo momento; por eso "no se puede evadir el debate, el tema espinoso, el oído tiene que estar en la cola, en la guagua, en la calle, siempre". 

Hace apenas unos meses recibió el Premio por la Obra de la Vida Rosano Zamora Paadín y, días antes de ese suceso, me regaló una entrevista que fue, más que un acto profesional, un diálogo delicioso, en el que rememoró para mí su infancia inyectando muñecas y el gusto por escribir desde niña. Además, dedicó mucho tiempo a hablarme de su bisnieto, el gran amor de su vida, porque Chely fue una superabuela, de esas que se desviven por los suyos, a más no poder.

Hablamos de lo caro que sale hoy en día comprar lápices de colores, del transporte, la reanimación de la ciudad y la familia; esa también fue su gran alegría, sus padres, sus hermanos, su gente y Juan, el hombre que compartió sus tormentas por más de 40 años y con el que formó el hogar que la vio batallar en varios periódicos provinciales, en Juventud Rebelde y en su querido 26.

De la mano de Chely nació nuestra edición digital. Y hace unos meses se sentó a contarnos un poco de cómo se trabajaba en aquellos años primeros, cuando la web era la gran incertidumbre y le tocaba transcribir las notas, rehacer muchas de ellas y aprender, junto a otros atrevidos, el camino de los lenguajes para Internet, que le dio tantas alegrías y le robó madrugadas enteras frente a aquella laptop maravillosa, la puerta a tantos mundos.

Para ella, la mujer periodista tenía que ser un poco maga, y no importaban las dolencias ante una profesión que te arrastra y llega a consumirte de una manera brutal, esa fue su gran verdad. Por eso, nunca le dedicó demasiado tiempo a pensar en los premios (que no fueron pocos) y abrazaba la obra colectiva con una alegría tal, que era imposible no sentir un orgullo despampanante por esa dama añosa, que anteponía una buena nota a carencias tecnológicas, salud y lo que fuera preciso.

Te queremos mucho, viejuca, vamos a extrañar esa rara combinación de fuerza, dulzura y carisma que era imán en tiempos duros, arrullo ante los embates y algarabía para celebrar tu pelo revuelto, tu valor profesional, tu fe. Seguiremos dando guerra, todos tus muchachos, apostando al periodismo incomprendido e irreverente que nos dejas como lección, el que tanto define la obra de tu vida. 

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