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Las Tunas.- Las dos veces que he entrevistado a Carlos Alberto (Tin) Cremata en visita a Las Tunas con La Colmenita, he sentido el dolor de su alma cuando menciona al padre, una de las víctimas del atentado terrorista al vuelo CU-455. Cada 6 de octubre su rostro apesadumbrado me viene a la memoria como recordatorio visceral de esas 73 vidas apagadas en plena flor de la juventud, aquel fatídico día de 1976.

Me sucede algo similar al leer sobre el asesinato de los ocho estudiantes de Medicina, sobre los ojos desorbitados de Abel Santamaría Cuadrado u otros pasajes de la historia de Cuba; pero este, especialmente, me desordena el pecho. Tantas vidas inocentes quebradas, tantos campeones cuya existencia fue cortada de un golpe en plena lozanía. No puedo desentenderme del dolor de las familias, ese que ni el tiempo puede desaparecer, pues va más allá del odio y la política; se cuela piel adentro porque todos, de alguna manera, somos padres, hermanos, primos...

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O tal vez porque aquí, en nuestra tierra, se erige un museo que es testimonio en el tiempo de aquella fecha: el memorial Mártires de Barbados. Una institución que muchas veces pasa inadvertida para los transeúntes, pero que vale la pena visitar. Llegar allí, observar un pedazo de avión cuya explosión se adivina y duele como si el metal hablara, ver en fotos los bisoños rostros de las víctimas, algunas de sus pertenencias; tantos objetos tristemente valiosos por su simbolismo, es sentirse más humano; es otra manera de aprender y, sobre todo, una forma de rendir tributo.

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La historia ha de verse cercana, ha de sentirse. Me marca, especialmente, el caso de la campeona panamericana, centroamericana y juvenil Nancy Uranga Romagoza, atleta del equipo de esgrima. A ella le apasionaban los aviones, por lo que coleccionaba postales sobre el tema. Qué ironía de la vida, morir en una aeronave con solo 22 años. El memorial atesora algunas de esas postales; mientras las miro, imagino el itinerario estudiado en clases de Historia. Pero veo más. Veo a una muchacha joven, hermosa y de carácter aparentemente alegre, con una afición hacia objetos alados; con sueños como cualquiera de nuestros jóvenes.

Nancy Uranga RomagosaNancy, además, cuando murió estaba embarazada. Su primer hijo se formaba en el vientre sin sospechar que no sería más que un feto perdido en una historia de dolor. Nunca lo dijo para que no le impidieran competir. ¿Cómo iba a saber lo que sucedería? Observo su foto nuevamente y la sensación sigue siendo la misma de cuando, dentro del “Mártires de Barbados”, escuchaba su historia en voz de una de las museólogas.

“¡Pégate al agua, Felo, pégate al agua!” zumba en mis oídos una y otra vez. No puedo evitarlo; mi cabeza de joven madre imagina el momento en el que cae el DC-8 de Cubana de Aviación en las costas de Barbados. Nueve minutos después del despegue, nueve minutos solamente y una explosión que partiría la tranquilidad de un pueblo que, “enérgico y viril”, lloraría. Como si la muerte quisiera las medallas, pura barbarie. Luego, llanto, vacío… Un dolor que se trasladó rápidamente desde el aeropuerto Grantley Adams, en Barbados, pasando por el océano que abrazó los pedazos hasta nuestro Archipiélago. Un dolor que perdura en nuestros corazones.

Ella tampoco pudo disfrutar en tierra cubana el triunfo ganado en Venezuela poco antes de la fecha oscura; no pudo cosechar otros lauros con su florete; no vio nacer y crecer a su hijo... Ni siquiera disfrutó las fotos de su boda, ocurrida en Camagüey ocho meses atrás. La historia de Nancy no es superior a la de los otros que aquel 6 de octubre partieron del reino de este mundo sin decir adiós. Cuántas familias marcadas -dos, incluso, del Balcón del Oriente Cubano-; los seres queridos de Carlos Leyva y Leonardo McKenzie Grant, ambos atletas tuneros.

Por eso, cuando ande cerca de este memorial no lo piense, desande sus terrenos. Mire con detenimiento la escultura en su patio que, a ojos desconocidos, pudiera parecer un dislate, pero no lo es. Mire cada fragmento, cada postal, cada foto… La historia nos habla si sabemos escucharla. Y nuestra humanidad también; eso que -reitero- va más allá del tiempo y las políticas. Siéntase el padre que perdió a su hijo, el novio que nunca vio regresar a su amada, el niño que no llegó a ser, o el hijo que como Tin Cremata, con solo 16 años, recibió una noticia que prefirió no creer.

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Quizás entonces entienda como yo el nudo en su garganta cada vez que habla sobre su papá, quien era trabajador de Cubana de Aviación, ese al que ha honrado al frente de un proyecto de infinito amor como La Colmenita, y desde cada escenario donde haya alguien dispuesto a ser mejor. La historia ha de mirarse con matices, porque hablamos de personas que murieron en su intento de traer luz a la Patria.

Recuerde: cerca de la Fuente de las Antillas, nuestro emblemático conjunto escultórico, está el “Mártires de Barbados”, un lugar para espantar los demonios del terrorismo y reencontrarnos con la historia de Cuba, aunque nos duela.

 

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