Barbados recuerda

Las Tunas.- Una larga espera de 47 años. La incertidumbre dio paso a la certeza y luego a un dolor perenne; al anhelo de verlos llegar tal y como habían soñado aquel 6 de octubre de 1976 cuando la realidad se rompió abruptamente.

"¿Qué pensarían, qué sentirían en ese momento en el que vieron la muerte cara a cara? Ese es el recuerdo más lacerante que tengo", confesó en el documental La verdadera historia del vuelo 455 Adys González, hermana de la aeromoza Marlene González.

Para los familiares de las víctimas del atentado de Barbados no hay olvido y sí la memoria de las sonrisas, los abrazos, proyectos y las ganas de vivir de sus familiares. Han pasado casi cinco décadas y la herida permanece intacta, dolorosamente grabada en las entrañas de todo un pueblo.

"¿Tú sabes lo que es estar esperando a una persona y que de momento te digan que no va a llegar? Lo sigo amando, eso nunca se olvida", relató hace unos años en una entrevista Virgen Verdecia Sánchez, quien perdió a su esposo a causa del atentado.

Setenta y tres personas fueron asesinadas aquel 6 de octubre a las 12:23 de la tarde cuando estalló la primera bomba en el DC-8 de Cubana de Aviación, 9 minutos después del despegue del aeropuerto internacional Seawel, en Barbados. Para los autores materiales e intelectuales del crimen la justicia nunca llegó y las víctimas no solo fueron las ultimadas en el vuelo, también sus familias, quebradas por un impacto más poderoso que el de los explosivos en el interior del avión.

"Hoy, igual que el primer día, siempre la estoy recordando, yo, la mujer… ¿Pero qué vamos a hacer? Veintipico o 30 años de ponerle flores…", expresó José María Uranga, padre de la floretista Nancy Uranga Romagoza, muchos años después, al recordar a su hija, embarazada en el momento de su muerte y quien no pudo ver las fotos de su boda. Hay dolores que nunca cesan, que no amainan, que acompañan hasta el fin de los días.

En suelo tunero también se sintió, en carne propia, el dolor de la barbarie. Dos de aquellos jóvenes esgrimistas eran tuneros. Leonardo McKenzie Grant tenía apenas 22 años de edad y un creciente prestigio internacional; en el museo Mártires de Barbados, trofeos, placas, cartas de referencias, el Carné de Identidad, un comprobante del Servicio Militar, llaveros…varios objetos revelan detalles de su breve y prometedora vida. Justo en el sitio en el que hoy está enclavado ese inmueble vivió Carlos Leyva González, quien solo tenía 19 primaveras cuando ocurrió el acto terrorista. Sus familias quedaron destrozadas por la tragedia.

Con cierta mística, Iraida Malberti, una consagrada al trabajo artístico con la infancia, madre de Carlos Alberto Tin Cremata y esposa más allá de la ausencia de Carlos Cremata Trujillo, integrante de la tripulación, cuenta haber visto un arcoíris que "tiene que haber sido en el momento en que ellos caían al mar". Ese presagio la acompañó en el esfuerzo por salvarse de tanto dolor, ella por sus hijos, y sus hijos por ella.

En el discurso pronunciado por el Líder Histórico de la Revolución en el acto de despedida de duelo de las víctimas, Fidel expresó: "Nuestros atletas sacrificados en la flor de sus vidas y de sus facultades serán campeones eternos en nuestros corazones; sus medallas de oro no yacerán en el fondo del océano, se levantan ya como soles sin manchas y como símbolos en el firmamento de Cuba; no alcanzarán el honor de la olimpíada, pero han ascendido para siempre al hermoso olimpo de los mártires de la Patria!

"¡Nuestros tripulantes, nuestros heroicos trabajadores del aire y todos nuestros abnegados compatriotas sacrificados cobardemente ese día vivirán eternamente en el recuerdo, en el cariño y la admiración del pueblo!".

Bastaron pocos minutos para cegar la vida de 57 cubanos, 11 guyaneses y cinco norcoreanos; en breve tiempo la playa Paraíso, en Barbados, se tornó un infierno, escenario del odio hacia Cuba y su Revolución.

En sus testimonios muchos de los familiares confiesan soñar con sus seres queridos, otros los esperaron durante mucho tiempo; el amor y el sentimiento de pérdida sin sentido obró también de maneras más intensas. Aquel 6 de octubre quedó congelado en el tiempo, con la expectativa de la llegada que nunca fue y que, todavía hoy, anida en hogares de la Isla.

 

 

 

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