
Las Tunas.- En el contexto de la guerra civil angolana (1975-2002), miles de colaboradores civiles cubanos cumplieron misiones de reconstrucción en Angola. Entre 1981 y 1983, el escenario se caracterizó por una intensificación de las acciones de la Unión Nacional para la Independencia Total de Angola (Unita), movimiento guerrillero apoyado por Sudáfrica y Estados Unidos contra blancos civiles y militares. Las caravanas de suministros que recorrían el país se convirtieron en objetivos frecuentes de emboscadas.
El 19 de octubre de 1982 se convertiría en una fecha trágicamente memorable. Ese día, una columna de 11 vehículos de la Unión de Empresas Constructoras del Caribe (Uneca), apodados Las Gaviotas, partió de la base de Saprel, en Luanda, con rumbo al sur. Transportaban suministros vitales, a través de territorios donde la Unita operaba con impunidad.
En la caravana viajaban dos hombres, que representaban dos generaciones de internacionalistas cubanos:
Pablo Miguel Betancourt Cruz (Pipo, 48 años): veterano de la lucha contra Fulgencio Batista, había participado en la toma del puesto naval de Manatí y en numerosos combates bajo el mando de la columna 12 Simón Bolívar. Al Triunfo de la Revolución, combatió el bandidismo en Las Tunas. Con una vida marcada por la lucha, llegó a Angola como chofer experimentado.
Alcides Alberto Hidalgo Torres (Albertico, 21 años): joven mecánico automotriz de Las Tunas, se había destacado en 1981 al participar en la captura de un comando terrorista de Alpha 66, que planeaba asesinar a Fidel Castro. Miembro de la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC), llegó a Angola en octubre de 1981, donde cumplía funciones como mecánico en la base de Saprel.
Aunque separados por casi 30 años, ambos compartían el origen tunero y un profundo compromiso con la Revolución Cubana.
La caravana, comandada por el experimentado Carmenate, avanzaba por una carretera sinuosa flanqueada por vegetación espesa. Pipo conducía el taller móvil, con Albertico como copiloto. Minutos antes del ataque, durante un alto para almorzar, Pipo alertó sobre movimientos sospechosos en una loma cercana, pero la advertencia no fue confirmada.
Alrededor del mediodía, mientras descendían por una curva pronunciada cerca de Saurimo, comenzó el infierno. Una andanada de fuego proveniente de las alturas sorprendió a la caravana: la Unita había tendido una emboscada perfecta. Los primeros vehículos recibieron impactos directos, hiriendo al conductor Jorge Díaz en los ojos, por los cristales del parabrisas destrozado.
Inmediatamente, los caravaneros intentaron organizar la defensa desde las cunetas, siguiendo el protocolo establecido. En medio del caos, el taller móvil -confundido con un camión nevera- se convirtió en blanco prioritario del ataque. Una ráfaga reventó una goma del vehículo, que se inclinó peligrosamente contra el farallón, sellando el trágico destino de sus ocupantes.
Albertico, al sentirse acorralado, saltó de la cabina, pero fue alcanzado por disparos en la espalda. Gravemente herido, logró arrastrarse hasta las gomas delanteras del vehículo y desde allí continuó defendiéndose, hasta ser rematado a quemarropa, recibiendo más de 12 impactos de bala.
Pipo, desde la cabina, combatió con la experiencia adquirida en años de lucha. Sus certeros disparos causaron bajas al enemigo. Al intentar saltar del vehículo para buscar mejor posición fue alcanzado por múltiples disparos mortales. Su cuerpo quedó colgado de la puerta del automóvil.
Mientras ellos dos combatían su última batalla, otros caravaneros heridos, como El Moro y Jorge, luchaban por sobrevivir en las cunetas. La comunicación por radio se perdió al inicio del ataque. Una columna de rescate, al mando de Carlos García, y una unidad militar cubana con un vehículo blindado BRDM llegaron horas después, cuando el combate había cesado.
Fue Palomino, otro caravanero, quien logró llegar hasta el taller móvil y extraer los cuerpos sin vida de ambos compañeros, cubriéndolos con una sábana en un gesto de piedad postrera.
Seis meses después, el 19 de abril de 1983, se inauguró en el campamento de Saprel el memorial 19 de Octubre. En una ceremonia solemne, con las banderas de Cuba, Angola y la UJC, se rindió homenaje permanente a los dos internacionalistas caídos.
En la tarja del monumento quedó inscrito el pensamiento de Fidel Castro que los definía: “Ellos expresaban la pureza, el desinterés, el espíritu de solidaridad y la conciencia internacionalista que la Revolución ha forjado en nuestro pueblo”.
La muerte de Pipo y Albertico representa el costo humano del internacionalismo cubano en Angola. No eran soldados profesionales, sino trabajadores civiles que, guiados por la solidaridad y el deber revolucionario, enfrentaron circunstancias extremas lejos de su Patria.
Su sacrificio en los polvorientos caminos de Saurimo encapsula la esencia de aquella misión, donde miles de cubanos arriesgaron -y en casos como este, perdieron- sus vidas por lo que consideraban un deber sagrado: ayudar a un pueblo hermano a construir su futuro.
Cuarenta años después, su memoria permanece como testimonio de una época en la que la solidaridad internacional se pagó con el precio más alto, recordándonos que algunos “golpes en la vida, tan fuertes” -como reza el verso de César Vallejo que inspira esta crónica-, solo pueden enfrentarse con un valor extraordinario y una inquebrantable fe en los ideales.

