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Las Tunas.- Si desde hace más de un siglo los cubanos proclamamos como Padre de la Patria a Carlos Manuel de Céspedes, la maternidad correspondiente le pertenece, por derecho, a Mariana Grajales. Aquella extraordinaria mujer fue grande no solo por parir una camada de héroes. También porque los formó para que la libertad de Cuba fuera la razón de sus vidas.

Hija de mulatos libres, Mariana nació en Santiago de Cuba el 12 de julio de 1815. Era aún pequeña cuando sus padres se radicaron en El Cristo, cerca de la Ciudad Héroe. Allí, por primera vez, vio maltratar a los esclavos y oyó hablar de la independencia. Eso motivó que comenzaran a fraguarse en su carácter el espíritu rebelde y las ansias de libertad.

Tenía 15 años de edad cuando el 21 de marzo de 1831 se casó con Fructuoso Regüeiferos. De esa unión nacieron sus hijos Felipe, Justo, Manuel y Fermín. La vida conyugal duró poco tiempo, pues su esposo falleció a los siete años de casados. Sola y pobre a cargo de la crianza de la prole, determinó regresar a El Cristo, junto a sus padres.

Años después inició una relación con Marcos Maceo. Ella y su prole se fueron a vivir con él a una finca que tenía en la zona de Majaguabo, cercade San Luis. Allí vinieron al mundo sus otros hijos: Antonio, María Baldomera, José Marcelino, Rafael, Miguel, Julio, Dominga, José Tomás, Marcos y María Dolores, esta última fallecida casi al nacer.

El 12 de octubre de 1868, Marcos supo del levantamiento ocurrido dos días antes en La Demajagua. Decidió hacer lo mismo junto a sus hijos Antonio, José y Justo. Mariana los arrodilló ante un crucifijo y les hizo decir: "Juramos libertar a la Patria o morir por ella". Luego indujo al resto de la familia a imitarlos. Una vez le dijo a Marcos, el más pequeño: “Y tú, empínate, que ya es hora de que pelees también por tu Patria”.

Cuando los españoles le quemaron la casa, tomó también el camino del monte. Ninguna insurrecta la superaba en destreza para curar heridos. No toleraba lloriqueos. Nuestro Martí escribió que cuando el 7 de agosto de 1877 Antonio Maceo, su hijo, fue herido en Potrero de Mejías, varias mujeres del hospital de campaña donde lo atendían empezaron a llorar. Mariana les gritó: “¡Fuera faldas de aquí! ¡No aguanto lágrimas!”.

En la historia de Cuba pocas mujeres sufrieron tanto como ella. En las guerras del siglo XIX perdió a su esposo y a la mayoría de sus hijos, quienes llegaron a ostentar diferentes grados militares. Unos cayeron en combate, otros fueron fusilados y hasta uno -Rafael- murió en prisión en la lejana Chafarinas, donde había sido deportado por los españoles.

De los 14 vástagos, solo dos sobrevivierona las guerras: José Tomás, fallecido en 1917; y María Dominga, de muerte natural, en 1940. Marcos, el progenitor de los Maceo, perdió la vida bajo la fusilería española en San Agustín de Aguarás, el 14 de mayo de 1869. Antes de expirar pidió hacerle saber a Mariana que había cumplido con ella.

Después del humillante Pacto del Zanjón, Mariana le ofreció su apoyo a su hijo Antonio en su viril Protesta de Baraguá. Pero, al entender que la lucha armada no tenía sentido en ese momento, en mayo de 1879 viajó a Jamaica, en calidad de exiliada, junto a sus hijas Dominga y Baldomera y su nuera María Cabrales, esposa del Titán de Bronce.

En la vecina isla, Mariana se convirtió en símbolo de la emigración independentista. Su casa devino centro de reuniones de los cubanos dignos. Allí la conoció Martí, ya muy anciana. El Apóstol fue testigo de cómo les contaba a sus descendientes las hazañas de sus cachorros en la manigua indómita, y los conminaba a continuar su ejemplo.

Mariana Grajales murió en Jamaica el 27 de noviembre de 1893. "Es la mujer que más ha conmovido mi corazón", escribió de ella Martí. Al recibir la infausta noticia, su hijo Antonio, exiliado en Centroamérica mientras se alistaba para la guerra que arrancaría en 1895, escribió:
“Tres veces en mi angustiada vida de revolucionario he sufrido las más fuertes y tempestuosas emociones del dolor y tristeza que producen las desapariciones de seres tan amados como el que acabo de perder ahora en tierra extraña (…). Ella, la madre que acabo de perder, me honra con su memoria de virtuosa, y confirma y aumenta mi deber de combatir por el ideal que era el altar de su consagración divina en este mundo”.

De Mariana Grajales escribió en una crónica nuestro José Martí: “¿Qué había en esa mujer, qué epopeya y misterio había en esa mujer, qué santidad y unción hubo en su seno de madre, qué decoro y grandeza hubo en su sencilla vida, que cuando se escribe de ella es como de la raíz del alma, con suavidad de hijo, y como de entrañable afecto?”.

Maestro, dos siglos después del nacimiento de la Madre de la Patria, los cubanos de estos tiempos nos hacemos las mismas preguntas.

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