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Las Tunas.- Ella habla y él continúa el hilo de su narración: “Si quieres hermosas imágenes de paisajismo tienes que ir a Topes de Collantes”, le afirma al fotógrafo de 26, conclusivo. Ni en “Topes” ni Minas del Frío coincidieron, pero él puede contar su historia, no la de él, sino la de ella, en las lides de ser brigadista Conrado Benítez, maestra Makarenko… y la desgrana como si fuese propia, como si la hubiese vivido en primera persona o hubiese estado ahí, a su lado.

Él habla y ella asiente y entrena la memoria: “Polanco es un historiador; todo lo de antes lo sabe”, dice, mientras la conversación salta de un tema al otro: la Radio, la comunidad china en Las Tunas, sitios ya desaparecidos de la ciudad, la cultura, la Campaña de Alfabetización, la vorágine de la Revolución Cubana, la emigración… “Él me tiene a mí y yo lo tengo a él”, nos revela, enamorada, a sus 74 años de edad.
Imaginémoslos, a María Antonia Quintero y Rolando Ronaldo Polanco, más de 30 años atrás, abrazados por circunstancias dolorosas. Tal vez podríamos expresar de ellos, como Cortázar: “Y debo decir que confío plenamente en la casualidad de haberte conocido”, porque solo de esa manera se entiende la sincronicidad que los unió mucho antes de que Cupido los dejara “estaqueados en la mitad del patio”.
pareja amor naily fotosrey 1“Somos amantes. Somos novios”, comenta, pícara, mientras en la sala estallamos en risas. “Vemos la televisión tomados de las manos. Nos besamos al despertar y al dormir…” y relata sus mimos en la cocina, porque ya sabemos que el amor también entra por ahí, por eso le complace con sus caldos con maíz o le “inventa” un dulce, porque “los pequeños detalles hacen las grandes obras”.
Comprensión, respeto, admiración, fidelidad y comunicación han sido las claves para el entendimiento. “Si las personas desean una relación duradera tienen que dialogar, llegar a consensos y no tomar arbitrariamente decisiones, sino que todo debe ser de mutuo acuerdo, para eso son las parejas”, afirma María Antonia y concluye: “Ya él y yo, con mirarnos, sabemos lo que queremos. Vivimos enamorados uno del otro”.
Para su amada, trae él, en los días de escasa energía, una florecilla del jardín común; aunque nos confiesa: “Ella es más romántica que yo”, será acaso porque María Antonia lo conquistó con poesías, acaso alguna de Guillén, que reposan en el librero de la casa:

No sé. Lo ignoro.
Desconozco todo el tiempo que anduve
sin encontrarla nuevamente.
¿Tal vez un siglo? Acaso.
Acaso un poco menos: noventa y nueve años.
¿O un mes? Pudiera ser. En cualquier forma,
un tiempo enorme, enorme, enorme.

Y tal como ella adelantó, le basta mirarla para saber cuándo debe, raudo y veloz, regresar el dial de la radio a la sintonía con la Emisora Provincial o disculparse ante alguna “traición de los años”. De su “ángel”, Polanco sabe cada una de sus historias, por eso las cuenta como suyas y ella retribuye de igual modo; ambos se complementan en la narración de sus vidas.
“Soy feliz de estar acompañado de ella y de acompañarla a su vez”, dice, envuelto en el plenilunio del amor a sus 83 años. “Él me complace a mí, y yo le complazco a él”, apostilla su esposa, tras lo cual hablan de sus planes para visitar el Jardín Botánico de la ciudad y la playa, donde disfrutaban la salida y puesta del sol, cuando no había aún pandemia que les limitase el movimiento o una intervención quirúrgica exigiese a Rolando mayor preparación para cada salida.
“Éramos asiduos visitantes de El Cornito, el teatro Tunas, la Peña Prodigiosa”... y él la interrumpe: “¡Ay, esa Peña Prodigiosa por qué la quitaron! ¡Qué sábados tan maravillosos!”. Así hablan de sus días y noches, también de cuando la Covid-19 rompió la dinámica del hogar, y se le sobrepusieron, juntos. ¡Claro que hay imperfecciones! Mas hay la certeza de que solo los separará el inevitable eclipse biológico.

 

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