julio csar rey

Las Tunas.- Hombre de vasta cultura y modos de caballero, cuando Julio César Pérez Viera habla se siente el trepidar de otras centurias. El diálogo ya no es conversación sino conversa, con esa manera que proviene de períodos pasados y que tiene el encanto de otra época, desconocida, lejana… De los territorios de la fantasía parecen sacadas algunas de sus historias, tan verídicas como las circunstancias de su niñez en Arizona y Cascarero donde, con sus escasos 8 años, ayudaba a su padre Monguito a hacer carbón durante el tiempo muerto de la zafra.

“Aquello era una alegría”, dice ahora, al recordar sus andanzas a la orilla de la costa y su labor de centinela para preservar el patrimonio de una familia con prole de ocho hijos y que vio, en la alborada del Primero de Enero, el añorado cambio para bien de sus descendientes y de toda Cuba. Ese anhelo del padre, obrero y comunista, y de la madre Pola, fructificó en un niño que sentía una curiosidad por saber, que amaba los libros y soñaba, soñaba.

“Mi abuela Mamita decía que yo era muy ‘leyista’”, recuerda al volver sobre sus pasos en el poblado de San José, en Chaparra, hacia donde fue a vivir a los 11 años de edad y a tratar de cumplir con la matriarca que quería de él un abogado, un hombre “leído y escribido”.

De todo eso hablamos largo y distendido, hace solo unos días, ya con la feliz noticia de que le habían otorgado el Premio por la Obra de la Vida Rosano Zamora Paadín, lo que provocó el reconocimiento de colegas. Uno de ellos fue Pastor Batista, antes corresponsal del diario Granma aquí y quien, con picardía, escribió: “Creo que no entiendo bien, compadre hermano: te conceden premio (…) como si ya estuvieras en la llamada tercera edad, cuando en verdad estás apenas comenzando. ¿No se habrá apresurado un poco el jurado con un jovenzuelo como tú?”.

A sus casi 69 años de edad, me consta que las energías no le faltan para seguir llenando de luces este oficio que hace medio siglo defiende con la verdad como credo por encima de todo. Así lo aprendió desde que se aventuró, cual hombre orquesta, a hacer El cañazo, un boletín diario de corte crítico, en el que analizaba la marcha de la zafra en el municipio de Jesús Menéndez, y que fue la génesis de su gusto por los reportes analíticos y que problematizan la realidad nacional.

“Ese periodismo me ha traído muchos inconvenientes con funcionarios y dirigentes que cuidaban y cuidan sus puestos. Sin embargo, he tenido el apoyo enorme del pueblo, porque cuando se ejerce un periodismo crítico o desarrolla el criterio la gente busca a ese reportero. El pueblo tiene necesidad de decir y que alguien lo escuche. Eso no lo podemos perder: la confianza en la prensa revolucionaria.

“Confucio dijo: ‘Diga la verdad y comenzará la guerra’. Y te digo, nunca he hecho un trabajo con el objetivo de perjudicar a nadie, sino con el afán de contribuir a resolver un problema de la sociedad”.

Como es de esperarse, aquel que “juega con fuego” no es persona grata para algunos, en esos casos, como en los momentos en los que ha sido “juzgado”, recuerda siempre un apotegma de su abuelo que bien vale para muchas circunstancias, justo por eso, por el carácter leve y finito de las circunstancias.

“Mi abuelo era un hombre semianalfabeto, pero muy inteligente, y un día me dijo: ‘No temas cuando digas la verdad. Los dirigentes y funcionarios son aves de paso y los periodistas siempre van a prevalecer si dicen la verdad’. Yo no sé cómo se le ocurrió esa idea, pero es lo más real que he podido ver”.

Con esos credos anda desde que emprendió el oficio de la mano de Rosano Zamora y junto a otros pioneros del gremio aquí, como Raúl Martes González, Roberto Doval Bell, Oscar Peña Peña y Rafael Quiroga. De esos años fundacionales, prolijas son las memorias. Sin mucho esfuerzo vuelve otra vez a los días de su andar por toda Chaparra, con una carretilla halada por una bicicleta y, sobre la primera, la grabadora Tesla gigante de unas 60 o 70 libras, imprescindible para el reporteo diario, cuyas resonancias llegaban hasta el periódico Sierra Maestra, en Santiago de Cuba.

“Fue una de las etapas más bellas, mi prueba de fuego y lo agradezco”, afirma cuando recuerda ese momento que lo preparó para el quehacer posterior en 26, órgano de prensa del cual es fundador, y que “ha sido la mayor satisfacción de mi vida por la unidad del colectivo, la modestia y la sencillez de los compañeros que éramos uno solo; hermanos todos”. Lo dice con sentido del agradecimiento y la remembranza de que sus artículos iban a parar, para ser revisados, incluso, hasta las manos de Robertina, la auxiliar de limpieza.

En su extensa hoja de ruta consta también su faena en la emisora provincial Radio Victoria, hasta que un día de 1997 se convirtió en el primer corresponsal de Radio Progreso en la provincia. En esa planta ha consolidado su carrera y mereció el Micrófono de la Radio Cubana, por la excelencia de su labor profesional. Para “Cuba y el mundo” se le escucha desde entonces, un sello que identifica la despedida de cada uno de sus trabajos.

Toño y Carola, sus mascotas, interrumpen el diálogo que se extiende entre anécdotas y reflexiones acerca de cuánto tenemos los periodistas de “látigo con cascabel” y de la relevancia de buscar equilibrios edificantes en nuestro hacer.

“El periodismo es una gran escuela diaria, cada día hay algo diferente que contar, aunque nos parezca igual. Los años pasan corriendo por el ajetreo y te digo, no me he dado cuenta del paso del tiempo. Me voy a jubilar, pero no me voy a retirar, porque la Patria necesita de nosotros más que nunca, los periodistas”. Cuando llegue ese momento, será difícil, afirma, desprenderse del trabajo por el compromiso con la gente común y el eterno sacerdocio de, si no curar, al menos acompañar “espiritualidades afectadas”.

Admirador de la belleza de la vida, amante de la literatura, de su familia y sus cinco hijos, en casa no solo sus dos pequineses lo escoltan, muy cerca de la ventana Carusso canta, un canario amarillo que cría junto al negrito Pedroso y que lo afinca en sus raíces. Acaso por eso Julio César conserva la tradición de andar siempre con un sombrero, y aunque los actuales no sean de piel de castor como aquel primero, contabiliza cerca de 20, “nótese que este año ya he regalado varios”, apunta.

Justo ese es otro valor que conserva de sus abuelos, el desprendimiento material y el aprecio por los pequeños detalles, que lo mantienen activo y presto a seguir en “la pelea”.

 

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