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Las Tunas.- Era apenas un crío cuando su papá lo llevaba a los campos de caña en San Juan, “Jesús Menéndez”; él veía pasar las combinadas y se imaginaba allá arriba, arrasando con todo a su paso… Pensaba que al sonido ensordecedor de la máquina no había ni rayo que le hiciera frente. Recuerda su mirada absorta, embobado. Con tales antecedentes, no es raro que desde hace 11 años, Yordanis Ramírez Almaguer atara su suerte a la voluntad de una de esas moles de hierro.

“Cuando algunos niños soñaban con espadas y ser superhéroes, yo tenía esa otra devoción, era inexplicable. Recuerdo la primera vez que me colé en una… Si se es campesino tienes que tirarle a todo, pero en cuanto se dio la oportunidad me fui a trabajar a la cooperativa de producción agropecuaria (CPA) Justo Bruzón, agarré una KTP y hoy es una joyita”.

A sus 37 años de edad, Cundo, como la mayoría lo conoce, sabe bien qué derroteros le impone su empeño. Mucho antes del alba está preparado para la faena. En cuanto pone un pie en el campo toca revisar minuciosamente la maquinaria, aunque el sonido del motor suele hablarle clarito; precisa cada detalle y rompe la quietud del alba y va presto a cortar la caña hasta que no queden más hileras verdes y desafiantes ante su paso.

Aunque se sienta realizando un sueño viejo, el maquinista confiesa que no siempre es sencillo, pues el ruido constante de la combinada se cuela más adentro de sus oídos y retumba en su cerebro, amenazando con robarle la audición. Y la pajuza de la gramínea corta la piel, por eso él ha preparado su vehículo para que casi no se filtren.

Jornadas tristes son aquellas en las que el sonido del motor alerta que habrá problemas. Entonces Yordanis casi no aguarda por el mecánico, comienza a hurgar en busca de soluciones y aunque el conocimiento se imponga, él, a fuerza de costumbre, muchas veces da con la solución.

“Encima de la combinada me siento completo y comprometido. Hace cuatro años que tengo la Condición de Millonario y la verdad no considero que haya excedido mis límites, solo he hecho lo que me enseñaron desde chiquito: cumplir con lo que se me manda, para lo demás hay tiempo”.

En picar y hacer bultos se le van las horas. En su cabeza de vez en vez se asoma su niña de cuatro años, quien también mira con ojos brillantes la KTP; pero su mente permanece concentrada en las labores del campo. Cuando ha tenido que moverse hasta otros municipios como Manatí a apoyar la contienda, lo hace con la misma entereza, y alerta ante el camino nuevo.

Las 110 toneladas de caña no solo es una meta productiva, ahí va el compromiso que le pone, el empeño de sentirse parte de un proceso mucho más grande y que se traduce en beneficios puntuales para la familia que lo aguarda. Cuando los planes no se cumplen queda como una molestia.

“La zafra es la etapa que todos esperamos, la gente se convoca, anda más motivada, hay más recursos. El ambiente es diferente y eso llega a las casas. Aquí uno vive la campaña a cabalidad, es el mayor acontecimiento, de ahí que los resultados se sientan personales”.

En tiempo muerto, Cundo agarra las botas y comienza a sembrar cebollín, yuca, boniato. Atiende los caballos, bueyes, vacas, puercos y conejos. Se impone un ajetreo superior en el hogar y hace cambios, enfrenta nuevas metas y su niña está más feliz.

“También voy al taller. Hago mil cosas. Me gustan las dos etapas, no me falta el trabajo, lo que no puedo imaginar es pasarme 24 horas sin hacer nada.

“Sinceramente, me siento afortunado. Queda mucho por lograr, pero quisiera prosperar aquí, en mi barrio, donde mi papá sembró la misma tierra. Quiero que mi familia crezca en este sitio”.

Cuando la zafra regresa y empieza a extenderse la noche por el barriecito de San Juan, Cundo aún no regresa al calor de los suyos. Desde hace varias horas, una figurita pequeña lo espera rozando el portón, la mamá le pide sin cesar que entre. Otro rostro más reposado y gastado por los años igualmente lo aguarda. En el momento justo que él cruza la puerta, aunque una sola corra eufórica a abrazarlo, las tres mujeres alcanzan una “rara” tranquilidad. Él lo sabe y lo disfruta.

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