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Las Tunas.- Ya las predicciones los tenían en vilo. Y cuando la fuerza arrasadora del huracán Ike clavó su garra en suelo tunero, con la misma alevosía que Jorge le había atribuido en los rincones de su mente, los hermanos Velázquez, de zarpazo, perdieron los recursos de tres años de trabajo duro, de mirarse las caras al sol y compartir el jarro de agua en los surcos, entre sudores, con el sueño nítido de no ser campesinos del montón.

Por aquellos días de septiembre su patrimonio era la envidia de los coterráneos que veían más de 10 mil matas de plátano macho, triples, con grosor de ensueño y a punto de cosechar. Solo cinco racimos se habían cortado y los labriegos acariciaban el momento exacto para echarle manos a la mejor “parición” de los últimos años. Pero la recogida estaría marcada por otros designios.

La mañana, después del huracán, los sorprendió con más urgencias, las casas de ambos estaban en el suelo, los niños asustados… Pero las piernas se le ablandaron a Jorge cuando no encontró una sola mata de plátano en pie, allí no podía recuperarse nada. Entonces, se cuestionó firmemente si su destino estaba ligado a la tierra o aquello era una premonición de agarrar por otro camino.

Blas Arnaldo (Nandy) no dijo mucho. Su hermano lo encontró a lágrima viva entre las plantas caídas y la medianoche lo sorprendió con el mismo llanto, sin capacidad de reaccionar, evento raro para el hombre que siempre anda asido a algún proyecto. Vaticina el campesino que aquel fue el día más triste de su vida hasta que luego un tío suyo murió.

Después de ocho inmensas jornadas de decepción, contadas hasta la última hora, Jorge fue a buscar a su hermano, lo regañó y le hicieron frente a los fantasmas. Cogieron las mismas semillas de la plantación arrasada y empezaron a resembrar. En lo adelante hubo días muy duros económicamente, rememoran entre risas, pero este par de productores hoy poseen una de las fincas con resultados más sólidos en el panorama tunero.

DEL MARABÚ A LOS CULTIVOS VARIOS

En 1992, los hermanos Velázquez iniciaron la “travesía” de convertirse en campesinos, aunque de manera no oficial ya eran eso desde que salieron del vientre de su madre, en la línea sucesoria de cuatro generaciones de grandes conocedores de la tierra. Con el pacto llegaron las primeras canas y una convicción a toda pujanza de no ser solo dos más.

“Recuerdo que la primera vista no era para estar contento -confiesa Jorge-. Recibimos alrededor de 13,42 hectáreas y el 70 por ciento estaba cubierto de marabú. De más está decir que empezamos con dos pares de manos y nada más, salvo los consejos de papi y su cercanía para cuando nos hiciera falta, y muchas veces que lo hizo.

“Lo primero que hicimos fue realizar los croquis en nuestra mente de dónde levantar las casas y soñamos qué sembrar una vez que acabáramos con la plaga. No fue sencillo, la única manera de acabar con el marabú es a pulmón y con manos y brazos ensangrentados, pero ni Nandy ni yo le tenemos miedo al trabajo, y eso no ha cambiado.

“Lo primero que sembramos fue boniato y claro los rendimientos fueron muy pobres, de 150 quintales por hectárea. Sabíamos que el suelo no era bueno, era entre rojizo arenoso y con pocos sustratos. Entonces la tradición nos alcanzó, el viejo aconsejó que siguiéramos el ejemplo de unos hermanos suyos y empezamos a aplicarle materia orgánica.

“Recuerdo que recogíamos el estiércol de cuanto animal encontráramos y además regamos cachaza central a gran escala. Al año y nosotros mismos no creíamos los resultados. Pasamos de 150 a tener rendimientos de 500 quintales”.
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El productor asegura que vive orgulloso de la localización de su finca que hoy rebasa las 36 hectáreas en la comunidad de Blanca Rosa, municipio de Majibacoa. Cuenta como fortalezas estar a 500 metros de la Carretera Central, con una línea cercana y, sobre todo, las tierras suyas colindan con la presa que baña sus cultivos por más que arrecie la sequía.

Fruto de su sacrificio lograron instalar una turbina para mojar una hectárea de tierra por hora y bajo esas condiciones han extendido los cultivos al maíz, ajo, cebolla, burro, yuca, boniato y, por supuesto, el plátano macho, que es el producto que los distingue por todos los alrededores.

OTROS SABERES

Jorge asegura que nunca va a olvidar el día en que se iniciaron en el Proyecto OP-15. Antes ya habían aprovechado los saberes del PIAL, pero con los nuevos conocimientos rectificaron sus rutinas y todo lo que hacían de manera empírica encontró medidas, fórmulas y dosis para optimizar sus suelos.

“Antes aplicábamos materia orgánica sin tener en cuenta las cantidades, lo hacíamos al bulto y cada vez que entendiéremos; cuando llegaron los especialistas nos enseñaron que era lo que requería cada parcela, con nuevas técnicas.

“Desconocíamos las características del suelo, ellos lo estudiaron y supimos finalmente que tenía el potasio alto y déficit de nitrógeno. Imagínese, cómo íbamos a saber eso. Desde entonces hemos direccionado el trabajo hacia lograr un balance que permita cosechas más provechosas.

“Nos enseñaron también a hacer mejores drenajes, a reciclarlos para el buen aprovechamiento del agua. El campesino tiene que ser receptivo, si cree que se lo sabe todo está embarca´o, la ciencia se impone y contra el desarrollo no hay quien vaya”.

PIONEROS EN EL MANEJO SOSTENIBLE DE LA TIERRA

Recientemente, la finca de los Hermanos Velázquez fue reconocida como la primera en suelo tunero iniciada en el manejo sostenible de la tierra, a través del Programa de Asociación de País con el Proyecto OP-15 de la Agencia de Medio Ambiente de Cuba.

Esta condición, que comparten otras 19 bases productivas en toda Cuba, les fue conferida gracias a que se han valido de los saberes de la Agroecología para el mejoramiento de los suelos en pos de elevar los rendimientos de sus cosechas y hacer una óptima utilización de los recursos naturales.

Gracias al proyecto, en lo adelante tendrán la posibilidad de recibir incentivos económicos en aras de seguir diversificando su finca en la producción de alimentos.

“Exhortamos a los campesinos a que se sumen -alega Jorge-. Es ganancia para todos y a su vez estamos contribuyendo con la sostenibilidad de la tierra, que nos ha dado todo lo que tenemos. Como yo lo veo, es lo menos que podemos hacer”.
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MAYELÍN, FORTALEZA DE LOS VELÁZQUEZ

Aunque no le gusta que la entrevisten y confiesa que pasa todo el tiempo asegurando que las cosas salgan bien desde su cocina, Mayelín Pérez, la esposa de Jorge, tiene un fuerza sin competencias en las decisiones y proyectos que inician en la finca.

Desde que rompe el alba asume el cuidado de su nieta, se encarga de las labores hogareñas y también de los animales. Esa es su gran pasión, me asegura. No hay televisión que valga, ni redes sociales. Para ella cada gallina, pavo, cerdo, ganso, vaca, ovejo o caballo tiene un lenguaje que hay que entender para poder ayudarlos.

Cuentan quienes la conocen que es una ginecóloga experta de aves. Clariando los huevos, adivina con mucha eficacia, el sexo de las futuros polluelos y lo hace con tanto placer que confiesa que pudiera dedicarles todo el tiempo a tales encomiendas.

Mujer de proyectos, por más que se esconda tras el fogón, “y con todo placer”, Mayelín ha dotado a la finca de grandes arboledas de árboles frutales, entre los que distinguen coco, aguacate, naranja, cereza y mango. Ella no les pierde la pista y celebra sus frutos.

Me cuenta que vive feliz rodeada de verde y con dos hijos y los nietos que también ensanchan su alegría. Los anhelos están en seguir creciendo en la producción de alimentos y que su descendencia continúe el mismo camino, sacrificado, pero honesto.

Sus preocupaciones están atadas a la eliminación del bandidismo, cuestión que les dificulta mucho la vida. Las familias se han organizado planes de guardia que atentan contra su mejor rendimiento en los campos. Mayelín asegura que no pega un ojo cuando sabe que su esposo o su hijo están allá afuera, indefensos.

DE SUEÑOS Y NUEVAS METAS

La finca de los Velázquez se divide en dos partes, una se dedica a los cultivos varios y otra a la ceba de toros. Actualmente tienen en plan la entrega de más de 13 toneladas de carne, compromiso que pretenden cumplir sin inconveniente. Su masa ganadera cuenta con alrededor de 90 cabezas de ganado y más de 200 ovejos.

Durante 11 años consecutivos, Jorge y Nandy han cumplido con el aporte de viandas a las dietas médicas y a la par donan alimentos a hogares de ancianos, escuelas y en el último período a los centros de aislamiento.

Las miras de la finca están encaminadas a avanzar en el manejo sostenible de la tierra y en crecer a la par del proyecto de desarrollo territorial que se gesta en la presa y que contribuirá a dinamizar la vida sociocultural de la comunidad de Blanca Rosa. Con este objetivo tienen planes de crear su propio ranchón y atraer visitantes.
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Nandy, entre jovial y serio, alega que la existencia del campesino está marcada de muchas maneras por lo incierto. Ellos trazan sus metas contando con tales designios. Me cuenta que desde sus creencias, de pedirle a Dios desde la casa, “como nos enseñó papi”, ha visto resultados. “Las peticiones más duras han llegado -asegura-. Acabando de sembrar, con el día soleado, he pedido lluvia y la he visto, me siento dichoso de eso”.

Con la venia de lo intangible y los bolsillos llenos de proyectos, como el OP-15 y el que lidera el Cieric en la zona, ambos productores van acercándose a sus metas, aunque reiteran que les falta mucho por hacer. Lo claro es que algo ya tienen, definitivamente, no son dos más del montón.

Leer más: Los Hermanos Velázquez, pioneros en el manejo sostenible de la tierra

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