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Las Tunas.- Para Yoenia Barbán Sarduy “acariciar” la maternidad ha sido casi una utopía y, quizás, uno de los mayores desafíos en su vida, no exento de tropiezos que ha puesto a prueba al ser humano fuerte y emprendedor que le habita. Y sí, una carrera prolífera y muchos lauros, fruto de constantes esfuerzos, la convierten en una mujer realizada, pero allá muy dentro, donde no alcanzan las miradas, anidaba el dolor de no poder ser madre. Rendirse nunca fue una opción, lo intentó una y otra vez, tocó cuantiosas puertas, y siempre supo levantarse, a pesar de todo.

“Atravesé por disímiles situaciones para concebir, estuve 17 años bajo tratamiento en diferentes instituciones del país, porque no podía embarazarme de manera natural. Me sometí a varias intervenciones quirúrgicas, procedimientos rigurosos, con especialistas excepcionales de nuestra provincia y de otras.

“Al no lograrlo recurrí a las casas de niños sin amparo familiar en la búsqueda de la adopción. Esos centros educativos y formativos no tienen una matrícula alta de infantes para ser adoptados. En tales gestiones también estuve algunos años, pero no lo conseguí; las exigencias son muy rigurosas, había que esperar mucho tiempo y solicitan numerosos aspectos legales y de concepciones matrimoniales que yo no cumplía”.

Las negativas no apagaron sus esperanzas, pero en algún momento aquel anhelo sí comenzó a tornarse inalcanzable. “En mi proyecto personal constantemente estuvo la construcción de una familia, pero llegó la fase en la que la edad biológica no me permitiría seguir intentándolo; y asumir esa realidad fue realmente difícil.

“Tuve que recurrir a diversas herramientas, volcarme en mi trabajo, culminar mi doctorado, alcanzar categorías superiores como profesor auxiliar y titular. Me enfoqué en ese desarrollo profesional como una vía de escape ante la condición que me impedía ser madre. Son horas de angustia, y en algunos casos hasta determinan la situación matrimonial, pues una no quiere obstaculizar el proyecto del otro”.

El destino, la suerte y sus deseos inmensos de tener un hijo conspiraron a su favor: desde hace casi un lustro las risas infantiles se colaron en su casa, y ella ha sabido tejer los afectos que emanan cada día como una suerte de manantial. No hay vínculos sanguíneos, ni tampoco un documento que ampare esa relación, mas crecen las certezas de un amor que comenzó hacia su pareja, y se extendió a sus retoños.

“La responsabilidad de ser madre, de enseñar a leer y a escribir a los niños que tengo a mi cargo, conducirlos en sus etapas formativas y en la construcción de valores, disfrutar de sus ocurrencias… ennoblece el alma. Yo siento que desde que desempeño ese rol soy una mejor persona”, confirma.

Y es justo ese sentimiento el que mueve los hilos del nuevo Código de las Familias, que será sometido a referendo popular el próximo 25 de septiembre. En sus páginas reconoce la adopción como una institución jurídica de protección familiar, siempre a favor del interés superior del niño, y una manera de integración familiar para garantizar el derecho del menor a vivir en familia, asegurar su bienestar y desarrollo integral.

Las parejas que conforman un matrimonio o una unión de hecho podrán adoptar un hijo si cumplen con los requisitos estipulados por la Ley. En este caso, los valores y conductas de los miembros de la pareja serán definitorios, más allá de su identidad sexual.

En la novedosa normativa igualmente aparece el término gestación solidaria, que es una vía de ayudar a parientes o personas cercanas a materializar ese sueño, alejado de la mercantilización del cuerpo de la mujer o de ver al infante como un objeto de contrato.

“Soy feliz con mis dos pequeños -remarca-, y el Código, una vez que se apruebe, me dará las bases legales para ser reconocida como madre. Este documento es significativo para quienes se encuentran en circunstancias similares a la mía.

“Considero que es revolucionario e inclusivo, y favorece a los menores, adultos, discapacitados. En esencia va a respaldar importantes procesos en nuestra sociedad”. Es el criterio de una mujer que ha pasado gran parte de su existencia anhelando ser madre, y ahora vislumbra con más cercanía la luz. Por Yoenia, y por los tantos que merecen y quieren vivir la maternidad y paternidad, vale la pena reflexionar, y aprobar un Código que bien puede hacer la diferencia en el camino de muchos.

 

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