ruido

Las Tunas.- El reloj apenas marcaba las 10:00 de la noche, pero ya el cansancio comenzaba a aflorar. El día anterior despedíamos el año con una gran celebración en familia, pero esa noche, la primera del calendario entrante, el cuerpo nos solicitaba un sueño reparador. En mi hogar necesitábamos descansar. Teníamos tareas pendientes para la siguiente jornada y a mí, particularmente, comenzaba a atacarme una molesta migraña.

ruido 2Nuestro descanso lo habríamos conseguido de no haber estado sufriendo por larguísimo tiempo la música exorbitante de la calle trasera, que desde hacía buen rato retumbaba en nuestras paredes. Desde bien temprano, ya en aquella vivienda comenzaron a compartir sus gustos musicales con el barrio entero, sin pedir permiso.

La música alta (más de lo normal) se había mantenido todo el día. Y aunque mi dolor de cabeza crecía a cada segundo, sostenía la esperanza de que al llegar la noche la conciencia “asaltara” la mente de los protagonistas de tamaña tortura y a las canciones les bajaran un poco el volumen.

No lo hicieron. Solo horas después quitaron su “concierto” y luego de varias quejas de otros vecinos, tan indignados como yo. Sin embargo, mi sueño ya se había ido y las pastillas tardaron en hacer efecto. El descanso que ansiaba no lo pude conseguir.

Poner la música de preferencia, más en una fecha significativa, nunca ha sido una prohibición. Lo que sí constituye una falta de respeto es perturbar la paz de los que te rodean poniéndola demasiado alta, sin pensar por un momento en que tal vez algún vecino no se sienta bien de salud o esté pasando por un mal momento, o simplemente desee dormir.

Escenas como estas tristemente se repiten a diario. De hecho, no solo en jornadas de celebración. Cualquier día y en cualquier horario muchas personas ponen sus equipos reproductores con la intención de que toda la ciudad escuche. Ni siquiera reparan en si tienen cerca adultos mayores o niños recién nacidos.

Lo más lamentable es que esto no ocurre solamente en algunas casas. Muchos bicitaxis y otros vehículos hacen gala de la capacidad de sus caseteras y contaminan el ambiente, además de los oídos de sus pasajeros. Sinceramente, no sé cómo estos conductores no sienten tal “bombardeo” en sus oídos.

Eso sin mencionar a los choferes que parquean sus carros y los dejan encendidos, aunque tarden una hora en volverlos a arrancar, mientras conversan o se fuman un cigarro. Peor son aquellos a los que no les gusta tocar la puerta o vocear a quien busquen y simplemente optan por sonar y sonar el claxon para que todo el barrio admire su medio de transporte, sobre todo, si es una moto de último modelo.

Cuando un sonido supera los 65 decibelios (unidad para medir su intensidad) se define como ruido, y cuando traspasa los 75 se torna dañino. Y tan triste como cierto es que sufrir una excesiva exposición a este trae graves consecuencias a la salud, pues no solo se daña la audición, también perturba la comunicación y trae aparejado otras consecuencias negativas para el ser humano y en las que es necesario reflexionar.

La exposición al ruido puede aumentar el riesgo de padecer enfermedades cardiovasculares e hipertensión arterial, además de angina de pecho o un infarto agudo del miocardio. Esto se debe a una activación de hormonas nerviosas, que provoca el aumento de la tensión arterial o la vasoconstricción (estrechamiento de los vasos sanguíneos), lo cual causa que la circulación se torne lenta, entre otras afecciones.

Celebrar es bueno, pero cuidar la salud lo es aún más. Meditar al respecto es pertinente; y resulta un tema del cual se ha hablado muchas veces en diversos escenarios. Vivir en un ambiente libre de ruido es un derecho de todos, así como también constituye un deber respetarnos y respetar a los demás.

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