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Las Tunas.- El término suena herético o salvador según quien lo diga. En boca de un economista revolucionario parecería contraproducente y hasta "diversionista"; pronunciado desde la tribuna neoliberal viene etiquetado como llave maestra de las puertas hacia las soluciones frente a la pretendida ineficiencia de lo público. ¿Será?

Planteada en caracteres chinos lo que vendría más bien a ser la idea de traspasar a la propiedad privada determinadas actividades o servicios, se antoja pertinente si miramos su peso dentro de la economía de aquella nación milenaria y sus resultados a ojos vista en materia de desarrollo. Leída la palabra de marras en los discursos eurosoviéticos de finales de la década de 1980, la sensación sería de fracaso, de poner al país de rodillas y en manos de las mafias.

La privatización de parte de los medios de producción está en el centro del debate económico en Cuba. El concepto carga consigo una tara pesadísima: ser asumido como mal necesario, como una concesión al capitalismo. No asombra que al calor de las discusiones se revisiten las controversias acaecidas en la Rusia soviética de mediados de la década de 1920, cuando Lenin emprendió la Nueva Política Económica (NPE) y defendió justamente la tesis de que se requería ese trago amargo en el proceso de transición socialista.

Razón no le falta porque la socialización de la propiedad ha de seguir siendo la aspiración suprema de la humanidad que no debería renunciar al sueño de suprimir todo rastro de apropiación individual, en tanto conduce a la diferenciación social. Pero, ¿y qué hacer mientras tanto?

La Revolución Cubana ha madurado suficientemente como para percatarse, casi siempre por las malas, que la estatización de la totalidad de los procesos económicos, a la luz de las condiciones actuales es contraproducente. Así quedó plasmado en la Constitución del 2019, lo que conduce a otras disyuntivas, ¿cuál debe ser el alcance del sector privado?, ¿dónde termina lo "fundamental" dentro de los medios de producción que continuarán bajo la gestión pública?

Cualquiera que sea la actividad, el traspaso hacia lo privado lleva en sí el reto de la enajenación y la posibilidad, más real de lo que parece, de que su expansión tienda hacia la subversión del sistema político porque cuotas de poder económico a la larga generan necesidades de poder en lo político.

estructuras metálicas1Mas, antes de que la absolutización nos conduzca al inmovilismo, llevemos el análisis a un escalón diferente, planteándonos la siguiente interrogante: ¿no estamos viendo ya demostraciones de enajenación dentro del sector público? Esa que existe cuando los trabajadores no sienten como suyo ese sitio donde laboran, o derivan en el "salir del paso" e, incluso, en "depredar" lo que puedan en su propio beneficio. Pensemos también en cuántas veces hemos visto reproducidas en medianos o pequeños negocios esas mismas malas prácticas, asumidas como naturales e intrínsecas a la gestión pública de los recursos.

Seis décadas atrás, Ernesto Che Guevara en Apuntes críticos a la economía política señalaba que el capitalismo, si bien funciona bajo leyes del mercado, no niega la planificación más detallada al interior de las grandes empresas. En fin, que la realidad suele ser más colorida que los esquemas.

Si aspiramos a examinar el asunto de la privatización con justeza, conviene avanzar con el análisis averiguando no solo quién es el propietario nominal, sino además, de qué manera se gestiona esa producción o servicio; si sobre la base de la lógica ciega de la ganancia a toda costa, del voluntarismo subjetivista o desde el arte de lo posible.

Conviene no excluir de la ecuación a quien, escudado en la tesis de liberar al Estado de todas las cargas, pretende vaciarlo de contenido mediante el alevoso y premeditado abandono de lo público para justificar luego su privatización.

industrias las tunas 3Frei Beto apuntó con admirable precisión que el socialismo europeo sucumbió por privatizar los sueños y socializar la propiedad; mientras el capitalismo mantiene su hegemonía en los imaginarios globales justamente porque hace lo contrario: socializa los sueños, mientras la propiedad va concentrándose en pocas manos.

Intentemos quizás socializar los sueños y darle a cada forma de propiedad el justo lugar para que, en última instancia, el conjunto de la sociedad sienta las señales de la prosperidad. Sabiendo que deberá enfrentarse la disyuntiva de la enajenación y conjurando la falacia de que cuando unos se enriquezcan terminarán "derramando" algo de su abundancia a los demás. Porque sin cortarles las alas al emprendimiento individual o colectivo, siempre será necesaria la mano del soberano, el pueblo, para redistribuir.

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