La sobremesa: patrimonio inmaterial.

Las Tunas.- Hay momentos que no se anotan en la agenda ni se anuncian en voz alta. Ocurren con naturalidad, sin previo aviso, pero dejan una huella suave y duradera. Así es la sobremesa: ese instante que llega después de comer, cuando los platos ya no importan y las palabras toman el centro.

En muchas familias cubanas ha sido, y sigue siendo, un ritual sagrado sin protocolo ni etiquetas. Es allí donde los abuelos cuentan la misma historia de siempre, pero con una chispa nueva. Donde mamá se ríe de algo que no hacía gracia ayer. Donde los niños aprenden sin darse cuenta, solo escuchando. Donde los silencios dicen con elocuencia.

La sobremesa es escuela y refugio. Es conversación que no corre, que se permite la pausa, que da espacio a la risa, al consejo, al recuerdo. Es un capítulo donde la familia se convierte en hogar.

La sobremesa: patrimonio inmaterial.sobremesaA veces dura cinco minutos. Otras, media hora. Pero siempre tiene algo de mágico. Como si el tiempo decidiera aflojarse un poco y dejarnos estar, simplemente estar. En esos minutos compartidos, se fortalecen la memoria, los vínculos, la identidad. Se cuentan anécdotas, se inventan sueños, se recuerda a quienes ya no están, se planean pequeñas cosas, se dice lo notorio sin tener que levantar la voz.

No hace falta una mesa lujosa ni un menú especial. Ocurre igual entre tazas de café colado, restos de arroz con frijoles o un simple pan con “algo”. Lo relevante no es el qué, sino el con quién. Y el cómo: con cariño, con atención, con ganas de quedarse un rato más.

Tal vez por eso, deberíamos proteger la sobremesa como lo que es: un patrimonio intangible de nuestra vida cotidiana. Un espacio donde se transmiten valores, costumbres, formas de ver el mundo. Un tesoro sencillo, pero poderoso.

En época de prisas, de pantallas encendidas y conversaciones a medias, defender la sobremesa es defender el calor humano. Es recordar que hay tiempo para todo, también para escucharnos.

Porque al final, cuando pasen los años, quizás no recordemos exactamente qué comimos aquel día. Pero sí lo que se dijo después. La risa compartida. El gesto cómplice. La voz de mamá. El cuento de papá. La mirada del abuelo. El olor del café. Eso también educa. Eso también nutre. Eso también construye.

No está en los libros de Historia y, sin dudas, la inmigración le ha propinado no pocos golpes, pero hablamos de un suceso que forma parte de nuestra herencia más viva. Cuidémosla. Sentémonos sin apuro. Apaguemos un instante el ruido. Y dejemos que, una vez más, lo importante ocurra.

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