celular respeto 2Las Tunas.- “Hemos aprendido a volar como los pájaros, a nadar como los peces, pero no hemos aprendido el arte de vivir juntos como hermanos”, dijo Martin Luther King. Pienso en esa frase y en la señora que, abrumada, llegó a nuestra Redacción a plantear algo que, ciertamente, se ha vuelto tendencia: escuchar música o ver videos que nos gustan en cualquier parte y a todo volumen, sin respetar la presencia ajena.

Por ese camino, mientras uno es feliz, los otros se ven obligados a aguantar ritmos, letras, discursos… Se trata de cultivar la empatía y el sentido común. Es, sobre todo, cuestión de respeto. Si no se tienen al alcance unos audífonos (que es lo idóneo), al menos seamos consecuentes con los demás y bajemos el volumen. Nuestros gustos no tienen por qué ser los de otros.

Mientras escribo este criterio, a pleno mediodía, se escuchan las bocinas “desequilibradas” de un vecino con tantas estridencias que no logro comprender lo que expresan las canciones. Por eso entiendo perfectamente a la señora, máxime cuando esta situación prolifera en cualquier lugar. En ocasiones, ni siquiera es un caso aislado, pues varias personas vislumbran este comportamiento, invadiendo el ambiente con una mezcla de sonidos que se torna molesta y atormenta a quienes no forman parte de la algazara. Y, peor aún, apenas se dan cuenta.

Un ejemplo clásico es cuando se viaja en un camión particular, de esos que nos trasladan hacia otros municipios o provincias, y no pocos sacan sus celulares con ruidos inherentes. Ahí se cuela desde un reality show, el capítulo de alguna novela, un chiste, cualquier cosa… En la elección poco importa que quien nos rodee tenga un credo o ideología diferente, lo importante es enajenarse a toda costa.

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Pero lo de menos es la selección de la propuesta; cada quien tiene derecho a divertirse a su manera, lo que sí no es correcto es que se afecte a otros en el proceso. Súmele calor, multitud, cansancio…, para entender cómo se siente la mayoría. Hay quien, incluso, en aras de entretener al hijo le presta el celular, pero no controla el volumen, enseñando a las nuevas generaciones que está bien no tener tino, cuando no es así. O sea, que sin percatarnos comprometemos el futuro.

Ciertamente, es bueno alejarse del estrés, y si las nuevas tecnologías ayudan a ello siempre son bienvenidas, lo que no puede pasar -como decimos en buen cubano- es que el remedio sea peor que la enfermedad. Hasta en salas de hospital se evidencia esa situación, donde -obviamente- necesitan recuperarse las personas. Así que, por más que usted sea acompañante y no tenga buena pinta el paso de las horas en un incómodo sillón, recuerde el lugar en el que está e intente no molestar.

Hay quien pudiera cuestionarse hasta qué punto es un derecho y en qué medida afecta el espacio público, pero hay normas de civismo que se suponen estén aprendidas en el tejido colectivo. Un simple ejercicio podría cambiar la perspectiva. Si es de los que reincide en esos comportamientos, imagine el tipo de música o video que aborrece y luego añádale uno o varios individuos al lado precisamente con materiales de ese tipo, sin frenos en cuanto a decibeles. ¿Le gustaría?

Por otro lado, no debemos asumir que porque tal autor está de moda, le gusta a todos; en realidad no sucede así. Ah, y si subir el volumen es una estrategia para llamar la atención, pregúntese si no es mejor atraer por lo bueno. Tampoco escapan de este mal bocinas portátiles, tubos de escape adulterados para hacer más ruido, vecinos bullosos…, porque -al final- todo ello también vislumbra pérdida de valores.

Así que, la próxima vez que se sienta tentado a amplificar sus gustos, piénselo un poquito y baje el volumen. En el espacio público debemos comportarnos; “no somos el ombligo del mundo”. Quizás cuando lo logremos, estemos más cerca de entender a Luther King. El lenguaje no es el único que comunica sobre nosotros, también nuestro comportamiento. Recuerde: mis actos, mis responsabilidades.

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