
Las Tunas.- En el mes de octubre, cuando la ciudad se prepara para teñirse de rosa, en recuerdo y resistencia, el proyecto Alas por la Esperanza convierte el miedo en compañía y la enfermedad en acto de comunión, al celebrar el Día Internacional de la Lucha contra el Cáncer de Mama.
El proyecto nació en el 2006 en Las Tunas como una promesa hecha práctica: reunir la medicina y el arte, para que quienes enfrentan el cáncer de mama no caminen solas. Hoy, la voz de su fundadora, María Victoria Justo Celorrio, conocida por Mariví, nos guía por los gestos y las actividades, que han sostenido a mujeres y familias durante años.
“Fundé Alas por la Esperanza con la certeza de que la comunidad y la cultura podían acompañar el tratamiento del cáncer de mama. Nuestra primera actividad fue en la Casa de Orientación a las Mujeres, donde hicimos talleres y encuentros, que permitieron a las pacientes compartir experiencias y sentirse arropadas. Luego continuamos en la Casa de la Música y en otros espacios de la ciudad, siempre buscando sitios donde la gente se encontrara con la posibilidad de vivir la enfermedad desde otra dimensión, con actividades que dieran vida y palabra.
“Siempre estuve acompañada por médicos y por artistas, que aportaron tiempo y talento. Hicimos pasarelas en las que pacientes modelaron y mostraron que la belleza persiste después de la cirugía; montamos presentaciones en el cine Tunas con músicos invitados; organizamos galerías de arte y mesas cubanas, donde cada cual traía un plato y se compartía la comida y la conversación. Esas acciones no eran solo eventos, eran rituales de reconstrucción donde las mujeres recuperaban identidad y autoestima”.
Uno de los capítulos que Mariví guarda con más emoción es el trabajo en las salas de quimioterapia, momentos en los que con meriendas, música y actividades culturales es suficiente para hacer más llevaderas las horas de espera.
“Fuimos muchas veces y comprobamos que un rato de compañía, una canción o una charla franca pueden aliviar el día. En los últimos tiempos, por distintas razones, hemos ido con menos frecuencia, pero las tardes en la sala de ‘quimio’ siguen siendo un recuerdo potente de lo que el proyecto logró, al transformar el dolor en momentos de humanidad.
“Hay pacientes que llevan años vinculadas al proyecto, y que han cambiado su forma de pensar y de vivir. Algunas perdieron a sus madres y siguen participando, otras han encontrado en Alas por la Esperanza una red en la cual sostenerse. Hemos visitado a enfermas en sus casas, celebramos cumpleaños, hacemos intercambios de regalos y montamos actividades donde el principal objetivo es tejer redes. La constancia en el acompañamiento demuestra que la recuperación no es solo clínica, es también social y emocional”.
Mariví relata que en enero de este año presentó la jubilación de su profesión, aunque con orgullo cuenta que su corazón sigue aferrado al trabajo. “Me gradué en 1987 y, desde 1990, trabajé en el programa de mama como radióloga; fue natural asumir la responsabilidad de fundar y sostener el proyecto aquí en Las Tunas. No hubiera querido jubilarme todavía; sin embargo, el proyecto continúa su marcha y eso me reconforta. Sigo vinculada en la medida de lo posible y me alegra ver que hay otros a nivel nacional, en La Habana y en otras provincias, que también hacen un trabajo parecido”.
En el plano institucional el proyecto ha contado con el apoyo del Centro Provincial de Higiene, Epidemiología y Microbiología, de Salud Pública y de los policlínicos locales. “Participamos en los matutinos de centros de trabajo para hablar del proyecto y enviamos imágenes a La Habana para mostrar lo que hacemos. Tengo un millón de fotos del proyecto, que guardan historias y rostros, que hablan por sí mismos sobre el impacto de nuestras actividades.
“Quiero dejar un mensaje claro para las mujeres: a partir de los 30 años es esencial realizarse el autoexamen una vez al mes y acudir a un examen anual. Si detectan algo anómalo, deben ir a la consulta del médico del área en su policlínico o a la consulta de mama del hospital Ernesto Guevara, donde hay oncólogos que atienden a quienes lo necesiten. Existen profesionales concretos que prestan atención, quienes participan en la evaluación y en la indicación de estudios, como la mamografía, que se solicita cuando el oncólogo lo considera necesario y se coordina con las radiólogas del hospital.
“La detección temprana salva vidas porque permite tratamientos con mayores posibilidades de éxito. Al mismo tiempo, reitero que el acompañamiento social, la cultura y el apoyo mutuo complementan el tratamiento médico, porque fortalecen el ánimo, reducen el aislamiento y sostienen la esperanza.
“Hemos hecho desfiles, conciertos, encuentros familiares y muchas pequeñas acciones, que han significado mucho para quienes participaron. A medida que la situación social ha empeorado un poco se nos han dificultado algunas actividades, pero por la gracia de Dios siempre logramos hacer algo. La adaptabilidad y la solidaridad de la comunidad han sido claves para seguir funcionando, aunque con menos regularidad.
“Las historias que más me conmueven son las de mujeres que, después de la operación y el tratamiento, volvieron a tener un proyecto de vida y se convirtieron en promotoras de salud dentro de sus familias. Ellas son la prueba viviente de que el cáncer no lo define todo y de que, con apoyo y recursos, se puede construir una narrativa diferente. A las nuevas profesionales y voluntarias les recomiendo respeto, constancia y organización, que valoren la confidencialidad y la dignidad de cada paciente, y que entiendan que el acompañamiento es tanto apoyo hospitalario como acto humano.
“Siento orgullo por lo hecho y gratitud por las manos amigas que nos acompañaron. Aprendí que la medicina necesita de la cultura, para curar heridas que no se ven en una radiografía; aprendí que la comunidad tiene recursos enormes de solidaridad y que las actividades más simples, una merienda o una canción, pueden marcar la diferencia. Mi deseo es que Alas por la Esperanza siga siendo un espacio de encuentro, en el que cada gesto aporte a la calidad de vida de las personas afectadas por el cáncer de mama”.
María Victoria Justo Celorrio, Mariví, habla desde la experiencia y desde la pasión de quien creó un proyecto que une salud y cultura. Sus palabras constituyen una invitación a la detección temprana, al acompañamiento comunitario, y a mantener vivos los espacios que transforman el miedo en acción y en cuidado compartido.

