Finca de Daniel Acosta en el barrio México

Las Tunas.- Daniel Acosta Pedroso tiene 22 años de edad y un mundo por soñar y vivir, sustentado en lo que más le gusta: disfrutar de su familia y cultivar la tierra.

No es un joven extraño para su tiempo. Para nada. Por el contrario, hace lo que hacen sus amigos, los muchachos de su edad, con la diferencia de que le gusta el campo, aunque haya nacido casi en el centro de la ciudad de Las Tunas, a la entrada del barrio México, como quien dice.

De chico desandaba el vecindario como los demás. Jugaba pelota, a la bola, bailaba trompos, empinaba papalotes… Sin embargo, siempre que se acercaba al río Hórmigo, junto al viejo puente que enlazaba el barrio con La Feria, miraba aquel pedazo de tierra y se decía a sí mismo: "Un día ese solar será mío". Y el tiempo lo premió con sus deseos.

Hoy Daniel es el principal protagonista de la finca Los Acosta, ese pedacito de tierra de unos 150 metros de largo por unos 30 de ancho, junto al emblemático río que cruza esa parte de la urbe y que ha dejado de ser un terreno baldío para convertirse en toda una estancia sembrada de maíz, yuca, plátano, limón, guayaba, fruta bomba, cereza y pepino.

"Yo estudié y me gradué de técnico de Nivel Medio en Refrigeración, pero no me gustaba, y, por el contrario, el campo me llamaba, como si lo tuviera en la sangre. Apenas ejercí ese oficio y me puse a vender viandas. Cuando mi familia obtuvo este terreno comencé sembrando guayabas y cultivos de ciclo corto".

La finca Los Acosta (en honor a su familia) es un pedazo de tierra que llama la atención, atrae. Quien se para frente a su entrada, al borde del Hórmigo y aledaña al nuevo puente construido en aquellos predios, ni se imagina lo que hay más allá de la portada. Una vez dentro, una casita modesta, pero cómoda, a punto de terminarse, una nave que se edifica para la cría de gallinas, pollos y cerdos, un pozo con su turbina y en ---medio del patio un árbol sin hojas, medio seco, pero con un tronco sólido con una figura tallada en la madera, a medio hacer y cultivos, muchos cultivos. 

"Este es un negocio de familia desde el 2019 y hemos tenido varias cosechas. Es verdad que no obtenemos muchas ganancias, porque todo lo que ganamos es para invertirlo aquí y hemos levantado el lugar poco a poco, pero mi hermano, dos primos míos, mi madre, Yanisbel (el horcón de la familia), y yo nos sentimos realizados. Los alimentos son para el consumo familiar y la mayor parte la vendemos a los vecinos; en unos meses las cosechas serán mayores porque nos preparamos para ello".

Estamos sentados a la orilla de su casita en construcción; y le comento que su labor es parte de la verdadera soberanía alimentaria a la que aspira el país, que va más allá del autoabastecimiento, porque se trata de sembrar no solo en las comunidades rurales, al lado de las viviendas, sino en todo pedazo de tierra que se preste para ello. Daniel me mira y sonríe. Se vuelve hacia su finquita, con los ojos brillosos y el orgullo en la epidermis, y dice como hablando con él mismo: "Yo me siento contento, porque estoy cumpliendo parte de mis sueños".

Se levanta y va hacia el maizal, porque alguien lo llama. Se pierde entre el verdor de la plantación llena de esas mazorcas tiernas a las que no les cabe un grano más y casi listas para hacer una buena tamalada.     

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