
El devastador tornado que azotó el sureño estado brasileño de Paraná se convirtió en alerta para la COP30, que comienza hoy en Belén, Brasil, al recordar la urgencia de enfrentar el calentamiento global y reducir impactos de fenómenos extremos.
Con vientos de hasta 330 kilómetros por hora, según el Sistema de Tecnología y Monitoreo Ambiental de Paraná, el evento natural arrasó la ciudad de Rio Bonito do Iguaçu, en la región centro-sur del estado, dejando un saldo de seis muertos y unos 750 heridos.
La Defensa Civil calcula que el 90 por ciento del área urbana resultó dañada, afectando a cerca de 11 mil de sus 13 mil 900 habitantes.
Ante el desastre, el gobernador Ratinho Júnior decretó el estado de calamidad pública y tres días de duelo, mientras el Gobierno federal movilizaba equipos de emergencia.
En una edición extraordinaria del Diario Oficial de la Unión, el Ministerio de Integración y Desarrollo Regional reconoció oficialmente la situación para “garantizar una respuesta rápida y eficaz” ante la calamidad.
Al conocer sobre el tornado, el presidente Luiz Inácio Lula da Silva expresó su solidaridad con las víctimas y envió a la región una comitiva encabezada por la ministra Gleisi Hoffmann, junto a representantes de los ministerios de Salud e Integración.
También se desplazaron técnicos de la Defensa Civil Nacional y efectivos de la Fuerza Nacional del Sistema Único de Salud, especializados en asistencia humanitaria y reconstrucción.
“Continuaremos apoyando al pueblo de Paraná y brindándoles toda la asistencia necesaria”, escribió Lula en redes sociales.
La tragedia en Paraná llega justo cuando el mundo se reúne desde este lunes hasta el día 21 en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Clima (COP30) para debatir medidas concretas frente a la crisis climática.
Aunque los tornados no son nuevos en el sur de Brasil, la creciente frecuencia e intensidad de estos eventos refuerza las advertencias científicas sobre el agravamiento de los fenómenos meteorológicos debido al calentamiento global.
Lo ocurrido en Rio Bonito do Iguaçu ilustra cómo comunidades enteras pueden quedar devastadas en cuestión de minutos, evidenciando la urgencia de políticas preventivas, infraestructura resiliente y mecanismos de respuesta rápida.
En Belén, epicentro amazónico de las discusiones climáticas, la calamidad en Paraná resuena como un recordatorio tangible de lo que está en juego: la vida de miles de personas expuestas a eventos cada vez más violentos, en especial las más pobres.
Tal contraste entre la destrucción en el sur y las negociaciones en el norte de Brasil da fuerza a la narrativa de que la justicia climática no es un discurso abstracto, sino una necesidad vital que exige compromiso político, cooperación internacional y acción inmediata.

