anfora14 foto Rey

Las Tunas.- La cultura, ese ecosistema vibrante que nos nutre el alma, es una experiencia vasta y compleja. No es un accidente de la musa, sino un manto delicadamente hilado por manos expertas y apasionadas, algunas de las cuales operan en el silencio fértil “detrás de escena”.

Hoy, Día del Trabajador de la Cultura, 14 de Diciembre, se nos presenta una preciosa oportunidad para elevar la mirada y abrazar la verdadera magnitud de un compromiso que late mucho más allá del fulgor directo de los reflectores. Esta fecha no solo celebra a los artistas consumados o en formación, sino también a rostros apenas conocidos, que sostienen el encuentro más sublime: el de la obra de arte con el corazón de su público.

Detengámonos a sentir la vitalidad reservada para los técnicos y utileros, por ejemplo. Ellos son verdaderos cronometristas de la emoción, guardianes de la maravilla que se entreteje en el escenario. Su destreza no es solo técnica; es poética. Garantizan que la luz acaricie a la actriz con la intensidad justa, que el telón se eleve con la gracia del minuto preciso, que el objeto clave esté a la mano del actor en un espectáculo de telepatía profesional, y que cada transición se disuelva en una sensación orgánica y fluida.

Pensemos que al cruzar el umbral de cada sala, teatro, cine o galería, nos encontramos con la hospitalidad como “primer acto”. El personal de taquilla, acomodadores y anfitriones son la sonrisa inaugural de la cita y el apretón de manos que nos introduce al mundo que está por abrirse. Su misión es asegurar que cada persona se sienta cómoda, respetada y, sobre todo, lista para despojarse del mundo exterior y sumergirse por completo en la propuesta cultural. La calidez de su atención no es un simple trámite; definen, en el acto de la bienvenida, el tono y el inicio de una experiencia que podría ser memorable.

Asimismo, existe un papel de fina diplomacia y nobleza discreta que recae sobre el equipo de protocolo y logística. Cuando un artista visita nuestra ciudad, estos profesionales se convierten en sus gestores de comodidad y ángeles guardianes. Se encargan de la compleja, pero vital coordinación de los traslados, la alimentación, la seguridad y el alojamiento, aislando al creador de cualquier preocupación mundana o distracción terrenal. Su servicio es un acto de amor y respeto por el proceso de crear.

La labor de estos y otros tantos hacedores no busca el aplauso inmediato, ni siquiera sueña con él. Prefieren esculpir una vocación que se ejerce en la mística de la excelencia, donde la labor se cincela en el detalle invisible que, paradójicamente, lo hace todo posible.

Ellos son la fuerza constante y serena que garantiza que el sonido se escuche limpio como el cristal, y que la gestión administrativa abra caminos, en vez de cerrarlos. Su labor deviene un regalo de estabilidad y profesionalismo; la promesa cumplida de que la belleza siempre tendrá un lugar donde manifestarse, pues habrá quien la cuide hasta el detalle, aunque no sea su creador.

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