anarosa

Las Tunas.- Una Virgen de la Caridad en un hueco, hueco-cueva de la esperanza, el aleph con que se salva Gustavo por momentos de los castigos y reprimendas. Volver a la maldita casa, a mirar los rostros repugnantes de abuela Filiberta y tío Gervasio, el alcohólico-abusador-bueno para nada. Pobre María, su inocente hermana, pobre de ellos, mamá está lejos.

En todo eso pienso mientras desando las páginas de El Hueco, primera novela publicada de la escritora y actriz Ana Rosa Díaz Naranjo (Albita), salida a la luz por Ilíada Ediciones, en el 2019. La historia de dos familias, con sus trapitos sucios. Todo contado con naturalidad y realismo. Escenas desgarradoras de dolor, ilusiones, recuerdos e ignorancia. Pero también hay espacio para el amor, ese que llega en el cuerpo de Luisa para salvar del abismo al joven Gustavo.
En la otra casa una vieja encamada (Beneda), resentimientos, el amor que no pudo ser, la hija que nunca quiso (“El Estorbo”) y que paradójicamente la cuida, el nieto pequeño (Frank) que la hostiga con su rana Lulú, sus jalones de pelo, sus pinchazos de jeringa… Y todo ello lo narra Albita con tanta credibilidad que el lector llega a sentir odio, asco, conmiseración.
elhueco libroLos pensamientos de los personajes cabalgan y uno los atrapa, los hace suyos, porque para entonces ya estaremos identificados con la obra. “Preferiría que mi abuela estuviera tirada en una cama igualita que la abuela de Frank, y que tío Gervasio continuara preso, María y yo seríamos los dueños de la casa, de nuestras vidas, y no dejaríamos de ir ni un solo día a la escuela por estar tejiendo gallinas de porquería y deshierbando la finca, así segurito mamá Carmen se embullaba y venía a vivir con nosotros o nos llevaba con ella para La Habana”.
Al hablar de personajes no podemos obviar sus matices, pues todos son bien caracterizados. Y el lenguaje lo demuestra. Está la vieja Filiberta con su “Malrizco Pérez”, “vejigo”, “despedigao”…, tantos términos que la desvisten.
La descripción también nos envuelve, matiza el paisaje de la novela. “Los árboles se acuestan, las matas más flacas se han partido todas (…) El viento parece una mujer chillando, asusta”.
Además, Ana esboza los escasos aires de civilización de aquel lugar, como el joven club donde los adolescentes descubren el Facebook y sueñan con novias de otros lares. Nos hace imaginar la melancolía de una comarca desértica de alegría verdadera, más allá del lago y sus bejucos, más allá del internet limitado.
Pero, en lo personal, lo que más me impactó fue su capacidad de narrar escenas crudas, con un dolor inmensamente creíble. “Él avanza, ella se enreda, él avanza, ella cae, ella se arrastra, él la alza por el pelo, ella grita, él la amordaza y la remolca hasta el cortijo…”.
Violación, miedo, rabia, sentimientos atrapados en un mundo que se desploma y que acabará por desparecer. “Hay golpes en la vida tan fuertes… ¡Yo no sé!”, dijo César Vallejo. Leonides, el amigo también borracho y pervertido del “cerdo”. Peligro. La cruel certeza: “Filiberta deshecha en llanto que señala la profundidad del pozo (…) El cuerpo de la niña flota, rodeado por un camisón blanco rojizo”.
Pero Albita, quizás consciente de habernos hecho sufrir con sus trazos (como logran los buenos escritores), elige la justicia para cerrar su libro. Y los demonios la pagan con la muerte, mientras Luisa y Gustavo escapan del averno.
- ¿Estaré soñando? -vuelve a pellizcarse, y saca de su morral el envoltorio con la virgen.
- No, estoy aquí. Gracias virgencita, sabía que me ibas a ayudar…
Tras él, el taconeo de Luisa termina por confirmar su realidad.
- Toma, Gustavo -y lo enlaza por el torso poniendo la infusión frente a sus ojos-. Bebe y descansa. Mañana vas a reencontrarte con tu madre.

 

 

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