estudiantes preuniv rey

Las Tunas.- Aunque el tiempo pase, la vida estudiantil es inolvidable. En la memoria y en los anhelos se quedan los años de estudio, casi dos décadas en Cuba, desde que iniciamos la etapa escolar hasta que egresamos de la Universidad. Cada momento de esa travesía fructífera y formadora tiene sus encantos, sus singularidades, su propio carácter y esencia.

En esa nostalgia que se experimenta con la remembranza está el primer día de escuela, la alegría y la complicidad familiar de los preparativos; una escena que se repetirá cada septiembre y que será más emocionante con la llegada de otro nivel de enseñanza. El olor de los libros y las libretas nuevas, la búsqueda ingente de los forros y los muñes "para que luzcan bonitos" los materiales escolares, los remiendos a los textos empleados por tantos y tantos antes de ser depositados en nuestras manos, la mancha del grafiti sobre los dedos y la mesa llena de goma de borrar ante una equivocación forman parte de esas imágenes que permanecen amén de los años transcurridos.

Evoco ahora también la entrega de la primera pañoleta o su cambio, los líos para aprender a anudarla correctamente, la merienda compartida, los enredos de otrora con los tirantes de la saya del uniforme, las peleas a la salida de la escuela o los papelitos con aquel "sí o no" que despertaban nervios y arrebataban suspiros en una especie de estado mágico.

Luego vendría la adolescencia con su dosis de presunciones, indecisiones y también de nuevos proyectos. Llegarían las escuelas al campo y la espera ansiosa de la familia con su carga de delicias para mitigar las demandas de un cuerpo en crecimiento, los maestros inolvidables, los exámenes que tensaron emociones y ante los que medimos fuerza en buena y victoriosa lid.

Con la fuerza del progreso llegaría la Universidad, esos cinco años de sembrar sempiternas amistades, de delinearnos como seres humanos y futuros profesionales, de estudios en la madrugada y de largas caminatas para "echar un pasillo de casino" aunque al día siguiente Morfeo secuestrara nuestra atención en algún turno de clase.

De esos "años inflamables" nos quedan las movilizaciones estudiantiles, émulas de las que en estos tiempos de pandemia de la Covid-19 exigieron a nuestros estudiantes actos de verdadera grandeza. Imborrables resultan, además, los apuros y tensiones de la tesis, y ese momento final de defensa, presagio feliz para una despedida llena de añoranza y, tal vez, tristeza.

Y así andamos luego, llenos de saudade por lo que un día fue y una termina inventándose hábitos para nunca dejar de aprender, de superarse, de soñar, o de sentirse joven y llena de bríos. Y aunque septiembre llegue y ya no seamos parte de esa fuerza que se empina en busca del saber; una viaja en el tiempo y vuelve a estar sentada en la silla o en el pupitre, atenta a la pizarra, preguntándose mil cosas a la vez, fabulando mañanas, creando país, regresando a ese tiempo maravilloso de comienzos y realizaciones que solo se vive en un aula.

 

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