
Las Tunas.- En la memoria de Fidel Castro no solo habita el Líder político y revolucionario, sino también el joven inquieto, que compartió aventuras escolares en el colegio Dolores, de Santiago de Cuba. Allí, entre los muros jesuitas, nació una amistad que marcaría su vida: la que lo unió a Balbino Pérez Suárez (1926-2014), hijo de un próspero comerciante de Puerto Padre, propietario de la tienda El Encanto.
Balbino recordaba con emoción aquellas excursiones juveniles: viajes a Puerto Boniato, a El Caney y, sobre todo, la arriesgada incursión en las minas abandonadas de El Cobre. “Por poco tienen que irnos a buscar…, pero estábamos medio perdidos, por él, que era el inventor de eso”, relató en entrevista con el periodista Julián Puig Hernández. Para Balbino, Fidel ya era un explorador nato, con uniforme y todo, mucho antes de fundar los exploradores nacionales.
La admiración de Balbino por su compañero se reflejaba también en lo académico. “No estudiaba nada…, pero era una excelencia”, confesaba, recordando cómo Fidel obtenía las máximas calificaciones solo con atender la clase, mientras él recurría a apuntes escondidos en pañuelos y bolsillos. En los recreos, el joven Castro prefería el baloncesto y el fútbol, aunque en el béisbol -donde quería ser pícher- no siempre salía bien parado.
Décadas después, la vida los volvió a reunir. Primero en 1978 y luego en 1981, en la Fábrica de Envases de Vidrio de Las Tunas, Balbino se reencontró con el Comandante en Jefe. Fidel lo reconoció de inmediato, con la chispa de su memoria y la calidez de un abrazo, que derribó cualquier protocolo. Frente a una fotografía de sus años escolares, identificó uno a uno a sus antiguos compañeros: “Mastrapa, Prada, Martínez, René, Balbino…”.
Balbino conservaba celosamente esas imágenes y documentos, junto con recuerdos de encuentros posteriores con Raúl y Ramón Castro. Este último le dedicó su libro Problemas fundamentales a solucionar en la Industria Azucarera de Cuba, con palabras que revelaban el afecto fraternal: “Para nuestro hermano Balbino Pérez, los hermanos Castro lo quieren”. Para él, esos testimonios eran un legado que deseaba transmitir a sus nietos, convencido de que allí estaba lo más noble de su vida.
“Se mantiene joven y con una tremenda energía y entusiasmo para continuar su portentosa obra”, comentó Balbino tras el encuentro en Las Tunas. “Somos contemporáneos, pero él está en mejor forma, pese a su extraordinaria responsabilidad como estadista; aquel día me subió la presión por la inmensa alegría de saludar al querido amigo”.
La historia de Balbino y Fidel nos recuerda que la Revolución también se construyó sobre afectos personales, sobre la lealtad a los amigos de la infancia y la memoria compartida. En la campaña Cien años con Fidel este episodio adquiere un valor especial: muestra al Líder de la Revolución Cubana no solo como estadista, sino como ser humano capaz de conservar intacta la amistad que lo acompañó desde los días juveniles.

