che guevara y su familia

Las Tunas.- Entre los rasgos más relevantes de la personalidad del comandante Ernesto Che Guevara figuró el amor que profesó siempre a su familia. Aun en las circunstancias más difíciles, nunca dejó de comunicarse con sus hijos y esposa.

“Hildita querida:
Hoy te escribo, aunque la carta te llegará bastante después, pero quiero que sepas que me acuerdo de ti y espero que estés gozando tu cumpleaños muy feliz. Ya eres una mujer y no se te puede escribir como a los niños, contándoles boberías y mentirita”.

Los hombres públicos rara vez pueden darse el lujo de consagrase de lleno a sus familias. Comprometidos con una causa, y absorbidos por sus responsabilidades, apenas disponen de tiempo para ver crecer a sus hijos o compartir con sus esposas. El Che Guevara, sin embargo, encontró siempre espacio entre sus múltiples ocupaciones para dedicárselo a los suyos. Detrás de la imagen de dirigente duro e inflexible, se ocultaba una persona tierna y generosa, poseedor de una capacidad afectiva que sabía poner a prueba.

“Los dirigentes de la Revolución tienen hijos que en sus primeros balbuceos, no aprenden a nombrar al padre; mujeres que deben ser parte del sacrificio general de su vida para llevar la Revolución a su destino; el marco de los amigos responde estrictamente al marco de los compañeros de Revolución. No hay vida fuera de ella”.

Algo que gustaba particularmente el médico guerrillero era jugar y retozar con sus hijos cuando llegaba a casa, exhausto, de un trabajo voluntario. Se tiraba al suelo con ellos, les contaba cuentos y les enseñaba los principios en los que él mismo fue educado en su natal Argentina. De esas facetas suyas pueden dar fe sus parientes más cercanos, a quienes legó un ejemplo que trascendió más allá de las cumbres de la Sierra Maestra y luego de las selvas bolivianas.

“Si un hombre piensa que, para dedicar su vida entera a la Revolución, no puede distraer su mente por la preocupación de que a un hijo le falte determinado producto, que los zapatos de los niños estén rotos, que su familia carezca de determinado bien necesario, bajo este razonamiento deja infiltrarse los gérmenes de la futura corrupción”.

Por sus padres sintió veneración desde que nació en Rosario, Argentina. Ellos viajaron a La Habana tan pronto el Ejército Rebelde consolidó su victoria. Al pie de la escalerilla del avión los recibió su hijo, comandante guerrillero, doña Celia y don Ernesto sabía ya que él no les pertenecía. Estaban conscientes de que la historia le reservaba encomiendas gloriosas, como, en efecto así fue.

“Queridos viejos:
Les he querido mucho, solo que no he sabido expresar mi cariño. Soy extremadamente rígido en mis acciones y creo que a veces no me entendieron. Ahora, una voluntad que he pulido con delectación de artista, sostendrá unas piernas flácidas y unos pulmones cansados. Lo haré. Acuérdense de vez en cuando de este pequeño condotieri del siglo XX. Un beso a Celia, a Roberto, Juan Martín y Patotín, a Beatriz, a todos. Un gran abrazo de hijo pródigo y recalcitrante para ustedes”.

Un singular concepto del cariño por sus seres queridos le hizo decirle a Fidel, en una carta memorable.
“Que no dejo a mis hijos y mi mujer nada material y no me apena: me alegra que así sea. Que no pido nada para ellos, pues el Estado les dará lo suficiente para vivir y educarse”.

 

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