Las Tunas.- Los flashazos de destrucción, una ciudad en ruinas y las miradas agónicas de muchos rostros que sin la confluencia del lenguaje, dejaban muy claro la necesidad de ayuda, fueron las certezas que colmaron a Taymí Rodríguez Pavón en Turquía, durante casi un mes. Ahora, con los pies anclados en su ciudad natal, rememora los momentos más trascendentales, donde la bata blanca fue coraza y también refugio.
A más de mil 200 metros sobre el nivel del mar, el cuerpo se resiste y los pasos cursan con cierta resistencia. A esos excesos, la licenciada en Enfermería, no le prestó la mínima atención. Pero confiesa que los destrozos sí la hicieron estremecer y andar a veces más lento o más deprisa. Su misión era clara. El terremoto de magnitud 7,8 que sacudió a esa nación y a Siria el lunes 6 de febrero no será algo que ella pueda olvidar.
“Trabajamos directamente con las familias vulnerables, de cara al polvo y al dolor -enfatiza Taymí. Realizamos la atención de salud comunitaria, con una parte de urgencias, muy bien organizada y en jornadas de 24 horas. No había cansancio, solo muchas ganas de socorrer.
“Salíamos a hacer terrenos y logramos la intervención en diferentes familias que pertenecían a segmentos vulnerables y que habían sido muy afectados por el terremoto. Su condición era impactante”.
La licenciada, desde el primer momento, enumeró los desafíos. Y pesaba mucho en el panorama enrarecido y destrozado, las diferencias de la cultura, el lenguaje incomprensible y hasta el hermoso recubrimiento de nieve de toda la ciudad fue un lastre que en muchas ocasiones aguijoneó los cuerpos de la brigada Henry Reeve.
“Los primeros días la temperatura se mantuvo en ocho o nueve grados por debajo de cero. Por la noche llegaba hasta 12 y los efectos de la disminución eran palpables. Estábamos muy distantes de la provincia de Kahramanmaraş, donde en un primer momento habíamos sido ubicados. Éramos ocho colaboradores, una traductora y solo yo representaba a la mujer cubana.
“Llegamos a seis días del terremoto y estuvimos en campamentos de damnificados en lugares de difícil acceso, en donde fue el epicentro del terremoto. A los dos días nos trasladaron para Elvistan, municipio más afectado y específicamente laboramos en el pueblo Buyuk Yapalak, en una clínica que adaptamos como residencia y desde allí pudimos brindar un servicio más integral”.
Cuenta que de muchas maneras recibió apoyo desde Cuba, una fortaleza para enfrentar los obstáculos que suponen las diferencias culturales e idiomáticas, las condiciones extremas del clima y las visiones desastrosas que acompañaron toda su estancia.
“Siento mucho orgullo de haber formado parte de ese grupo que fue a Turkía con el único objeto de ayudar, hasta que hiciera falta. En el aeropuerto de Estambul nos recibió el embajador de Cuba en la nación y siempre nos sentimos acompañados.
“Es difícil olvidar las imágenes que palpamos allí, fueron días de trabajo duro que se colaban por debajo de la piel y en esos escenarios la sensibilidad y la solidaridad de la Isla se experimenta diferente, es un faro para los que están desprotegidos y un compromiso enorme para los que intentamos estar a la altura de las circunstancias”.
Taymí fue una de las cuatro mujeres que formaron parte de la brigada del Contingente Internacional de Médicos Especializados en Situaciones de Desastres y Graves Epidemias Henry Reeve integrada por 32 colaboradores cubanos, quienes en intensas jornadas asistieron al pueblo turco.
Con 28 años de experiencia en su especialidad, labora en el policlínico Gustavo Aldereguía, en esta ciudad, y confiesa que atesora tantas anécdotas de Turquía que no cabrían en el papel. Mas íntimamente cuenta que la fortaleza que transpira se la debe a su madre, que aunque ya no está físicamente, siempre la cuida en cualquier camino. Con ese faro de amor, también partió al otro lado del mundo a salvar vidas.