
Las Tunas.- En los últimos cuatro meses, un grupo de WhatsApp bajo el apelativo Por nuestros niños mantuvo parpadeando, a cualquier hora, el teléfono del doctor Luis Enrique Rodríguez Pérez. Al incesante desvelo por la salud de todos los pequeños que ingresan en la Terapia Intensiva del hospital pediátrico Mártires de Las Tunas se le sumó, de repente, un escollo casi gigante. Empezó a lidiar con cemento, planos y presupuestos inexistentes.
Desde la sombra de integridad que se le dibuja en la mirada, rememora aquella mañana del 2024 en la que se puso de pie, en el Balance Provincial del “Mártires de Las Tunas”, y habló de los problemas serios de la sala de Terapia Intensiva, tanto constructivos como estructurales, las deficiencias eléctricas, la carpintería dañada y la falta de higiene.
Desde el extremo derecho del salón, un desconocido levantó las manos y ofreció donar cinco millones de pesos cubanos para revertir el panorama que acababa de exhibir el jefe de servicios de Cuidados Intensivos. Ese día nadie tenía en claro el hervidero de transformaciones que estaba a punto de comenzar.
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En medio de un pasillo impecable, con puertas de lujo y un confort a prueba de detalles, el doctor Luis Enrique narra la ruta de sus desvelos, un empeño que, como todo, también lo vivieron en equipo.

“Los cinco millones se destinaron a tratar de recuperar los últimos cubículos de la sala, que eran los de aislamiento y presentaban las peores condiciones estructurales. Todavía medio escépticos comenzamos la obra y el resultado final nos sorprendió. Se hizo un trabajo muy bueno y el área marcaba una diferencia colosal con el resto del servicio. Teníamos que tratar de extender la construcción.
“Ahí vinieron los primeros sobresaltos porque era una decisión muy compleja. No había un monto asignado, no contábamos con el dinero, el presupuesto de reparación del hospital es muy limitado y es un inmueble viejo que requiere el mantenimiento de todas sus estructuras. Necesitábamos un apoyo financiero grande.
“Convocamos a los trabajadores por cuenta propia bajo el lema de que la Terapia Intensiva era de todos. No es que a los médicos nos vaya bien en esta incursión en territorios desconocidos, pero siempre se trató de lograr mejores condiciones para los niños.
“Sabemos que las personas que recibimos, en todas las jornadas, enfrentan acá los días más difíciles de su existencia, el miedo de perder lo más grande que poseen, y brindarles buenas condiciones y una atención médica de excelencia es lo menos que podemos hacer”.

Aquella “intervención” fructificó. Cuando ya tenían no el dinero en la mano, sino el compromiso de varios trabajadores por cuenta propia de que iban a cooperar, se volcaron a buscar un lugar óptimo para dar ventilación mecánica que es lo más complejo que se hace en la sala. Por supuesto, se pidió la aprobación del Ministerio y del Grupo Nacional de Terapia Intensiva.
Cuatro camas de Oncohematología asumieron las demandas del servicio y entonces sí, decidieron “tumbar la sala”. “Destruimos el techo en su totalidad, al igual que la carpintería, las instalaciones eléctricas, hidrosanitarias, el piso..., y fuimos dándole cumplimiento a cada objetivo, desde cero” -asegura el galeno.
“Todo se logró así, con la buena voluntad de personas que yo no conocía, que no sabía su nombre, nunca las había visto y estaban dispuestas a ayudarnos. Dijeron, en el instante preciso, yo quiero contribuir.
“Pero llegó el momento en el que la obra nos sobrepasó y no teníamos de dónde sacar más. Utilizamos el presupuesto de reparación del hospital, pero fue insuficiente, y entonces solicitamos ayuda del Gobierno a través de la figura del intendente. El apoyo nos llegó de la recaudación territorial del uno por ciento y nos asignaron otros cinco millones de pesos.

“Ahí volvimos a respirar tranquilos. Finalmente conseguimos el capital para cubrir todos los pagos de materiales, mano de obra, con las mipymes que estaban trabajando conveníamos la terminación de la sala. Fueron cuatro meses intensos, de desvelo, preocupación, pero cada minuto valió la pena".
LA INSPIRACIÓN DE UN “DESCONOCIDO”

Yoiler Eduardo Aldana también guarda en la memoria el día en el que el doctor Luis Enrique, o El Mellizo, como cariñosamente se le conoce, se paró en aquel Balance Provincial para desnudar la realidad de los cuidados intensivos. Fue él el desconocido, del extremo derecho del salón, que signó con su palabra la primera donación que echó a andar la obra que ahora le roba tantos elogios.
“Me invitaron ese día porque antes había hecho pequeñas contribuciones a la institución. El Mellizo planteaba los grandes resultados de supervivencia que mostraba el servicio, pero dijo que también se debían mencionar los problemas. No se me olvida que llorando narró las situaciones diarias que enfrentaban.

“A mí también se me aguaron los ojos, pues estaba viendo a un profesional brillante con dolor por no poder brindar un mejor servicio, y se me ocurrió dar el dinero. No lo había previsto. Soy dueño de la comercializadora de alimentos Sofía y pensé, en segundos, que el dinero no tendría un mejor fin.
“Estuve aquí al pie de la obra y es difícil no involucrarse. Cuando fue necesario contacté con otros trabajadores por cuenta propia y nos ayudaron. Se sumó enseguida la mipyme Ya Somos Dos, el Caché y muchas otras pequeñas empresas, actores económicos, personas naturales. Fue un hervidero de gente queriendo ayudar porque se trataba de la salud de nuestros niños.

“Con el esfuerzo colectivo se pudieron montar más de 700 metros de falso techo, pulir los pisos, más de 100 luminarias, cerca de 60 puertas de aluminio con cristal que rondan alrededor de los 350.00 dólares, enchapes, neveras expositoras, refrigeradores, microwaves, cafeteras...; en fin, se ejecutaron más de 10 millones de pesos que llevan el sello de los nuevos actores económicos".
Yoiler tiene solo 30 años y sus dos hijos le mueven los resortes más sensibles, esos que lo llevaron a formar parte de una “empresa difícil” que puso en prueba de juicio su cordura, pero de la que confiesa haber salido fortalecido, “con la bendición de Dios”.

DEL OTRO LADO DEL CRISTAL
Para beneplácito de los tuneros, la sala de Terapia Intensiva exhibe ahora condiciones estructurales óptimas. Finalmente se logró un cubículo de aislamiento y se materializó el servicio del niño prematuro, un viejo anhelo que permitirá una atención personalizada y de calidad.
Gracias a donaciones se garantizó la climatización total con equipos completamente nuevos; también la óptima iluminación del servicio, con instalaciones eléctricas independientes que permiten el descanso de los niños y la realización de pruebas y procederes sin necesidad de movilizarlos.

La carpintería se reemplazó con puertas y ventanas de lujo que se trajeron desde el puerto del Mariel y brindan un confort adicional. De igual manera, se alistó un salón para las actividades docentes y construyeron un local para las entrevistas con los familiares, así como un comedor y dormitorios para el personal sanitario.
La red hidrosanitaria se hizo desde cero y se compraron lavamanos de mármol para asegurar que perdure su funcionalidad. En general, la sala es ahora un espacio agradable, vistoso y bien equipado, con un colectivo de lujo que tiene como máxima que nada es más importante que la vida de un niño.
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Desde su cama, en la sala de Terapia Intensiva, Caleb entiende poco el motivo del hervidero de rostros que ve a lo lejos. No conoce la vorágine de los últimos cuatros meses, ni los gestos de entereza y solidaridad que han hecho posible el espacio ataviado con fotos de Elpidio Valdés que ahora comparte. Qué bonito que en la ignorancia de un niño descansen los desvelos de Luis Enrique, la valentía de Yoiler y tanta solidaridad convertida en abrazo.
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